Monasterio de San Clodio (Ourense). Fotografía de "Faro de Vigo" |
Aunque Galicia es un país pequeño
–dice Pegerto Saavedra[i]-
tiene notables diversidades internas. Con casi 1.900 km. de costa, sus valles
fluviales están abrigados presentando algunos características climáticas
mediterráneas. Los cereales de invierno y primavera, la vid, los cítricos y en
ocasiones los olivos, se cultivan o cultivaron en tierras situadas a menos de
400 metros sobre el nivel del mar. En el interior áspero y montañoso la
economía campesina se basaba en el cultivo del centeno y en la ganadería
bovina, ovina y caprina. Este complejo se transformó profundamente a lo largo
de la Edad Moderna, viéndose cómo a mediados del siglo XVIII, en el bajo Miño
se daba un “virtuosismo” (en palabras del autor citado) que asemejaba a la
jardinería, mientras en las montañas los campesinos cultivaban el centeno en
régimen de año y vez y se daba la ganadería extensiva.
Los datos del catastro de
Ensenada permiten ver el tamaño de las explotaciones a mediados del siglo
XVIII, la productividad de la tierra, la densidad de población y otros.
En cuanto a los habitantes por Km2 la provincia de Tui era la más densa, sobre
todo por su pequeñez, con 100, seguida de la de Santiago con 59,4. La media de
Galicia era de 44,1, siendo la densidad de las demás provincias inferior a
dicha media. En cuanto al tamaño de las explotaciones, en todos los casos era
pequeña: destaca Lugo con 2,31 Ha. de media. El número de explotaciones por km2
es una consecuencia del tamaño medio de las mismas: destaca Tui con 21,8
seguida de Santiago con 12,4, siendo la media de Galicia 8,56 y las demás
provincias por debajo de esta media. Las cabezas de ganado vacuno por cada
explotación son pocas: destaca Lugo con 5,44, siendo la media de Galicia 3,64.
En cuanto al ganado ovino y caprino destacan Lugo y A Coruña con 15,52 y 15,32
respectivamente, siendo la media de Galicia 1,47. El porcentaje de tierra
cultivada sobre la superficie total era pequeño: 13,4 la media de Galicia, no
separándose mucho de este porcentaje en ninguna de las siete antiguas
provincias. Pegerto Saavedra señala que si re reduce la escala,
algunos territorios aportan nuevos datos, como es el caso de los valles de la
provincia de Ourense, donde en el siglo XVIII había densidades semejantes a las
de la provincia de Tui, y en comarcas como Celanova la agricultura era muy
intensiva.
Los montes comunales fueron muy
utilizados para alimentar el ganado sobre todo en Lugo, mientras que en Tui las
rotaciones intensivas tuvieron el maíz como el cereal dominante, pues aquí casi
no había prados. El monte estuvo subordinado a los usos agrarios y con el
tiempo se privatizaron hacia 1750 muchas parcelas de comunal. Del monte
obtenían los agricultores y ganaderos leña, carbón, madera para construcciones,
piedra, pastos, cosechas de centeno y trigo, caza y frutos silvestres.
Predominaba la pequeña
explotación familiar en régimen de foro o arriendo, en este caso en la Galicia
cantábrica, y aunque el catastro de Ensenada habla de que el territorio
cultivado era el 13,4% del total de Galicia, quizá habría que aumentarlo a una
quinta parte (20%) pues las respuestas ocultarían interesadamente la realidad.
Así, Lucas Labrada, en 1803, escribió que en las últimas décadas del siglo
XVIII se habían puesto muchas tierras en cultivo. Los campesinos, en el siglo
citado, conseguían elevados rendimientos pero a la vez se dedicaban a
ocupaciones complementarias: la industria textil rural, la emigración temporal,
la cantería, la siderurgia, la alfarería, los curtidos y el transporte, y debe
tenerse en cuenta que en las fuentes se oculta el trabajo femenino.
