Las Cruzadas trastornaron durante
varios siglos la vida de Europa, dice Suárez Bilabo en su obra “Los judíos y
las cruzadas”. La enorme circulación de materiales, hombres, ideas y bienes
creó una nueva Europa y los judíos vieron alterada trágicamente su vida y
destino, cavándose un foso entre la civilización occidental y los judíos con
los orígenes del antisemitismo y el fervor de los judíos por el retorno a Sion.
Se produjo entonces una mayor
presión sobre los judíos, que habían vivido bastante tranquilamente en el
Imperio Carolingio y en el oriente musulmán; se produjo una sistematización de
hostilidad con origen popular. Los judíos tenían conocimientos y un superior
nivel de formación, vivían mayoritariamente en las ciudades y sabían leer y
escribir, por lo tanto no era su ignorancia, sino su tozudez lo que les impedía
aceptar la verdad cristiana. Los pituyum,
los himnos hebreos ponen de manifiesto las dificultades que sufrían y
reaccionaron con hostilidad mediante la palabra: en “la luz del Exilio” el rabino
Gersom realiza un claro rechazo del cristianismo y desde la diáspora judía, las
comunidades extendidas por Europa mantuvieron en Tierra Santa, y sobre todo en
Jerusalén, un punto de referencia obligada con la expresión “el año que viene
en Jerusalén”.
Mientras los judíos en oriente
sufrían en los siglos VIII-X los conflictos entre las dinastías yesibas[i]
y los gaones[ii], los de
occidente vivieron en la prosperidad, bien bajo el dominio musulmán o en el
Imperio Carolingio. Más tarde las cosas cambiaron y se desarrolló la esperanza
en el retorno, la aliya, con
numerosos viajeros judíos (véase aquí mismo “El viaje de Benjamín de Tudela”). Una
crónica judía es “El valle de las lágrimas”, donde se explica lo que fue la
historia de los judíos entre finales del siglo XI y finales del XV: un largo
camino de expulsiones y de matanzas. Ya en el siglo XI la situación de los
judíos europeos era inestable, no tenían derechos y dependían de la protección
de los reyes, los grandes señores de las ciudades y de los obispos en Renania.
Se daba una paradoja, pues con estos eran privilegiados, al servirles como muy
útiles prestamistas, administradores, médicos, etc., pero entre la población
menuda se hicieron impopulares.
Al comenzar las Cruzadas muchos
eran los que tenían deudas con los judíos y se enrolaron para escapar de
pagarlas, mientras que la baja nobleza tuvo la necesidad de endeudarse con los
judíos para poder equiparse con vistas a la Cruzada. En la península Ibérica
los judíos se habían integrado en el estado musulmán, pero cuando se descompuso
se les vio como colaboradores de los enemigos de los cristianos. Con la
conquista de Barbastro (1064) los judíos recibieron tan malos tratos que el
papa Alejandro II escribió a los obispos de España para recordarles la diferencia
entre los judíos y los musulmanes. Pero con Alfonso VI los judíos se fueron
instalando en los territorios del norte más protegidos de lo que estaban en el
resto de Europa, mientras que el integrismo islámico de los almorávides les
obligaba a convertirse al Islam.
Ya antes de la primera Cruzada
empezaron los primeros ataques a los judíos: en Otranto en 930, en 1007 en
Francia y la primera expulsión de Maguncia, provocando una gran cantidad de
conversiones en esta ciudad. La primera Cruzada afectó a los judíos alemanes ,
la tercera afectó especialmente a los de Inglaterra, pero el tono general
seguía siendo de reconocimiento del valor e importancia de los judíos, por lo
que las autoridades municipales y eclesiásticas les protegían. En 1084 el
obispo de Spira atrajo a su ciudad a los judíos, procediendo sobre todo de
Maguncia; en 1090 el emperador Enrique IV hizo lo mismo para atraer a los
judíos a Worms: libertad de comercio y respeto a sus leyes religiosas. A
finales del siglo XI llegaron noticias de oriente sobre las desdichas de los
peregrinos en Palestina, lo que llevó al papa Urbano II a predicar la primera
Cruzada en Clermont Ferrand al finalizar el concilio aquí celebrado en 1095[iii]
y la ruta terrestre a Palestina pasando por Asia Menor, dada la anarquía
reinante aquí, se tuvo que sustituir por otra marítima. El cronista
contemporáneo de la primera Cruzada, Sanuel ben Yehuda, habló en 1096 de “una
densa oscuridad” refiriéndose a los judíos, y otro del siglo XII se refirió a la
situación con un versículo de los Proverbios: “las langostas no tienen rey…”.
