Andalucía bética, que era lo que
en la baja Edad Media se entendía por Andalucía[i],
fue una encrucijada comercial entre el Mediterráneo, el interior de la
península Ibérica y el Atlántico en los últimos siglos medievales. Estas
relaciones comerciales fueron intensas aunque las fuentes para su estudio sean
tardías, pero aquellas no se limitaban al intercambio bilateral de productos,
sino que vamos a ver los que llegan para ser reexportados, los que se exportan
procedentes del interior de la península, gestionando este comercio flamencos,
andaluces, castellanos, cántabros, gallegos, genoveses, venecianos, franceses,
ingleses y de otras naciones. No debe olvidarse la actividad pirática y
corsaria.
Los productos eran variados, como
la madera, manzanas, pijotas[ii]
coquinas[iii],
vino, hierro, lana, paños, etc. Entre los puertos conectados por el comercio
marítimo estaban los portugueses, ingleses, Burdeos, Bayona, vascos y
franceses, pero también Génova y Venecia, entre otros. Los orígenes entre el
Mediterráneo y el Atlántico, según Aznar Vallejo[iv]
se remontan a la “Crónica General” de Alfonso X de Castilla. Durante el reinado
de Sancho IV consta el envío de madera gallega a Sevilla y pocos años después
comienzan las referencias al comercio con Portugal. A finales del siglo XIII se
enviaron barcas lisboetas hacia
Sevilla, y a principios del XIV se prohibió la entrada en dicho puerto, tanto
por mar como por tierra, de vino lusitano.
En 1317 consta un envío de trigo
andaluz a Inglaterra y, unos años después, Santander y Guetaria obtuvieron
ciertos privilegios de pago en relación a otros puertos, entre los que se
encontraba Bayona. La intensificación de relaciones entre el Mediterráneo y el
Atlántico se culmina con la “batalla del Estrecho”, en realidad una serie de enfrentamientos
entre cristianos y musulmanes que se extienden entre el último cuarto del siglo
XIII y mediados del XIV, para el control del Estrecho de Gibraltar, cobrando
entonces importancia las navegaciones mallorquinas, en las cuales tenían
intereses algunos comerciantes venecianos. La regularidad llegó a ser tal
–señala el autor citado- que los mercaderes mallorquines que negociaban con
Flandes, Sevilla y la costa norteafricana, instituyeron un fondo de garantía
para responder de posibles indemnizaciones, y similar era la situación de los
genoveses, por lo que en el tratado de paz firmado en 1370 entre Portugal y
Génova[v],
el monarca portugués acordó compensar a los mercaderes genoveses por las
pérdidas que estos habían sufrido.
Ya en 1320 mercaderes gallegos
hacían viajes desde Sevilla a La Rochelle, en 1339 un mercader de Brujas
negocia aceite en Sevilla y en 1368-1369 un alemán es condenado por haber
herido a un marinero en el puerto de Cádiz. Las exportaciones andaluzas eran
sobre todo de aceite y vino hacia Inglaterra y Flandes, pero también jabón,
frutas, almendras, papel, goma arábiga, añil y especias. Desde Portugal
llegaban sardinas y frutas (estas de Sintra), las primeras cargadas por
catalanes, sevillanos y aragoneses en Cascais. Un seguro otorgado por el
monarca luso salvaguardaba a los que venían por mar “de contra Galicia” y a los
que lo hacían “de contra Sevilla”. Galicia jugaba un papel similar en relación
al diezmo dado por el rey Enrique III en 1397, destacando e papel de A Coruña
como escala del tráfico sevillano hacia el norte, volviendo las nave cargadas
de pescado, madera y otras mercancías gallegas hacia Sevilla, donde desde el
mismo año los mercaderes flamencos habían obtenido privilegios en dicha ciudad.
A petición de montañeses y vascos, Enrique III ordenó que los mercaderes
placentines, genoveses, catalanes, franceses, ingleses “u otros extraños”,
fletasen los navíos de los naturales antes que los de los extranjeros.
Estos tráficos sufrieron
problemas, como es el caso del mercader lisboeta que, en 1406, con vino de Lepe
e higos y cera de Tavira con destino a Flandes, fue asaltado en Viveiro. En el
mismo año y mismo puerto varios navíos franceses atacaron a dos de Oporto. Ciertos
vecinos de Sevilla, habiendo armado un navío con vino, aceite y cáñamo, yendo
para Galicia fue asaltado cerca del cabo de San Vicente. En cuanto a las
condiciones de arrendamiento de los diezmos de la mar de Galicia y Asturias, en
1411 establecen “que los paños y pescados y otras mercadurías que se cargaren
en cualquier navío en el dicho puerto de La Coruña e en los puertos de Galicia
y Asturias para llevar a Sevilla, a Castro, a Santander e a otros cualesquier
lugares de nuestros reinos… que las puedan cargar y descargar sin pagar
diezmos”.
Se fueron incorporando técnicos
especializados, como el caso de los pilotos vizcaínos, diversificándose además
los productos objeto de comercio internacional: azafrán, mercurio, etc. La
comercialización era, sobre todo, de genoveses pero el transporte estaba
dominado por marinos vascos. Galicia tuvo un papel distribuidor de productos,
entre los que estaba la sal con destino a Arnemuiden[vi],
Llanes y la propia Galicia. Otros productos fueron grana (tinte), cáñamo,
cendra (pasta) y fruta seca, algunos de los cuales eran importaciones desde el
reino de Granada y otros puntos del Mediterráneo. Andalucía también exportaba
cereal, producto que tenía un trato diferencial en los aranceles si los
destinos eran Vizcaya y Galicia. Las licencias para distribuir este producto
son muy abundantes para el concejo de A Coruña, condado de Vizcaya o la
provincia de Guipúzcoa. Las exportaciones andaluzas de loza y jabón, la primera
hacia Portugal y el segundo muy relacionado con el aceite. Del norte de África
y del Atlántico medio llegaban a Andalucía cueros, cera, malagueta (pimienta),
dátiles, orchilla (liquen del que se obtiene un colorante), azúcar, etc.
[i] El otro
espacio hoy andaluz era el reino de Granada.
[ii] Tipo de
pescadilla
[iii]
Tellinas o pequeñas almejas.
[iv]
“Andalucía y el Atlántico norte a fines de la Edad Media”.
[v] En el
marco de la guerra “de los cien años”, que complicó a muchos estados entre los
siglos XIV y XV.
[vi]
Suroeste de la actual Holanda.
(En la fotografía un fresco de Dellepiane en el Palacio de Albertis, Génova. Representa a unas carabelas en el río Tinto frente al convento de la Rábida).
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