sábado, 19 de enero de 2019

El duque, el palacio y los reyes

Palacio de Piedrahita (Ávila)

Al suroeste de la provincia de Ávila se encuentra la villa de Piedrahita, en el valle del río Corneja, limitado al norte por la sierra de Ávila. En la villa está el palacio de los duques de Alba, cuya construcción comenzó por orden del II señor de Valdecorneja. El palacio tiene una planta en forma de U invertida, con dos cuerpos muy sencillos para el destino que se dio al edificio; delante una plaza y detrás los campos cultivados. Hoy tiene la utilidad de ser un centro público de enseñanza.

A mediados del siglo XVIII e duque de Alba, don Fernando Silva Álvarez de Toledo[i], se fue distanciando del ejército en parte por el empeoramiento de su salud, que le llevó a solicitar al rey Fernando VI, en 1757, una excedencia de todos sus cargos para descansar en sus posesiones de Piedrahita. Como tuviese ciertas desavenencias con otros cortesanos y funcionarios (en las que no entramos aquí), escribió al Secretario de Estado al dar comienzo el verano de 1757 diciéndole:

El estado de mi salud no ha llegado a términos de poderme fiar de ella, sin correr el riesgo de experimentar en Madrid los mismos insultos que padecí, y que tanto me desviaron de mi dichosa servidumbre…, solicitando a continuación que se le prorrogase la excedencia para seguir en Piedrahita. Ricardo Wall[ii], Secretario de Estado, le contestó diciendo que por supuesto, que el rey estaba muy de acuerdo en que siguiese su descanso.

En otra carta explica a Wall que su retiro no estaba motivado por una ambición frustrada de poder, como afirmaban algunos cortesanos, pues se hablaba de que había aspirado a la Secretaría de Estado que ostentaba Wall. A partir de este momento se dedica don Fernando a la supervisión de las obras de mejora y engrandecimiento de su palacio en Piedrahita, que había sido construido sobre las ruinas de un antiguo castillo[iii]. Pero el conde de Valparaíso[iv], que le sustituía en la Corte, no dejaba de informarle sobre los avatares políticos y de otra índole. Por él supo don Fernando que se habían restaurado las relaciones diplomáticas con Dinamarca, pues este país había conseguido ventajas comerciales del bey de Argel que perjudicaban a la monarquía española.

Quizá las ambiciones de don Fernando a ocupar el puesto de Wall no eran infundadas, pues recibe también informaciones sobre el estado de salud de este, maltrecho desde una batalla en Plasencia en el marco de la independencia de la monarquía portuguesa iniciada en 1641. Parece que, cuando el de Piedrahita regresó a la Corte, lo hizo con circunspección, pues en primer lugar se cercioró de la influencia que la reina Bárbara de Braganza seguía teniendo o no en la Corte.

Don Fernando de Silva se implicó entonces en las negociaciones con Portugal sobre el Tratado de Límites de 1750, en relación con las reducciones jesuíticas entre los territorios brasileños, paraguayos y argentinos. Los jesuitas, según las dos monarquías ibéricas, se habían apropiado de potestades que eran de los estados, tratando –según los ministros de uno y otro país- a los guaraníes como esclavos, pero después de las investigaciones que se han hecho sobre las reducciones de indios, se sabe que en dichas reducciones el trato recibido por los indígenas era mucho más humano que el que solían recibir en manos de encomenderos, conquistadores, aventureros y otros frailes. Quizá ya estaba latente la oposición a los jesuitas por el voto de obediencia al papa, lo que nada tenía que ver con su labor en América. Lo cierto es que en aquellas tierras se libraba una guerra de la que se acusó a los jesuitas, y que tuvo sus momentos álgidos entre 1754 y 1756. Se acordó que casi 30.000 guaraníes debían ser trasladados de donde se encontraban hasta el oeste del río Uruguay, o bien aceptar la soberanía portuguesa si no lo hacían. Las negociaciones, no obstante, quedaron inconclusas y se paralizaron por la muerte de la reina española, a la que siguió, al año siguiente, la de Fernando VI. Después de las exequias, don Fernando dejó el cargo de Mayordomo mayor [sic] de rey.

Durante el reinado de Carlos III, don Fernando colaborará con Manuel de Roda y el conde de Aranda y el duque colaborará en la segunda Junta de la Única Contribución, el intento de reducir a una sola contribución el gran número de rentas provinciales existentes en España, que eran un estorbo para el comercio y la actividad económica en general, además de constituir un desigual trato para unos contribuyentes y otros según el lugar donde viviesen.

Fernando de Silva vivió también en primera persona los acontecimientos del motín de Esquilache, movimiento popular contra el encarecimiento de los productos de primera necesidad, pero también la instigación de la nobleza que se veía desplazada de los puestos de gobierno. El duque, que iba y venía de Piedrahita, pues su cargo no le exigía estar permanentemente en la Corte, pudo pasar desapercibido en un primer momento, pero luego fue acusado de estar con los Grandes en la instigación del motín. Debe tenerse en cuenta que, en un primer momento, el rey Carlos III no contó sino con cortesanos que trajo de Nápoles. Un contemporáneo escribió que la organización de las revueltas de 1766 fueron fáciles de organizar dadas “las buenas disposiciones del pueblo de Madrid a los tumultos”.

La participación del duque en dichos tumultos parece estar demostrada una vez que se supo que el dramaturgo Vicente Antonio García de la Huerta[v], autor del drama “Raquel”, que muy probablemente fue escrito en el palacio de Piedrahita. La obra, que tuvo un éxito extraordinario, trata de la relación amorosa del rey Alfonso VIII de Castilla con una judía, Raquel, que influyó tanto en el rey que realmente era ella la que tomaba las decisiones importantes, provocando el descontento entre la población. Se produjo entonces una sublevación popular, trasunto de las de 1766.

Muchas otras funciones desempeñó el duque don Fernando durante los reinados de Fernando VI y Carlos III, incluidas las diplomáticas, pero se retiró en 1769 definitivamente a Piedrahita, aunque unos años más tarde hizo un viaje a París para someterse a una operación quirúrgica, donde conoció a J. J. Rousseau y tuvo con él diversas conversaciones, convirtiéndose el pensador en su protegido. En 1776 falleció el duque, llamándonos la atención su periplo vital en comparación con las ideas que pudo haber compartido con el filósofo ginebrino[vi].


[i] Era miembro de las Cortes Generales de Navarra.
[ii] Sucedió a Carvajal al morir este en 1754 y se posicionó contra el marqués de la Ensenada, que sería desterrado a Granada.
[iii] Lunas Almeida, J. G., “Historia del Señorío de Valdecorneja…”, 1930.
[iv] Juan Francisco de Gaona y Portocarrero era el II. Su solar estaba en Valenzuela de Calatrava, Almagro (Ciudad Real).
[v] Nacido en Zafra en 1734 y fallecido en Madrid en 1787.
[vi] Para el XII duque de Alba puede verse la obra de Naiara María Pavía Dopazo (resumen de la cual se hace aquí), y para la relación epistolar de aquel con Rousseau, la obra publicada en 1891 de la duquesa de Alba, María del Rosario Falcó y Osorio.

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