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En mayo de 1640 tuvo lugar en
Cataluña una gran revuelta popular que, tradicionalmente, se ha explicado por
los alojamientos de tropas que los vecinos tenían que soportar a su paso hacia
Francia y los excesos cometidos por los tercios que, procedentes del Rosellón,
regresaban de la batalla de Salses[i].
La revuelta campesina comenzó en la comarca de la Selva[ii].
Pero no pocos historiadores, entre los que se encuentra Antoni Simon Tarrés[iii],
consideran que aquella revuelta tuvo motivaciones claramente sociales, contra
los señores, contra el fisco estatal, contra el control de las instituciones
catalanas por la oligarquía.
El ejército, en efecto, era
propagador de enfermedades y la guerra separaba a los campesinos de la tierra,
pues no pocos eran llamados a filas. La guerra exigía el pago de impuestos
extraordinarios que, en las modestas rentas campesinas, hacían estragos. En
Cataluña la presencia de tropas, impuesta en 1626, se hizo habitual después de
1635. Dos años más tarde, con motivo de la campaña de Leucata (en la costa
francesa, al norte de Perpiñán) se reclutaron hombres para cavar los fosos de
asedio, lo que provocó un serio contratiempo para el campesinado catalán. Con
la campaña de Salses, los cónsules de la villa de Camprodón (al norte de la
actual provincia de Girona) aducen la imposibilidad de atender a nuevas
demandas de dinero porque los vecinos abandonaban el lugar para evitar los
tributos .
En 1657 se dio el caso de poblaciones
(Sant Celoni) que llegaron a perder el 82% de sus habitantes, pero según Simon
Tarrés, otras quedaron reducidas a la mitad o a dos terceras partes y fueron pocas en
las que la pérdida poblacional solo fue del 10%. A las pérdidas económicas hay que
añadir las humanas y en la primavera de 1640 las cosechas no se presentaban
buenas, hasta el punto de que abundaron las plegarias para que lloviese.
Una epidemia de peste que amenazó
el sur de Francia podría haber sido transmitida por soldados a su paso por
Cataluña: según el conde de Santa Coloma se habían producido por esta causa
4.500 muertos entre la población civil del Rosellón. Con todos estos elementos
se explica la violenta reacción campesina, aunque siga habiendo dificultad en
distinguir las causas políticas de las sociales en la revuelta. El historiador
al que sigo aquí dice que, en el siglo XVII, el campesinado no había llegado a
un grado de cohesión necesario para dar respuesta al régimen señorial (base
principal de las monarquías absolutas), y es cierto que hubo protestas contra
la administración virreinal, encargada de cobrar tributos y oposición contra
las instituciones autónomas.
Elliot ha sido el que antes ha
señalado el doble carácter de revolución social y revuelta política en este
fenómeno, pero en todo caso el levantamiento no fue unitario y mucho menos tuvo
un carácter “nacional” como interesadamente se ha dicho por algunos
apriorísticamente. Otra revuelta posterior, la de las barretines[iv],
también tuvo motivaciones sociales en torno a 1688, pero estas formaron parte
de un conjunto de movimientos que se dieron también en otras partes de Europa,
destacando el caso de Francia.
La Sentencia Arbitral de
Guadalupe, dada en la localidad extremeña por el rey Fernando II en 1486, vino
a liberar a los campesinos de algunos abusos que sufrían por parte de los
señores, pero dio a estos una nueva “estructura” que les permitió continuar con
su situación privilegiada, una refeudalización. Por medio de esta sentencia se
puso fin a las guerras sociales del siglo XV en Cataluña y se estableció un
nuevo equilibrio en el campo catalán: hubo aspectos favorables a los remensas
como la libertad personal, no poder ser expulsados de la explotación agraria
(hacerse con el dominio útil de la tierra), los señores perdieron el control
sobre la movilidad de los payeses y los “masos rònecs” (áreas abandonadas) pasaron
a propiedad campesina. Pero la Sentencia reafirmó el régimen señorial de manera
que los poderosos ejercieron una vigilancia efectiva sobre los fraudes que los
campesinos cometían, particularmente en el pago al señor de las diversas deducciones
sobre las cosechas. Se dieron, por tanto, nuevas condiciones de dominio para
que el excedente producido quedase en manos señoriales.
En Cataluña –dice Simon Tarrés-
los primeros cuarenta años del siglo XVII fueron de prosperidad y ello trajo
consigo un aumento de la población, contrariamente a lo que estaba ocurriendo
en otras partes de España, particularmente en Castilla (las dos mesetas). Sin
embargo los ingresos señoriales de la catedral de Barcelona por arrendamientos
en el término de Sentmenat y del Barcelonés-Bajo Llobregat, sufrieron una
regresión económica, sobre todo en lo referente al trigo. El autor al que sigo
confirma que esto mismo se observa en los ingresos de los cabildos
catedralicios de Girona y Tarragona.
El “mercado mundial” que se forma
en el siglo XVI trajo consigo dificultades de adaptación por parte de las
clases dirigentes, tendiendo en el caso de Cataluña al endeudamiento, como se
comprueba por las concordias firmadas con los acreedores; los señores
reaccionan ante esto y cargan sobre los campesinos dicho endeudamiento. Tras la
Sentencia Arbitral de Guadalupe el poder de los señores es aún muy grande, como
lo demuestran las horcas erguidas en sus terrenos, símbolo del poder judicial
que ejercían, y de la misma forma se dio el intento de las clases bajas de
salirse de la jurisdicción señorial para pasarse a depender directamente del
rey. Los señores reducen la duración de los arriendos (en Cataluña y el resto
de Europa), establecen rentas abusivas y vuelven a exigir el pago de derechos
feudales que habían ido cayendo en desuso desde hacía tiempo.
En las ciudades se dan síntomas
de crisis que son comunes a toda la economía española, pero los países de Europa
occidental van por delante, en comercio y crédito, que los catalanes. Los
gremios pierden importancia a favor de los miembros de dichos gremios que
habían conseguido enriquecerse y se separaron de las formas gremiales para
constituirse en capitalistas más o menos reconocibles como tales. Esto se ve en
Francia, Inglaterra, los Países Bajos y Génova. La actividad económica de
comerciantes de estas nacionalidades en Cataluña provoca las protestas de los
gremios locales, que consideran “intrusismo” dicha actividad. Debe tenerse en
cuenta, además, que los gremios tenían muchas trabas legales que los
capitalistas independientes evitan, consiguiendo además una concentración del
poder económico en sus manos.
Simon Tarrés ha estudiado cómo
entre 1600 y 1640 los productores textiles emigran de la ciudad al campo en
busca de mano de obra barata y para evitar los impuestos municipales. Bajan
entonces los salarios en las ciudades catalanas y se crea el caldo de cultivo
para la revuelta, encontrándose precedentes en los motines de Barcelona de 1604
y 1631. Por su parte, los controladores del poder político catalán, que pueden
importar trigo de Sicilia o de otras partes, especulan con él y hunden a los
productores menores. La catedral de Barcelona hizo una ilegal competencia a la
ciudad vendiendo pan rebajado de peso, lo que tuvo que ser condenado por la
Corona. Lo que parece claro es que mercaderes y
comerciantes, que controlan las instituciones de gobierno de las ciudades
catalanas, las aprovecharon en función de sus intereses…
[i] En la
costa, frontera entre Cataluña y Francia, fue un episodio de la guerra de los
treinta años.
[ii]
Nordeste de la actual provincia de Barcelona.
[iii] “Catalunya
en el siglo XVII. La revuelta campesina y popular de 1640”.
[iv] Por el
gorro rojo que llevaban.
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