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El azúcar, en la Europa medieval, había sido una medicina
rara y costosa que solo a finales del siglo XV comenzó a transformarse en
alimento en Portugal gracias a la producción de los archipiélagos atlánticos[i].
Esto mismo se hizo en las colonias castellanas americanas, sobre todo en Nueva
España. Sin embargo, a finales del siglo XVI, solo Puerto Rico, La Española y
algunas plantaciones próximas a Veracruz enviaron cantidades apreciables de
azúcar a Europa.
Brasil, en cambio, disfrutó de todas las ventajas y
oportunidades. Primera, la existencia de una franja casi continua de excelentes
suelos en la costa, desde Pernambuco (hoy Ricife) hasta Sâo Vicente (cerca de
la actual Santos). Segunda, una adecuada pluviosidad, que excusó el regadío e
hizo el cultivo más fácil y barato que en ninguna otra parte. Tercera, buenos
puertos próximos a los cañaverales, de los que Bahía y Pernambuco serían los
más activos. Cuarta, la previa existencia de una organización comercial para la
distribución en Europa, montada ya a finales del siglo XV con el azúcar de
Madeira y reforzada luego con las especias de Oriente, incluyendo no solo el
puerto de Lisboa, sino también socios, instalaciones y crédito en Amberes.
La mano de obra fue reclutada entre los nativos, que vivían
en circunstancias paralelas a las que años antes se dieron en el Caribe. Cuando
se forzó a trabajar a los indios, huyeron hacia las tierras del interior,
protestando los jesuitas por el mal trato que se les daba. El rey portugués
proclamó la libertad de los indios en 1570, pero la caza de estos se generalizó
mediante la “bandeira”, equivalente a las “compañas” del Caribe. Los
“bandeirantes” convirtieron Sâo Paulo en su más importante base de operaciones.
Entre 1590 y 1690, las bandeiras paulistas compraron y cazaron esclavos en
tierras cada vez más al interior, vendiéndolos en la costa a las plantaciones
de azúcar. Comparadas con las compañas, las bandeiras se desplazaron sobre
territorios mucho más extensos y con más lentitud, actuaron por muchos años. Dirigidas
y financiadas por portugueses, muchos de sus miembros fueron mestizos; sus
armas eran arcos y flechas, rara vez espadas y armas de fuego; caminaban a pie,
con limitado uso de caballos. Pero también las bandeiras exploraron tierras
desconocidas, descubrieron minas y actuaron como una vanguardia mestiza de la
europeización.
El cultivo de la caña requería talar y roturar la selva,
sembrar los plantones que crecían con rapidez y pocos cuidados, y cortar la
caña crecida y madura, una y otra vez hasta el agotamiento del suelo en unos
seis años. Este se abandonaba entonces, ya que había terreno de sobra para
volver a roturar y plantar; la propiedad del suelo se basó en la concesión de
extensas “sesmarias” con carácter hereditario, en parte cultivadas por el dueño
y en parte cedidas a largo plazo a “lavradores” o arrendatarios. Pero la
preparación del azúcar exigía inversiones fuertes. La caña debía cortarse en el
momento oportuno, llevarla al trapiche (“engenho de assucar”) y exprimirla sin
demoras. El número de trapiches aumentó debido a la demanda de azúcar.
El azúcar de Brasil, primer monocultivo tropical americano a
gran escala, originó un sistema comercial muy flexible y menor organizado que
el castellano de la plata. El monopolio de Lisboa, con concentrar la mayor
parte del azúcar, fue menos rígido y por menos tiempo que el castellano. A
diferencia de los castellanos, que se veían obligados a comprar los esclavos
negros a intermediarios portugueses, estos podían conseguirlos directamente sin
restricciones legales en sus “feitorias” de Guinea, Angola o Benguela a precios
bajos. El viaje entre Angola y cualquier puerto brasileño duraba entre 35 y 60
días, lo bastante largo para que las peores endemias tropicales de África no se
transmitieran al Brasil, ya que los enfermos morían en el camino, y resultaba
lo bastante corto para que el flete no fuese excesivo y los esclavos no
llegasen agotados. La importación de africanos al Brasil comenzó antes de 1550,
pero a partir de 1570 creció, pues los dueños de sesmarias había prosperado y
podían comprar más esclavos.
La esclavitud, institución tan antigua, por lo menos, como la
civilización, estaba en decadencia en Europa y, a finales del siglo XV, en vía
de extinguirse, lo que ocurriría, y antes que en el resto del mundo. Pero la
colonización de América revitalizó el papel de la esclavitud y, con la trata de
negros, se ocasionaría la emigración forzosa de mayor magnitud que registra la
historia. Mientras las colonias de Castilla en América desarrollaron su
producción para cubrir una gran parte de sus propias necesidades, Brasil
dependió por completo de importaciones y exportaciones, al menos hasta 1640.
De igual manera que los beneficios originados por la
producción de plata –dice el profesor Céspedes- fueron pagados por muchos
indios con la tragedia del trabajo forzoso en las minas, los beneficios conseguidos
con el azúcar brasileño tuvieron el precio de la esclavitud de negros africanos
e indios nativos y el horror de un tráfico negrero que en el siglo XVIII
alcanzaría proporciones masivas. Como siempre sucede, quienes disfrutan los
provechos no son los mismos que quienes pagan su precio en trabajo, explotación
y sufrimiento.
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