En el siglo XIX y hasta 1937, el
carlismo era algo definido: defensa del absolutismo y del pretendiente que lo
encarnaba, de los fueros locales, de una religiosidad tradicional… Pero con el
Decreto de Unificación del año citado, el general Franco comenzó la
domesticación del carlismo como, años más tarde, haría con Falange, que se
convirtió en un grupo de burócratas al servicio de la dictadura militar.
Durante el franquismo hubo una gran
cantidad de tendencias que ponían el acento, cada una respectivamente, en el
apoyo a un pretendiente distinto, a una personalidad dirigente distinta, en el
regionalismo o en el nacionalismo español, en el conservadurismo, en el
integrismo, en el tradicionalismo[i],
y en una sola cosa los carlistas estaban unidos: no eran demócratas.
Fal Conde, en una carta de mediados
de 1955, dice que “en toda España se nota en el Carlismo el efecto del
cansancio”, pero añade que “aún existimos después de diecinueve años…”,
considerando al carlismo como oposición al régimen de Franco, lo que,
evidentemente, no era.
El carlismo tuvo importancia militar
durante la guerra civil de 1936, en algunas provincias, a partir del acuerdo de
Fal Conde con el general Mola y la orden de levantamiento armado firmada por el
anciano pretendiente Alfonso Carlos y Javier de Borbón, pero el Decreto de
Unificación citado puso de manifiesto que Franco no iba a contar con el
carlismo, más allá de algunos símbolos como ponerse la boina roja en algunas
ocasiones. El confinamiento[ii]
de Fal Conde y la expulsión de Javier de Borbón[iii]
confirmaron dicha realidad.
El carlismo no se consideró vencedor
pleno en la guerra, pero sí disfrutó de algunas mieles, como no ser perseguido
salvo muy tardíamente. La “Manifestación de Ideales” de 1939 y la “Fijación de
Orientaciones” de 1940 muestran que el carlismo tenía un proyecto propio para
España sin contar con el general Franco más que el tiempo necesario: “Los
poderes del Generalísimo son circunstanciales…”, recoge M. Martorell[iv],
considerando éste autor que el carlismo estaban contra Franco y la Falange,
comprensible en éste caso, pero ya se verá que no en el primero.
Mientras tanto el pretendiente
carlista estaba en un campo de concentración nazi sin que, al parecer, el
general Franco moviese un dedo para liberarlo, y en España se daban sonoros
incidentes entre carlistas y falangistas, quizá el más notable de ellos el de
un atentado con bomba contra una concentración carlista en el santuario de
Begoña, Bilbao, en agosto de 1942.
Tras la segunda guerra mundial,
Javier de Borbón reasumió sus funciones al tiempo que se empiezan a sufrir
escisiones, la más notable la que encabezó el archiduque Carlos de Habsburgo[v]
desde 1943, por la que se proclamó Carlos VIII. También un grupo de carlistas
se desplazó a Estoril, donde vivía Juan de Borbón, para reconocerle como
sucesor del último “rey carlista”, Alfonso Carlos. Alguna esperanza pudieron
albergar unos y otros cuando, en 1947, las Cortes de Franco aprobaron la Ley de
Sucesión, en la que se decía que España es un reino y que la monarquía católica,
social y representativa, se vería encarnada en su día en la persona de un
príncipe español.
Algún trabajo hicieron los carlistas
en el ámbito estudiantil mientras el pretendiente Javier hace algunas entradas
clandestinas en España: juró los fueros vascos junto al árbol de Guernika
(1950) y los fueros catalanes en Montserrat un año más tarde. En 1952 Javier de
Borbón, en Barcelona, se titula “rey” ante su Consejo Nacional. En 1954 se
llevó a cabo la primera concentración en Montejurra[vi]
con un éxito notable si es cierto que acudieron a ella doce mil personas. Será
en 1955 cuando cese Manuel Fal Conde como delegado “regio” siendo sustituido
por un secretariado presidido por José María Valiente[vii].
Pero también a esta línea política le
salieron opositores, pues los más jóvenes dejaron a Javier de Borbón al margen
y promocionaron como sucesor a Carlos Hugo. La aceptación del carlismo entre la
población, llegados los años sesenta, era muy baja porque no se había
infiltrado ni en el movimiento obrero, ni en otros sectores sociales, aunque
existían no pocas delegaciones de los “Círculos Vázquez de Mella”[viii],
pero seguían produciéndose defecciones, como una nueva visita a Estoril para
reconocer a Juan de Borbón (en éste caso por parte del conde de Rodezno y otros).
Tomás Domínguez de Arévalo, conde de Rodezno había sido ministro de Justicia
con Franco y, más tarde, consejero nacional franquista y procurador en Cortes.