Era el desarrollo de un sentimiento típicamente germano, de la tradición
alemana, sobre el fin de los tiempos recogida por el ermitaño Albuino, y fue
uno de los mayores enemigos de los judíos, el conde Emicho de Leisingen, el que
se presentó como el rey de los últimos días.
Estas leyendas y sentimientos
estaban extendidas a finales del siglo XI, de forma que grupos aislados
emprendieron su primera expedición en Francia contra los infieles, empezando
por los judíos. El concepto de “deicidio” ya existía en el siglo IV pero ahora
sirvió para que las calamidades comenzaran en Rouen (Normandía), donde los
cruzados arrastraron a los judíos a la iglesia y mataron a los que se negaron a
bautizarse, sufriendo la misma suerte otras ciudades francesas. Luego las
matanzas se desplazaron al Rhin, donde la protección de obispos y del
emperador, que se encontraba entonces en Italia, resultaron inútiles, no
obstante lo cual ordenó que todos los nobles y obispos protegieran a los
judíos. Pero los “guerreros de Cristo” asaltaron, saquearon y asesinaron
durante varios meses a judíos alemanes, aunque las comunidades ofrecieron
dinero para ser protegidos. La única autoridad aceptada por estos ejércitos
antijudíos fue la de Pedro el Ermitaño, al frente de siervos deseosos de
desprenderse de sus cadenas; uno llamado “Sin Hacienda” se separó con otros de
Pedro el Ermitaño en Colonia y el sacerdote Gottschalk (Godescal), discípulo
del Ermitaño, reclutó una tropa renana con la que realizó todo tipo de
violencias, siendo exterminada por los húngaros.
Pero fue el conde Emicho de
Leisingen el que tuvo una tropa más numerosa, consiguiendo unir a multitud de
sencillos peregrinos y, con el tiempo, otros nobles franceses y alemanes que
hicieron estragos en las ciudades mercantiles del Mosela y el Rhin, en Verdún,
Tréveris, Metz, Worms… La violencia era generalizada, especialmente contra los
judíos, como la que sufrió la comunidad de Salo (Praga) y otras bandas se
centraron en Suabia, Baviera y en Bohemia. Era un movimiento laico y popular en
el que la Iglesia más bien condenó las crueldades y los bautismos forzosos,
como por ejemplo los obispos de Spira o Colonia, que se mantuvieron firmes y
frenaron los tumultos. En Maguncia el arzobispo trató de defender a los judíos
y tuvo que huir para salvar la vida. Spira había recibido un privilegio a favor
de los judíos y las tropas del obispo[iv]
restablecieron el orden contra “vagabundos y criminales” protagonistas de una
“revolución social”, según han escrito algunos historiadores.
Las noticias de Spira alertaron a
los judíos de Worms, donde un pequeño grupo se atrincheró en el palacio del
obispo, pero en esta ciudad se desató una explosión de vandalismo del que
fueron víctimas numerosos judíos, algunos de los cuales se dieron muerte a sí
mismos antes de caer en manos de los exaltados. A otros se les conminó a que se
dejaran bautizar y, como pidieran tiempo para pensarlo, lo aprovecharon para
suicidarse, según relata el cronista Salomon bar Simson. Después fue Maguncia,
donde el conde Emicho, con soldados de fortuna y bandas armadas fáciles de
fanatizar atacaron a los judíos, que pidieron ayuda al obispo y este les
permitió refugiarse en su residencia, pero debieron entregarle todo lo que
poseyeran de valor. Pero ante la presencia de los “cruzados”, la guardia
episcopal dejó de proteger a los judíos y el obispo desapareció. Según el cronista
Alberto de Aix los judíos trataron de defenderse con armas pero no pudieron
evitar una matanza que fue presenciada por otro cronista, Rabi Selomo, uno de
los pocos supervivientes. Este destaca la actuación de un grupo de mujeres
judías refugiadas en el castillo episcopal de Maguncia, desparramando dinero
ante los atacantes y, ganando tiempo, “completar el suicidio colectivo”. Emicho
mató a los que no se habían suicidado y quemó el barrio judío, sacándose mil
trescientos cadáveres del palacio del obispo, mientras que unos sesenta judíos
se habían escondido en la catedral, huyeron pero poco después fueron alcanzados
y muertos. Los de Emicho incendiaron las casas de los judíos y de la sinagoga,
pero las llamas destruyeron buena parte de la ciudad.