Las rentas forales estaban
fijadas en especie, pero se fue imponiendo el pago en dinero, lo que obligó al
campesino gallego a practicar el comercio, y así tenemos el testimonio del
canónigo compostelano Pedro Antonio Sánchez[ii]
en 1800, el cual nos dice que la venta de vacuno permitía al campesino un
dinero con el que pagar en metálico. Pero el cobro de la renta foral por parte
de los que poseían el dominio directo estuvo lleno de dificultades, como ha
explicado en 1793 el mayordomo del conde de Amarante[iii]:
“los más de los caseros se lamentan de lo crítico de la estación para pagar las
deudas”.
En el siglo XVII la difusión del
maíz transformó la agricultura gallega, sobre todo en las comarcas litorales y
en los valles fluviales, así como permitió mejorar la cabaña ganadera. El
complejo tecnológico agropecuario se vio transformado, sobre todo por el
interés de las comunidades monásticas, principales receptoras de la renta foral.
De las trece comunidades
cistercienses existentes en Galicia en 1835, dos eran muy poderosas, las de
Sobrado y Oseira (actuales provincias de A Coruña y Ourense respectivamente).
Los ingresos de los monasterios cistercienses en 1803 (monetarios) fueron, en
Oseira 352.193 reales y en Sobrado 300.000, siendo el que menos ingresó el de A
Franqueira, 22.173 reales. El número de monjes ya empezaba a descender en la
fecha señalada y la fiscalidad real había comenzado a exigir el noveno del
diezmo desde comienzos del siglo XIX, pero hasta la guerra de 1808 los
monasterios gallegos no sufrieron dificultades, además de que la exclaustración
de dicho año no fue conocida en Galicia. Así se explica que los capítulos
generales en 1815-16 de la congregación de Castilla (císter) y de los
benedictinos se celebrasen en Oseira y Celanova, no en Valladolid ni en
Palazuelos.
Cuando hemos hablado de los
ingresos de los monasterios gallegos no hemos incluido los que recibieron en
especie[iv],
que los monjes empleaban en parte para dar limosna. Las rentas recibidas en
especie provenían en cerca de las tres cuartas partes correspondientes a foros
estipulados por tres voces o generaciones, y según avanzó el siglo XVII por
tres vidas de reyes, convertidos en perpetuos por la real provisión de 1763. La
mayor parte de las tierras que poseían los monasterios gallegos, fuera de la
cerca de los mismos, se hacía mediante explotación indirecta, contrariamente a
lo que ocurría en otras partes de España (siendo esto último muy criticado por
los ilustrados).
Para el cobro de las rentas se
solían nombrar mayordomos, a los cuales los campesinos intentaban engañar, en
cuanto a lo cosechado, de múltiples maneras, por lo que se fue imponiendo una
renta fija en vez de la proporcional. Algunos monasterios como el de San Clodio
(Ourense), con el dinero ingresado compraban alcabalas al rey, es decir, pagaban
lo pactado a cambio de percibir luego el monasterio el impuesto indirecto de la
zona determinada. Cuando los monasterios tenían que recurrir a pleitos para
exigir el pago de deudas a los campesinos, no encontraban a quienes se
prestasen a ser testigos a su favor, prueba de que casi todos engañaban al
cenobio de una u otra manera, por lo que por ejemplo, para la vendimia, los
monasterios impusieron la costumbre de exigir el pago de las deudas si los campesinos querían
recibir el permiso para iniciarla.
Cuando los monasterios tenían la
jurisdicción les era más fácil cobrar las rentas, pues era el propio monasterio
el que podía juzgar y castigar, estando las fuentes llenas de expresiones como “se
subirán a las barbas” (refiriéndose a los campesinos), “gente indómita” y otras
por el estilo.
[i]
“Trayectoria de las rentas monásticas y del sistema agrario de Galicia”.
[ii]
Ha sido estudiado por Antonio Meijide: “Biografía de Sánchez Vaamonde, ilustre
canónigo y catedrático, fundador de la Biblioteca del Real Consulado.
[iii]
Monterroso, Lugo.
[iv] La
fuente que cita Pegerto Saavedra es Luis Fernández Martín: “Estado espiritual y
temporal…”.
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