Iglesia jesuítica de San Bartolomé (Pontevedra) |
A finales del siglo XVIII la
monarquía española aceptó el regreso de los jesuitas que habían sido expulsados
treinta años antes, yéndose la mayor parte a Italia, máxime teniendo en cuenta
que en Parma gobernaba un Borbón, Fernando I, y otro del mismo nombre en el
reino de las Dos Sicilias, aunque la mayor parte de los jesuitas expulsos se
asentó en Bolonia y en Roma.
Godoy, en sus Memorias, dice que “uno de los últimos
decretos que conseguí del rey… sin consultar con nadie ni más consejo que el
mío propio, llamó a los jesuitas españoles a abrazar a sus familias y a vivir
en paz en sus hogares”. El Decreto al que se refiere Godoy fue firmado por
Carlos IV en 1797 y –según Teófanes Egido[i]-
el valido les temía menos que los reyes, mientras que Azara[ii]
se preocupó durante muchos años de las pensiones de los expulsos, tratando de
aumentar sus asignaciones.
La ocupación de Italia por
Napoleón vino a complicar aún más las cosas a los jesuitas, los cuales
constituyeron un grupo de oposición a la política del que luego sería
emperador. Los primeros jesuitas en regresar a España fueron los que se
encontraban en Génova, llegando a Barcelona y planteando los primeros problemas
(antes del Decreto). Como a finales del siglo XVIII las cosas no estaban ya en
España como cuando el motín de Esquilache, Godoy y el rey se decidieron al
Decreto comentado, “con la condición de que se los recluyese en conventos
solitarios”. Azara escribió por aquellos años a su amigo Bernardo de Iriarte[iii]
diciéndole que “el decreto de los jesuitas me ha hecho reír infinito. Es más
ignominioso para ellos que la expulsión de España. Esos que han llegado a
Barcelona mienten en cuanto dicen, porque no han corrido ningún riesgo y fueron
echados de Génova por revoltosos que predicaban contra la nueva constitución”.
Los jesuitas no estuvieron
callados en los territorios italianos ocupados por Napoleón, a pesar de las
recomendaciones de Azara, pero lo cierto es que en los dos sentidos, pues los
hubo reaccionarios pero también partidarios de las libertades revolucionarias.
El Decreto de 1797 repatrió a jesuitas viejos, que no podían asentarse en
Madrid ni en los Reales Sitios. El jesuita Manuel Luengo, intelectual y
fidelísimo de la Compañía, llegado a España dijo que estaban [los jesuitas] “confinados
y encerrados en desiertos y soledades”. Según Teófanes Egido parece que fueron
unos setecientos los que regresaron a España, haciéndoles responsables Juan
Antonio Llorente[iv] de casi
todas las tensiones registradas entre 1798 y 1801: entre otras cosas hicieron
multitud de delaciones a la Inquisición, entre las que se encuentran contra la
condesa de Montijo[v], contra
los obispos de Salamanca (Antonio Tavira), Cuenca y Murcia, y contra los
canónigos Rodrigálvarez, Linacero[vi]
y otros. Entre los que volvieron y se resistieron a callarse estuvo el
intelectual Hervás y Panduro, resucitando la vieja lucha entre jesuitas y
jansenistas.
Carlos IV y su esposa no se
sintieron cómodos con los jesuitas regresados, pues en ellos chocaban las
razones humanitarias con el antijesuitismo, que el rey heredó de su padre. La
prueba está en que Carlos IV se opuso a que el papa Pío VII restableciese la
Compañía de Jesús en Parma y en Rusia. Consideraba a los jesuitas “subversivos”,
de conducta “aseglarada” y de opiniones laxas en materia de moral. En
definitiva, el ministro Ceballos firmó en 1801 un Decreto de reexpulsión de los
jesuitas de acuerdo, lógicamente, con el rey. De nuevo debían embarcarse en los
puertos del Mediterráneo rumbo a Italia, aunque se exceptuaba a los claramente
imposibilitados. Lesmes Frías calcula que debieron salir, entre 1801 y 1802,
cerca de trescientos, entre los que estaba Luengo, que llegaría a vivir la
restauración de la Compañía por Fernando VII en 1814.
Por su parte, el rey Carlos IV,
en su exilio romano[vii] desde
1812, confesó que había sido contrario a los jesuitas “por las muchas cosas
contra ellos que le habían metido en la cabeza”, pero que estaba desengañado de
ellas. Cuando a principios de 1819 murió el rey, poco después de recibir la
noticia de la muerte de su esposa, se encontraba visitando a su hermano,
Fernando I de las Dos Sicilias.
[i] “Vuelven
los ex jesuitas”.
[ii] Amigo
del ministro plenipotenciario en Roma, Manuel de Roda, estuvieron los dos
involucrados en la supresión de la Compañía de Jesús por el papa Clemente XIV
en 1773.
[iii] Murió
en el exilio en 1814 y tuvo responsabilidades políticas, sobre todo en la
diplomacia, con Fernando VI, Carlos III, Carlos IV y José I.
[iv] Antiguo
inquisidor, luego apóstata del sacerdocio e historiador.
[v]
Ilustrada que formó en su casa madrileña una reunión para hablar de filosofía,
religión, política, etc. Participó en una Junta de Damas que formaba parte de
la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, estando al frente de una
escuela para la formación de niñas, colaboró en la redención de los presos de
galeras y fomentó la formación en oficios de personas necesitadas. Ver http://www.chdetrujillo.com/la-ilustracion-en-el-condado-de-montijo-maria-francisca-de-sales-portocarrero-vi-condesa-y-su-administrador-manuel-flores-calderon/#_ftnref18
[vii] Aunque
Napoleón lo situó en Compiègne, al norte de París, luego le fue permitido vivir
en Niza y en Marsella, pero en 1812 se instaló en Roma, siempre con permiso de
Napoleón.
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