Inclusa de Pamplona (1) |
No fue el único, pero la obra de
Joaquín Javier de Uriz, “Causas prácticas de la muerte de los niños
expósitos…”, publicada en 1801, es una fuente esencial para conocer la
situación de los más vulnerables de la sociedad en el Antiguo Régimen, como
posteriormente, dentro del espíritu ilustrado que animó a los más cultos a
buscar remedio a tantos males entre la segunda mitad del siglo XVIII y primer
tercio del XIX, aproximadamente. Otra obra en este sentido, pero con una
intención más práctica, es la de Pedro Bilbao, “Destruicción [sic] y
conservación de los expósitos…” publicada con anterioridad en Antequera (1789).
No son las únicas.
En el caso de Uriz (que a su
formación jurídica unió más tarde la vocación sacerdotal, siendo promocionado,
en el tiempo brevísimo de diecisiete días de 1774, a órdenes menores,
beneficiado de Sada, Navarra, subdiácono, diácono y presbítero) contrasta su
labor como canónigo en Pamplona (dedicado a cuestiones económicas
fundamentalmente) con el empeño que puso luego en beneficiar a los niños
expósitos, no solamente en Navarra sino en toda España. Mientras era canónigo
fue visitador en Roncesvalles, para cuya colegiata hizo unas “Constituciones”
en 1782, luego gobernador eclesiástico y vicario general en Pamplona y, desde
1815 hasta 1829, obispo de la misma diócesis.
Desde que fue nombrado vocal de
la Junta de Gobierno del Hospital General de Pamplona –dice Goñi Gaztambide[i]-
comenzó a preocuparle el problema de los niños expósitos, observando cómo
muchos fallecían prematuramente, y
concibió un plan general para salvar aquellas vidas. Era Uriz, entonces,
arcediano de tabla de la catedral de Pamplona y el manuscrito original de su
obra sobre este asunto constaba de 598 folios. El autor cedió su obra a
beneficio del Hospital de Pamplona prometiendo costear la impresión por su
cuenta.
La Inclusa de Uriz se separó del
Hospital y para aquella construyó un edificio a sus expensas, estando terminado
en 1805. Goñi Gaztambide dice que en ello dedicó el clérigo “inmensas sumas”,
lo que hace pensar que se había hecho rico a partir de su larga etapa como
canónigo que seguía siendo. Preparó unas Constituciones y pidió monjas (Hijas
de la Caridad) para regentar la Inclusa que, inaugurada en el mismo año 1805,
pronto contó con 858 niños (1807). El principal objetivo era alejarlos del
riesgo de contraer enfermedades, lo que antes no se conseguía, además de que el
antiguo Hospital no albergaba sino a 150 expósitos. Ahora, según la
documentación que ha consultado Goñi, “a la mayor parte se les salva la vida”.
Preocupado Uriz de que las tropas
francesas ocupasen la Inclusa, pensó en trasladar a los niños al palacio de
Artieda[ii]
o al convento de dominicos de Sangüesa, pero aquello no ocurrió, pues la
Inclusa fue respetada e incluso elogiada por los generales franceses. Sorprende
este temor cuando Uriz formaba parte como diputado de las Juntas de Bayona,
tomando parte en las sesiones e incluso expresándose respecto del rey José como
“nuestro augusto soberano, aunque seguramente por conveniencia. Uriz formó
parte de una comisión para recibir a José I y darle gracias por la toma de
algunas medidas fiscales; participó también en la Constitución de Bayona
proponiendo que se prohibiese en España todo tipo de religión que no fuese la
católica, lo que fue rechazado. Incluso José I le condecoró con el toisón de
oro…
Luego vinieron los problemas
económicos para la Inclusa, teniendo que recurrir a la ayuda de adinerados: uno
entregó cien doblones para los “huerfanitos”, mientras Uriz enviaba memoriales
al reino, gobernador, intendente, ciudades, villas, valles y cendeas[iii],
pidiendo limosna. “Han muerto centenares de expósitos por la miseria” dijo. Se
obtuvieron por este medio 2.940 pesos en 1813. Otro recurso consistió en ceder
los créditos de Uriz a favor de la Inclusa, es decir, que cuando los deudores
quisieran pagar lo hicieran a esta en vez de al acreedor e, incluso cuando
llegó a ser obispo, ordenó que no se procediera por vía de apremio contra los
morosos, pues ello iría en desprestigio del obispo.
