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Alejandro García Sanjuán ha
estudiado las primeras descripciones geográficas que se hicieron de al-Andalus
en la Edad Media por musulmanes, entre los que destacan el iraní Ibn Jurgadbah,
el iraquí al-Yaqubi, al-Istajri, al-Muqaddasi, e ibn Hawqal entre otros. El
topónimo al-Andalus aparece por primera vez mencionado en un dinar bilingüe
árabe y latino del año 716, como nombre árabe que designa al territorio
denominado hasta entonces Hispania.
La literatura geográfica árabe se
debe al califato abasí y se desarrolla a partir del siglo IX, ya que el estudio
geográfico autóctono de al-Andalus no se da hasta el siglo siguiente con la
obra de al-Razi, no conservada en su versión original, y luego con el
almeriense al-Udri y el onubense al-Bakri.
Ibn Jurgadbah fue funcionario de
la administración abasí como jefe de Correos, y su obra geográfica está fechada
en 846-885, aunque a al-Andalus le dedica muy poco espacio. Dice que Narbona es
el punto limítrofe de al-Andalus con los francos, y que de Toledo a la capital
Omeya la distancia era de 20 noches, estimando en un mes de marcha las
dimensiones del país. En cuanto al poblamiento urbano habla de cuarenta
ciudades de las cuales menciona unas pocas: Mérida, Zaragoza, Narbona, Gerona y
al-Bayda (esta, una de las denominaciones de Zaragoza). Añade lo que luego será
un lugar común, que al-Andalus es feraz y produce una gran variedad de frutos,
y ofrece una etimología original cuando dice que la gente de Córdoba se llaman
hispanos debido a la procedencia del rey Rodrigo, vinculado a la ciudad de
Ispahán[i].
Incluye a al-Andalus entre los
territorios pertenecientes a Europa, una de las partes en que divide a la
Tierra, junto con los eslavos, los bizantinos, los francos y Tánger hasta
llegar a Egipto. Vuelve a mencionar al rey Rodrigo al hacerse eco de la leyenda
de la casa de los siete candados de Toledo[ii],
la más célebre de todas las relacionadas con la conquista musulmana de la
Península. Su texto será copiado por Ibn al-Faqih, autor de un tratado fechado
en 903.
Al-Yaqubi, vinculado a la
administración abasí, es considerado por algunos historiadores como el primer
representante del género conocido como “los caminos de los reinos”, y es el
primero que dedica un apartado específico a al-Andalus: “La península de
al-Andalus y sus ciudades”, en lo que demuestra conocer el carácter peninsular
de Hispania; es también la descripción más antigua del territorio andalusí.
El texto está organizado en forma
de recorrido por los principales núcleos urbanos, los asentamientos de contingentes
árabes y los cursos fluviales. Comienza con la forma de acceder al-Andalus
desde la costa norteafricana (Tanas) hasta Tudmir (Murcia), donde menciona,
entre otros núcleos, a Lorca. A partir de aquí inicia su recorrido mencionando
veintiún núcleos urbanos: Córdoba, Elvira (Granada), Rayya (Málaga), Sidonia,
Algeciras, Sevilla, Niebla, Beja, Lisboa, Ocsóbona (Mértola), Mérida, Jaén,
Toledo, Guadalajara, Zaragoza, Tudela, Huesca, Tortosa y Valencia. Dedica
atención, por primera vez un geógrafo musulmán, a los pueblos no musulmanes[iii]:
cuando habla de Mérida dice que limita con los politeístas; de Tudela dice
también que es fronteriza e igualmente Huesca. Es también el primero en aludir
a las principales vías fluviales, entre las que menciona el Guadalquivir, el
Guadiana, el Duero (que confunde con el Tajo, pues lo sitúa en Toledo), el Ebro
y el Júcar.
Durante el siglo X surge una
verdadera geografía humana por cuatro autores: al-Istajri, Ibn Hawqal,
al-Muqaddasi y al-Muhallabi, pero solo los tres primeros aportaron información
sobre al-Andalus y al-Muqadassi e Ibn Hawqal pueden ser considerados
partidarios de los Fatimíes, rivales de los Omeya. El segundo de ellos es el
primero que escribe su obra a partir de datos de su observación directa.
A-Istajri vivía en 951 según
García Sanjuán[iv], y su
obra incluye algunas características de la producción económica de al-Andalus.
En otro apartado distingue los itinerarios entre las ciudades más importantes y
se añaden algunas coras como las de Rayya, Valle de los Pedroches (al norte de
la actual provincia de Córdoba), Córdoba, Santarem y Elvira. Destaca la
preeminencia urbana de Córdoba y señala la existencia de una sola ciudad nueva,
Pechina (en las proximidades de la actual Almería). Hace referencia a la
rebelión de Ibn Hafsun en la cora de Rayya, iniciada contra los emires
cordobeses hacia 880 y no terminada –ya muerto el caudillo- en 920 con la toma
de Bobastro, en el interior de la actual provincia de Málaga.
Se refiere a la importancia de la
producción de seda en Elvira, de la minería del oro y plata tanto en Elvira
como en Murcia y cerca de Córdoba. También destaca en Tudela la importancia de
la marta cebellina, apreciada por su piel, y la producción de ámbar en Santarem.
