Iglesia de la Caridad de Sanlúcar |
Fue Domínguez Ortiz en el que en una de sus obras dijo que el hombre (y la mujer) del barroco, podía pecar contra
la moral pero nunca contra la fe. Podía cometer las peores tropelías para, a
continuación, entregarse a la oración, encomendarse a todos los santos y… al
día siguiente volver a las tropelías. Veamos el comportamiento de uno de esos
hombres del barroco.
Había que encontrar un lugar
adecuado para la construcción de un convento de capuchinos y el duque de Medina
Sidonia, en la década de 1630, decidió que fuese en la llamada Huerta del
Desengaño, donde pasaba largas temporadas, en las afueras de Sanlúcar
de Barrameda. Allí había una ermita que pertenecía a la Hermandad de marineros
y pescadores, separados de la Cofradía de la gente de la mar. Pero hubo que
comprar más terrenos adyacentes.
Ya avanzada la obra, en 1634, el
duque fue nombrado “Patrón y fundador de dicho convento”, es decir, honores por
dinero, “concediéndole todos los privilegios y prerrogativas que suelen tener
los que lo son”, entre ellos la asistencia y oración perpetua de un fraile.
Para la fundación el duque tuvo que pedir licencia al rey y obtener la donación
de un inmueble del priorato de ermitas del arzobispado sevillano. Teniendo en
cuenta que el convento era para clérigos regulares ¿querrían escapar estos
a la jurisdicción del arzobispo? En todo caso todos los trámites se superaron.; desde su fundación el
convento de capuchinos sirvió de hospedería y para la enseñanza de los
misioneros que irían a América[i].
El dinero se obtuvo de la caja de
Aduana (más de 56.000 reales), a los que se sumaron casi 11.000 de las
almadrabas de Conil (2) correspondientes a la temporada de 1634, 3.200 reales del
capitán Alonso Trillo de lo que cobraba de las rentas de Aduana… El caso es que
lo pagado finalmente fueron 225.849 reales. Hubo que hacer diversas reformas en
la Huerta del Desengaño, donde tenía lugar una interesante tertulia
humanística. Se tiraron tapias y se dio comienzo al desescombro, se llevó agua
desde un arroyo cercano, se construyeron tapias nuevas para cerrar el bosque y
otras de encalado en el camino que conducía al lugar. Se empleó gran cantidad
de piedra, cascajo y agua, y un buen número de peones terraplenaron el hoyo que
hizo el derrame del agua. Se pusieron cinco rejas a los caños por donde
desaguaba el bosque y se reparó la magnífica jaula de los canarios y faisanes
del duque, arreglándose su techo, se colocó una reja, las pestilleras de ocho
puertas de alambre de las alacenas, diversas bisagras y aldabillas con sus
alcayatas para las cortinas. Otros peones limpiaron los asientos de cal y
piedra del bosque o jardín y allanaron el camino.
Así se llevó a cabo la construcción
del convento capuchino con celdas altas y bajas, además de otras tantas mesas,
asientos del refectorio y el sardinel, la zona claustral, la iglesia con su
sacristía, su cerca y portada, que supuso 200 reales y se emplearon 5.900
ladrillos. Además se construyó la escalera que conducía al cuarto que el duque
don Manuel se reservó en el convento. Se construyó la capilla de los reyes con su tránsito y se colocaron olambrillas (un tipo de azulejo) en
la pared de la iglesia; no faltó la portería, la solería, la chimenea del
calentador y las letrinas. Trabajaron también carpinteros en los bastidores y
puertas de la casa de la beata que vivía en la antigua ermita como santera.
El duque costeó el acarreo por
azacanes del agua y se ultimó todo con detalles de cantería, se empedró la
cuesta o camino de acceso al convento, se construyó una cerca que lo circundara.
Se completó todo con un fogón para la cocina, rejas, una cruz para la escalera,
el campanario y la campana, cerraduras, llaves, la capilla mayor, candelabros,
encerados de las ventanas, otra cruz para el facistol, un garabito para el
candil, siete llaves maestras para el cuarto del duque, tres llaves para otras
tantas puertas del claustro y una para la portería, pernos para las losas
funerarias de las capillas, cerradura para el sagrario… El convento contó con vidrieras y
el atrio se decoró con losetas de cerámica pintada, completando todo con una
pila de agua bendita. Las armas de la casa ducal las realizó un herrero.
En esta época, como cabe suponer, solo por esta obra, la casa ducal de Medina Sidonia mantenía un gran poderío,
aún teniendo en cuenta las correrías del IX duque, Gaspar Alonso, que traerían
años más tarde la desgracia de la familia, pues fue uno de los que conspiró
contra la Monarquía en 1641, lo que le valió el destierro y la pérdida del
corazón de su impresionante estado patrimonial, el señorío de Sanlúcar de
Barrameda, que revirtió a la Corona. Hasta ese momento –dice Fernando Cruz- la
familia había completado su riqueza y poder con el escudo ideológico del
catolicismo a ultranza, al emplear buena parte de sus excedentes en patrocinar
numerosas fundaciones religiosas.
La casa ducal se empeñó en las
más costosas obras y para 1634 el duque don Manuel fundó el convento de
capuchinos del que hemos hablado. Sanlúcar era, entonces, una auténtica ciudad
convento, en la que las diversas congregaciones religiosas, además de servir a
la población con sus diferentes institutos (para niños expósitos, el hospital de
mujeres pobres, el colegio de niños, el hospicio de la “nación” inglesa, la
casa de pobres desamparados, etc.), contaba con la magnífica construcción
mudéjar de Nuestra Señora de la O (1360), conventos de dominicos, mínimos de
San Francisco, hospitalarios de San Juan de Dios, descalzos de la Merced,
jesuitas...
En el polo opuesto era una ciudad
cosmopolita, con un entramado urbano que los condes quisieron sacralizar, era
una ciudad abierta, marinera y comercial, asiento de diversos pobladores, no
todos católicos. La actividad mercantil era frenética y, con tanta iglesia y
convento, la población eclesiástica resultó agobiante, excesiva para el
vecindario.
El duque Manuel (VII) había nacido en 1579, falleciendo en
1636, siendo nombrado durante su vida Cazador mayor de Bolatería, Capitán
General de la Costa para cuando su padre muriese, Capitán general de galeras,
Capitán general del Océano y recibió otros honores. Siendo aún conde de Niebla,
fundó en 1605, en Huelva, un convento de mercedarios descalzos en el que
estableció un patronato perpetuo que le permitía poner sus armas y enterrarse
con su descendencia en la iglesia, a cambio de levantar el edificio y
contribuir al sustento de su comunidad, patronato que repitió más tarde, muerto
su padre, fundando en Sanlúcar un convento mayor y más lujoso de la misma
orden, que a la postre contendría su panteón. A cambio, misas y oraciones a
favor del duque y su familia… un claro ejemplo de la nobleza del barroco.
[i] Fernando
Cruz Isidoro, “La casa ducal de Medina Sidonia y el convento de capuchinos de
Sanlúcar de Barrameda: patronato y construcción”.
(2) Al suroeste de la actual provincia de Cádiz.
(2) Al suroeste de la actual provincia de Cádiz.
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