El Viejo Mundo y el Atlántico en un mapa antiguo |
Si se prescinde de los monjes
irlandeses –dice Céspedes del Castillo- que, con propósitos evangelizadores,
navegaron a finales del siglo VIII a Islandia y las islas Far-Oer (1), los primeros
grandes exploradores del Atlántico fueron los vikingos. Comenzando en el siglo
IX a partir de sus bases escandinavas, se irían asentando en las islas
Shetland (2), Orcadas (3) y en Islandia. A Groenlandia llegaron en el año 985 y poco
después exploraban las costas de la península de Labrador, la Tierra de Baffin (4) y el estrecho de Hudson. Conocieron la isla de Terranova y muy probablemente un
tramo –que llamaron Vinlandia- de la
costa noreste de los Estados Unidos. Los pequeños, escasos y dispersos
asentamientos vikingos en tierras que hoy sabemos americanas tuvieron una
existencia precaria y fugaz. En 1016 fueron abandonados, debido en parte a la
hostilidad de los esquimales, en parte a un ligero descenso de las temperaturas
medias anuales que hizo ya demasiado peligrosa la navegación en esas latitudes.
La colonia de Groenlandia sobrevivió
hasta principios del siglo XV, pero las tierras más al oeste no tardaron en ser
olvidadas. Hoy podemos decir que los vikingos fueron los primeros en cruzar el
Atlántico.
Ellos remaban en sus serpientes o barcas sin cubierta y con
una vela que izaban para aprovechar el viento o arriaban y extendían para
protegerse de la lluvia, pero no pudieron imaginarse la existencia de haber
estado en un nuevo continente.
Mucho tiempo después se asomaron
al Atlántico contra navegantes genoveses, catalanes y mallorquines, llevando
consigo lo mejor de sus técnicas navales, cartográficas y comerciales. Sus
expediciones al este del estrecho de Gibraltar son poco conocidas, envueltas
como estuvieron en el secreto que, desde tiempo de los fenicios, ha sido típico
de todo mercader que no desea competidores. Se sabe de una de ellas, que hasta
ahora pasa por ser la primera, en el año 1291. Empezaron a lo largo de la
actual costa atlántica de Marruecos, sobre la base de información obtenida de
pescadores de Andalucía y el Algarve; fueron natural continuación de
navegaciones de cabotaje por el litoral mediterráneo de África; su probable objetivo
sería alcanzar, hacia el sur, el entonces desconocido lugar de origen del oro y
el marfil que llegaba a todas las ciudades portuarias situadas entre Ceuta y
Túnez, a través del Sáhara. Las olvidadas islas Canarias, en las cuales habían
ya comerciado los romanos, fueron redescubiertas, estableciéndose pasajeramente
en Lanzarote un puesto comercial a principios del siglo XIV. Poco antes de 1330
se avistaban las Madeira, posiblemente por pescadores andaluces o portugueses
que, en el viaje de regreso desde aguas canarias, conocían ya que alejándose de
la costa en dirección N o NW encontraban vientos aprovechables para sus
embarcaciones hasta dar con otros muy favorables en la latitud sur de Portugal.
Los navegantes mediterráneos no
vuelven a aparecer por estas aguas desde 1389. Genoveses y catalanes
sucesivamente, concluyen que los desembolsos y riesgos asumidos en la
exploración de un nuevo mercado no ofrecen nada positivo. Recuérdese también
que las epidemias de la peste negra habían causado estragos en sus puertos de
origen. Además no se encontraban preparados para la navegación atlántica de
altura. Habían diseñado tipos de buque aptos para el Mediterráneo y sus cortos
trayectos e irregulares vientos. El mejor de sus prototipos fue la galera, larga, fina y de poco calado
para evitar bajos fondos y minimizar la resistencia del agua. Dependía de los
remos como elemento propulsor, usando una o dos velas auxiliares para
aprovechar el viento y aliviar a los remeros; era rápida y segura en aguas
tranquilas y entre puertos cercanos donde reabastecerse con frecuencia y hallar
refugio en caso de temporal. En el Atlántico, mar abierto y tempestuoso, lejos
de puerto, la galera resultaba frágil; su radio de acción muy limitado, ya que
había de cargar provisiones para una gran tripulación que incluía muchos
remeros; la capacidad de carga útil resultaba insuficiente para compensar las
largas distancias y elevados gastos diarios que es preciso multiplicar por los
muchos días de navegación.