Estudia tanto a los no musulmanes de al-Andalus como a los beréberes y sitúa la
frontera islámica en la línea que une Mérida, Nafza (¿Vascos?)*, Guadalajara y
Toledo, lo que denota que el límite del dominio musulmán se situó, tanto
durante el emirato como durante el califato en torno al Sistema Central. Es el
primer autor que menciona núcleos del territorio cristiano, como Zamora y
Oviedo, donde sitúa al soberano astur, y también es el primero en prestar
atención a los beréberes, señalando la existencia de dos ramas principales. La
segunda parte de su descripción la dedica a los itinerarios, citando a más de
treinta núcleos.
Con el hierosolimitano
al-Muqaddasi se produce un nuevo avance, a pesar de que nunca estuvo en
al-Andalus, aprovechando numerosas fuentes que se manifiestan, por ejemplo, en
la descripción de Jaén. Él mismo dice haber contactado con sabios andalusíes
que le informaron sobre los distritos de Córdoba, en total trece, con sus
correspondientes ciudades y, estando en La Meca en los años 987-988, se dedicó
a obtener información sobre Córdoba, siendo su relato el más completo hasta
ahora en la descripción de dicha ciudad. Explica en su obra el por qué de la
preferencia malikí en al-Andalus, siendo el primer autor oriental que incide
sobre este aspecto.
Menciona unos sesenta topónimos,
de los cuales describe, con mayor o menos amplitud, unos veinte, y no deja de
hacer juicios de valor sobre la práctica de la yihad. En cuanto a la población andalusí aprecia la abundancia de
leprosos, eunucos, antipáticos y avaros, pero nota la escasez de predicadores,
los que en al-Andalus se consideraban alborotadores, mientras que en el oriente
abasí el predicador no oficial era un referente de autoridad que gozaba de
prestigio. Comenta, por último, la política sunní de los califas Omeya de
Córdoba en oposición al chiísmo oriental.
Ibn Hawqal era natural de Nisibis,
al sudeste de la actual Turquía, estando ante un autor que visitó personalmente
el territorio que describe, alcanzando la descripción de al-Andalus con él, su
punto culminante hasta el momento. Su obra es el resultado de los viajes
realizados a lo largo de treinta años desde que comenzó una peregrinación en
943, llegando a la península Ibérica a mediados del siglo X, siendo editada su
obra en torno a 988.
Es el primer autor que se ocupa
de estudiar la fiscalidad y la organización militar de al-Andalus en su tiempo,
el de Abderramán III. Habla de un país desarrollado, económicamente próspero,
rico en agricultura, diciendo que aún así hay territorios sin cultivar,
destacando la abundancia de cursos de agua, bosques y ríos. También le
interesaron el poblamiento y el urbanismo, destacando la importancia de Sevilla
con su abundancia de frutos, viñas e higos, pero mayor era Córdoba, “la ciudad
más grande del Occidente islámico”, con zocos, mezquitas, baños y alhóndigas, equivalente
“a la mitad de Bagdad”. De las ciudades de al-Andalus dice que tienen
importancia sus cosechas, su comercio y sus viñas, cultivos tanto de secano
como de regadío.
Vuelve a Córdoba para decir que
sus pobladores vestían prendas de lino fino y seda, con monturas bien equipadas
aunque sin silla, y con una ceca que acuñaba 200.000 dinares anuales, datos que
afirma haber obtenido de funcionarios de Abderramán III. Sobre los habitantes
del estado Omeya dice, en cambio, que muestran desdén por las cualidades
bélicas y que el ejército de al-Andalus, en la época, era incapaz, pues ni
siquiera se utilizaban estribos en la caballería[v].
De todo ello deduce Ibn Hawqal que el territorio estaba mal defendido de los
ataques realizados por normandos, turcos, pechenegos, eslavos o búlgaros,
esporádicos sin embargo.
Un siglo más tarde, otro autor no
andalusí, el emir granadino de la dinastía beréber de los ziríes, Abd Allah, al
hablar de las reformas militares de Almanzor dice que los andalusíes se
negaban a participar en las campañas militares porque ello les impedía
dedicarse a trabajar la tierra. La escasa militarización de la sociedad
andalusí frente al expansionismo cristiano dependía de la fuerza bélica de los
beréberes.
[i] Quizá en
el centro de la meseta irania.
[ii]
Hércules habría fundado Toledo y edificó un palacio que cerró con férreas
puertas. Al tiempo lanzó una maldición por la que el que se atreviese a entrar
en el palacio perecería sin remedio y arrastraría a todo su reino. Rodrigo, el
último rey godo de Hispania, irrumpió en dicho palacio y encontró en él un
pergamino donde se relataba la inminente conquista musulmana.
[iii] Se
llamaba “gallegos” a los habitantes de todo el cuadrante noroeste peninsular,
probablemente por la Gallaecia, de época romana.
[iv] Este
resumen se basa en el trabajo “La caracterización de al-Andalus en los textos
geográficos árabes orientales (siglos IX-XV)”.
[v]
García Sanjuán dice, siguiendo a L. White, que los estribos procedían de Asia
central y que se difundieron en Occidente desde comienzos del siglo VIII,
traídos probablemente por los ávaros. La iconografía, por su parte, muestra al
caballo mucho más presente en el arte islámico oriental que en el andalusí.
* Hoy es un yacimiento arqueológico de una antigua madina de la que hay constancia estuvo habitada entre los siglos IX y XII. Se encuentra al sureste de Puente del Arzobispo. Ver aquí mismo "La transierra extremeña: musulmanes y cristianos".
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