En 1814 redactó un proyecto de
ley compuesto de 70 artículos, con el que esperaba salvar la vida de 12.000
expósitos de toda España. Se basó en más de veinte años de experiencia,
observando “donde se estrellan [los niños] y donde se gana mucho”.
Teófanes Egido ha explicado cómo
sobre los niños expósitos pendía el estigma, desde su nacimiento, de la
deshonra y la ilegitimidad. Durante el reinado de Carlos IV el Consejo de
Castilla inició la tarea de estudiar los establecimientos de los expósitos, los
medios de su financiación, las amas de cría, etc. Los obispos contestaron a una
encuesta que estuvo en manos del Consejo en 1790: había pocos hospitales de
recogida, con escasas rentas, amas de cría insuficientes, muchos niños asilados
y una mortalidad aterradora que en algunos casos rondaba el noventa por ciento
de los ingresados, porcentaje que incluso aumentaba con las muertes de los
niños confiados a las amas de cría profesionales fuera de los hospitales[iv].
Santiago García publicó en 1794
una “Instrucción para conservar los niños expósitos” y Pedro Joaquín de Murcia,
colaborador de Godoy, escribió sobre la necesidad de casas de expósitos dentro
de la política asistencial (1798). La mortandad entre los expósitos debió ser
tal que Alberto de Megino publicó “La Demausexia. Aumentación del pueblo por
los medios de procurar que no mueran 50.000 personas…”[v],
refiriéndose a los expósitos. Pedro Bilbao escribió sobre esos niños que “nacen
y mueren como los demás, pero su vivir no dura más por lo regular que lo que se
necesita de vida para perder la vida misma, en unos, cuatro días, en otros ocho,
en algunos un mes, en raro un año, según su menor robustez y desamparo,
mientras que el hambre, miseria, el abandono los destruye, los acaba”[vi].
Se construyeron o habilitaron
nuevas casas a un ritmo acelerado desde la última década del siglo XVIII y
hasta el estallido de la guerra contra Francia en 1808. El mismo Godoy dejó en
sus “Memorias” constancia de su preocupación por los niños expósitos, demostrándolo
en el “reglamento para el establecimiento de las casas de expósitos, crianza y
educación de éstos” (1796). Pero las competencias estuvieron, sobre todo, en
las autoridades eclesiásticas. Y los niños que sobrevivían eran colocados en
los estratos del menosprecio más profundo, se les acorralaba –dice Egido-
dentro del muro de proscripciones mucho más denso que el de los antiguos
estatutos de limpieza de sangre. Una legislación, sin embargo, quiso colocarlos
“en la clase de hombres buenos del estado llano general, gozando los propios
honores y llevando las cargas sin diferencia de los demás vasallos honrados de
la misma clase”.
Pero aparte los deseos de un
Estado ilustrado, estaba el trato que sufrían muchos expósitos, denunciado por
Arteta: “los tratan [las amas de cría] con aspereza y crueldad, ya de obra,
maltratándolos porque lloran o gritan para explicar sus necesidades, ya de
palabra llamándoles bordes, bastardos, hijos de puta y otras expresiones
prohibidas por el real decreto de 1794”.
[i] “Joaquín
Xavier de Uriz, el obispo de la caridad (1815-1829)”.
[ii] En el
actual municipio de Urraúl Bajo, en despoblado.
[iv] “España
en el reinado de Carlos IV”.
[v] Con el
término “demausexia” quizá se refiera a un tipo de sarna.
[vi] En la
obra citada de Teófanes Egido: “España en el reinado…”.
(1) http://davidaldia.blogspot.com/2013/11/buscando-los-origenes-en-el-archivo_27.html
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