Entre tanto, los marinos de la costa
atlántica europea diseñaban un tipo de nave más adecuado a los agitados mares
Cantábrico y del Norte: el barco redondo,
en proporción más corto y ancho que el mediterráneo, de perfil transversal
redondeado para hacer su esqueleto de madera más resistente a los embates del
mar. Era pesado y lento, pero, con su línea de flotación más alta, el centro de
gravedad quedaba bajo; esto le proporcionaba estabilidad suficiente para cargar
un aparejo de velas cuadradas más elevado y de mayor superficie que el de la
galera. Portugueses y castellanos fueron quienes por su situación geográfica se
hallaban en condiciones ideales para aprovechar lo mejor de la doble tradición
atlántica y mediterránea en construcción naval. A lo largo de un siglo fueron
mejorando el diseño y aumentando el tonelaje de sus barcas, inicialmente sin
cubierta y con uno o dos mástiles, hasta crear la carabela, un tipo de barco redondo muy ágil y maniobrero, con
cubierta y castillo de popa, que evoluciona durante casi todo el siglo XV y
aumenta de tamaño hasta alcanzar por término medio 21 metros de largo, 7 de
ancho, 2 de calado y carga útil de 60 toneladas castellanas. La carabela
utilizada a partir de 1441 en viajes de exploración, heredó de anteriores
barcos redondos su solidez, su total dependencia del viento, su pequeña
tripulación –ya que no precisa remeros- y su relativa gran capacidad de carga
que, permitiéndole llevar abundantes provisiones, le otorgaría un gran radio de
acción.
En un esfuerzo empírico por
aumentar tonelajes y reducir tripulaciones sin sacrificar demasiada velocidad
ni agilidad, fue surgiendo la nao;
capaz de cargar hasta el doble de una carabela. Así, la construcción naval
europea alcanzaba, por fin, a comienzos del siglo XVI un grado de eficacia y
calidad distinto pero comparable al de Oriente.
Porque no olvidemos –dice Céspedes
del Castillo- que entre las grandes civilizaciones del Viejo Mundo durante la
Edad Media, fue la cristiana europea la más marginal y periférica desde el punto
de vista geográfico, la más pobre desde el económico, la más inmadura desde el
cultural y estuvo, por añadidura, sometida al embate del Islam dinámico y
expansivo. Europa cristiana mostró, sin embargo, una asombrosa vitalidad, una
pasión por aplicar conocimientos teóricos a fines prácticos, con resultado de
rápidos avances en la tecnología militar, naval y comercial, y una prodigiosa
capacidad de adaptación y asimilación. Estas actitudes europeas se forjaron en
siglos de contacto con el Islam, que hicieron del Mediterráneo un mundo
dividido y en permanente conflicto, pero también una zona de difusión cultural.
Teniendo como vehículo principal las migraciones judías, Europa recibió del
Oriente no pocos de los que iban a ser elementos esenciales de su civilización:
los numerales hindúes (llamados arábigos); las invenciones chinas de la
brújula, la pólvora y la imprenta; gran parte de la ciencia clásica, que en
Europa casi se perdió tras la caída del Imperio romano, pero que fue conservada
por los musulmanes en el Oriente Medio. Así vino el Islam a enriquecer Europa
con su tecnología agrícola –uso del regadío, difusión del cultivo de la caña de
azúcar y de árboles frutales. La muy europea idea de Cruzada fue una copia
modificada de la idea musulmana de Guerra Santa; las órdenes militares tuvieron
su primer modelo en comunidades musulmanas de monjes-guerreros…
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(1) Son las Feroe, entre Escocia e Islandia.
(2) Al noreste de Escocia.
(3) Entre Shetland y Escocia.
(4) Al nordeste de Canadá.
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(1) Son las Feroe, entre Escocia e Islandia.
(2) Al noreste de Escocia.
(3) Entre Shetland y Escocia.
(4) Al nordeste de Canadá.
(Este texto es copia, casi
literal, de una parte de la obra de Céspedes del Castillo, “América hispánica”. El mapa ha sido tomado de https://franciscojaviertostado.files.wordpress.com/2016/11/1280px-vinland_map_hires.jpg).
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