Fotografía del periódico Sur
La formación polifacética y los esfuerzos de Ángel Herrera
Oria no le impidieron incurrir en una elemental contradicción al identificarse
con el régimen del general Franco, al que no cuestionó por muchos afanes que
demostrase en lo que se ha llamado catolicismo social.
La guerra civil le cogió ya con cincuenta años, después de
haber vivido la mayor parte de ellos durante el régimen de la Restauración
monárquica. Fundador de la Editorial Católica y de la escuela de Periodismo de “El
Debate”, también lo fue de la Asociación Católica de Propagandistas. El
historiador José Cepeda Gómez[i]
señala que es una de las pocas excepciones de intelectual en el episcopado
español, de “mediocre calidad”.
No pocos grupos sociales han considerado que la Iglesia “es
de los ricos”, explicándose así el anticlericalismo hispano que tantos adeptos
ha tenido desde el siglo XIX. Ángel Herrera –dice el autor citado- fue un
obispo “distinto”, destacando como organizador dedicado a la formación de
minorías selectivas, a lo que también se dedicaría el “Opus Dei”, desde 1928,
fundado por Escrivá de Balaguer. Herrera parece querer romper con el “funesto
liberalismo del siglo XIX”, capaz de muchos cambios pero no de mejorar las
condiciones de vida de la mayoría de la población.
Uno de los discípulos de Ángel Herrera fue Alberto Martín
Artajo, ministro de Franco desde 1945 y hacedor de los acuerdos con el Vaticano
y Estados Unidos para sacar a la dictadura de su aislamiento internacional. Si
tenemos en cuenta que la época más “social” del franquismo fue la primera,
cuando Falange tuvo clara influencia en él, Herrera Oria no se identificó con
dicha organización, sino que prefirió recurrir siempre al propio Franco para
sus objetivos. Son los años cuarenta del siglo XX, al final de los cuales la
colaboración de Herrera con el franquismo empieza a mostrar sus contradicciones
más notables.
Herrera consideró, según Cepeda Gómez, que la “íntima
trabazón de la Iglesia y el Estado” sería beneficiosa, pero lo cierto es que
tal condición se daba desde hacía siglos y no solamente en España, al tiempo
que, como ya había establecido el papa León XIII, los eclesiásticos debían
acatar a los “gobiernos de hecho”, buscando una política de “concordia”.
Herrera fue partidario de un régimen “mixto”, aquel en el que entran elementos
de monarquía, aristocracia y de democracia, combinación ciertamente difícil, si
no imposible, de formar. No parece haberle importado a Herrera que con el
general Franco la monarquía hubiese sido arrumbada hasta la muerte del mismo.
En definitiva, Herrera aceptó la “democracia orgánica” del
franquismo, considerada por él en 1959 como una “fórmula feliz” que, como
sabemos, no era democracia ni para los estados democráticos del momento ni para
la oposición al régimen. Herrera se refirió con frecuencia al escándalo que
representaba el enriquecimiento de unos pocos colaboradores del régimen
franquista, mientras la mayoría de la población estaba gravemente empobrecida,
pero lo cierto es que uno de los grupos que se enriqueció, más aún de lo que lo
estaba, fue la Iglesia católica. No dejó de ver Herrera que entre los que
controlaban la economía había claros vínculos con el régimen, criticando a
terratenientes, industriales y financieros, pero sin cuestionar la esencia del
régimen franquista que, en definitiva, era el caldo de cultivo de aquellos
escándalos.
La Iglesia estaba encuadrada perfectamente en el sistema, por
mucho que, en el plano teórico, se encuentren algunas islas como la Carta de
los obispos andaluces de 1945 (sobre la situación del campesinado), las Semanas
Sociales de 1949 y 1950, y algunas homilías de ciertos obispos. La aparición de
la Hermandad Obrera de Acción Católica, nacida en 1946, y Juventud Obrera
Católica[ii]
un año más tarde, no pudieron hacer aquello para lo que habían nacido, de la
mano de la jerarquía católica, aunque en su seno se formaron sindicalistas que
luego dieron origen a lo que serían la Unión Sindical Obrera y las Comisiones
Obreras, estas sí, organizaciones enfrentadas al franquismo y que sufrieron su
represión, pero ya sin la tutela de la Iglesia.
Los primeros brotes huelguísticos durante el franquismo se
dan en 1951, cogiendo a la Iglesia acomodada y a contra pie, aunque hubiese
obispos como Herrera que, desde 1947 en la diócesis de Málaga, quisiesen otra
cosa sin darse cuenta (o dándose) de que era imposible reivindicar mejoras para
la clase trabajadora si se les negaba el más elemental de sus derechos, que era
organizarse libremente y expresar por todos los medios lícitos sus
reivindicaciones. El historiador Sánchez Jiménez ha constatado sendas cartas de
Carrero Blanco y Martín Artajo dirigidas a Herrera y a Ruiz-Jiménez, en 1951,
quejándose de la “tolerancia” de la jerarquía católica con la HOAC y la JOC.
En efecto, como obispo de Málaga pudo ver que en su diócesis
los católicos practicantes alcanzaban el número más bajo de España, que la
provincia se encontraba atrasada aún teniendo en cuenta el atraso del conjunto
de España, que el nivel educativo estaba por los suelos dándose las cifras más
elevadas de analfabetismo, solo superada por la provincia de Jaén, y que el
pueblo vivía sometido a un régimen casi “señorial” (en palabras del propio
Herrera recordadas por Cepeda Gómez). Herrera vio que España era una de las
naciones más injustas socialmente hablando, pero ello no le llevó a enfrentarse
al franquismo porque hubiese supuesto su eliminación como obispo y,
probablemente, su expulsión de España.
Escandalizado por la situación social en el campo andaluz,
reivindicó una reforma agraria para la que quiso contar con el apoyo del propio
Franco (al que Herrera consideraba poseído de gran preocupación por el problema
social, según Cepeda Gómez), así como con los católicos adinerados en Málaga y
Madrid, sin tener en cuenta (o teniéndolo) que estos adinerados eran causa
principal de los males del campesinado. Para Herrera, Franco debía ser la base
de toda reforma, pero lo cierto –como sabemos- los que tenían verdadera
conciencia social estaban en las cunetas, en las cárceles, en el exilio o en la
clandestinidad.
En una de las facetas que más se han destacado de Ángel
Herrera, parece que no se hace justicia: sus preocupaciones sociales, de
existir, chocaban con una contradicción manifiesta; no tiene sentido poner una
vela a Dios y otra al diablo.
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