El rabino Kalonymos con unos
cincuenta judíos habían huido hacia Rudesheim,[v]
pidiendo ayuda al arzobispo, que aprovechó para exigirles su conversión, lo que
no aceptaron. Como el rabino se abalanzara sobre el arzobispo, la guardia de
este intervino y murieron todos los judíos. La matanza de Maguncia influyó
poderosamente en la mentalidad de los judíos por mucho tiempo. Se recogieron en
las crónicas relatos que ejemplificaban el valor de los “combatientes” judíos,
valorándose la purificación por el suicidio. En algunas ciudades salieron a las
puertas para defenderse y, cuando Emicho llegó a Colonia, donde ya había habido
algunos tumultos antijudíos, los perseguidos se dispersaron por las localidades
cercanas[vi],
donde muchos cristianos escondieron a los judíos. El obispo Herman III los
distribuyó en grupos por los pueblos, de forma que cuando los perseguidores
llegaron a la ciudad encontraron los barrios judíos vacíos, pero semanas más
tarde Emicho los descubrió en Neuss, Welfinghofen, Xanten, Moers, Geldern y
Alternhar, sufriendo el mismo destino que los demás y suicidándose otros.
Emicho se fue con sus seguidores
hacia Hungría mientras que otros se quedaron para expurgar de judíos el valle
del Mosela, llegando luego a Tréveris, donde junto a Ratisbona, consiguieron
los perseguidores el bautismo en masa de las comunidades, habiendo sido los
judíos puestos a salvo en el palacio del arzobispo; en Ratisbona los cruzados
echaron a las familias judías al Danubio para ser bautizados allí en presencia
de una cruz. En Metz también se llevaron a cabo bautismos en masa, donde las
autoridades fueron incapaces de contener a los cruzados, y los judíos de Praga
fueron forzados a bautizarse, mientras el obispo Kosmas clamaba en vano contra
ello. Otros huyeron a Polonia y Hungría pero en la primera el príncipe
Vratislav II ordenó que fuesen desposeídos de sus bienes.
Ninguna de las bandas
irregulares de cruzados llegó a su destino, Tierra Santa. Por el camino fueron
dispersadas; por ejemplo, las tropas del rey húngaro Kolomán las aniquiló,
mientras que Emicho, después del asedio de Wieselburgo, en Hungría, tuvo que
huir, muriendo a continuación. El emperador y el papa condenaron severamente las
matanzas y, cuando aquel regresó de Italia, a petición de Moisés ben Jukutiel,
de Spira, otorgó oficialmente a los judíos el derecho a volver a su religión,
lo que provocó la reacción del papa Clemente III, pero Enrique IV se mostró
firme, ordenó una investigación sobre el asesinato de judíos y el arzobispo
Rutardo y su corte fueron castigados por haberse enriquecido a costa de
aquellos en Maguncia. En 1103 se proclamó una tregua y el retorno al judaísmo
se realizó mediante el pago de un canon, que pasó al tesoro real.
En la mentalidad europea, sin
embargo, se había producido un cambio, una zanja ya insuperable desde entonces.
La consecuencia más destacada de los acontecimientos de 1096 fue el golpe que recibió
el clima de tolerancia existente hasta entonces. Es cierto que solo fue en
principio un sentimiento popular, pero luego se institucionalizó la
discriminación y el odio a los judíos. Aprovechando las Cruzadas que vinieron
luego, no cesaron las matanzas de judíos.
[i] De los
centros de estudios de la Torá y del Talmud del judaísmo ortodoxo.
[ii] Fueron
los dirigentes de dos centros de estudio judío en Babilonia, Sura y Pumbedita.
[iii]
Algunos autores soviéticos han acusado al papa de arrastrar con mentiras
conscientes a los míseros campesinos a una empresa difícil por solos motivos
materiales, pero otros consideran esta interpretación como una manipulación
histórica.
[iv] Como
castigo mandó cortar el brazo a algunos de los agitadores de la ciudad. Suárez
Bilbao advierte de que las fuentes judías deben de ser contrastadas.
[v] Al oeste
de la actual Alemania.
[vi] El
autor advierte que, aunque las bajas fueron numerosas, la población era muy
reducida en aquella época, por lo que el término “millares” referido a judíos
muertos hay que entenderlo con reparos. Por otra parte, la lucha fue muy
desigual.
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