Antes se había producido la manifestación liderada por Mauricio de Sivatte,
opuesta a Javier de Borbón y al franquismo, pero por considerarlo “izquierdista
y masónico”. La recuperación de Sivatte por Javier de Borbón resultó imposible,
a pesar de los elogios que le dedicó. Entre tanto, Juan de Borbón, agradecido
por las visitas de carlistas para reconocerle, de vez en cuando se tocaba con
una boina roja…
Se produjeron transformaciones en el
carlismo durante la década de los sesenta, pero sobre todo siguen otras
alternativas en su seno, provocando una dispersión que será la ruina definitiva
(si no desmiente esto el futuro). Con Carlos Hugo al frente de los jóvenes
carlistas, se inicia una política de apartamiento de aquellos que eran más
proclives a la colaboración con Franco, no obstante el pretendiente citado se
entrevistó en 1962 con el dictador, lo que se repetirá dos veces más.
Esto ocurría mientras se formaba “Movimiento Obrero Tradicionalista” (1963) que
preconizó la ruptura total con el franquismo y la violencia como método: sin
consecuencias.
El general Franco, mientras tanto,
consentía las actividades del carlismo porque eran inocuas y, sin embargo, Javier de Borbón, alentado por su hijo Carlos Hugo, decide dar un giro que
situó al carlismo “en aguas extremadamente peligrosas”. A principios de 1965
se celebró en el castillo de Puchheim (Austria) una asamblea de dirigentes
carlistas, pero con notorias ausencias. Javier de Borbón aceptó el título de
“rey” como confirmación a lo que ya se había producido discretamente en
Barcelona (1952), apuntando aquella reunión en dos direcciones: posibilidad de
“engarce” ente carlismo y franquismo y, en palabras del pretendiente, contar
“con la participación del pueblo… igualdad entre los hombres” y la necesidad de
convencer a los no monárquicos, “porque la democracia en la Monarquía
Tradicional, más aún que el votar, está en el participar…”.
El carlismo se ha caracterizado, en
los años a que nos referimos aquí, por muchas reuniones vacías, muchos
nombramientos y condecoraciones, muchas escisiones y poca implantación social,
mientras se dieron, en esta época, numerosas renuncias. Juan de Borbón contaba
con un Consejo Privado del que formaban parte influyentes franquistas: Areilza,
Sáinz Rodríguez, Pemán, Sánchez Agesta, Luca de Tena y otros. Javier de Borbón
quiso tener un órgano parecido, pero no encontró a quienes quisiesen formar parte de
él, o por lo menos no los consagrados como Fal Conde, Álvaro D’Ors y otros.
Tuvo que valerse de los más jóvenes, una vez más, que todavía no habían visto
el callejón sin salida en que se encontraba el carlismo.
Javier de Borbón, desde Hendaya, se
dirige a ellos recordándoles “las tristes experiencias de la España liberal”,
por lo que no parece que el carlismo se tomase el voto y la participación en
serio, y proclamaba que “el momento que vivimos está indudablemente muy cerca
de la victoria…”, en lo que demostraba la falta de realidad en sus
apreciaciones. Del Valle de los Caídos salieron resoluciones como que el
carlismo no era criticado por la sociedad, como sí lo era el franquismo
(evidentemente la sociedad ignoraba al carlismo) y que los regionalismos debían
ser fomentados, que existía una mala distribución de la propiedad, que el
sindicato debe estar al servicio de los trabajadores, que se puede defender la
propiedad privada y no el capitalismo, que es necesaria una reforma agraria y
que el cooperativismo es el mecanismo para ella. Que había un mayor interés por
el carlismo que en tiempos pasados, lo desmiente la historia.
En aquella reunión del Valle de los
Caídos los carlistas hicieron valoraciones como que su fracaso o situación se
debía, sobre todo, a la falta de propaganda, a la falta de dirigentes y por no
tener acto de presencia en los problemas de la sociedad. Valoraron
positivamente la ley de prensa hecha aprobar por Fraga Iribarne, que eliminaba
la censura previa, y les importó la imagen que se tenía del carlismo fuera de
España: el 36% de los encuestados, según los carlistas españoles, les
reconocían como fascistas (lo que no se corresponde con la realidad) y el 19% les consideraba antidemócratas (lo que parece indudable).
Del Valle de los Caídos salieron
acuerdos como el poder aceptar cargos públicos e incluso buscarlos, la
continuación del diálogo con el Gobierno y la colaboración con la Falange no
oficial, así como con fuerzas políticas ajenas al 18 de julio, pero… criticar
al Gobierno no debía suponer hacerlo al Jefe del Estado. Se decidió, por tanto,
que el carlismo debía actuar dentro de la legalidad, por lo que quedó
descolgado de la oposición democrática cuando murió el dictador y se produjo la
transición al régimen de 1978.
La prueba de que los carlistas
estaban en el régimen aunque pretendiendo aparentar que no es que, mediante una
encuesta hecha por ellos mismos, en 96 ocasiones habían dialogado con Gobernadores
Civiles y otro tanto con Jefes Locales del Movimiento; en 88 casos con alcaldes
capitalinos; en 67 casos con Presidentes de Diputaciones y en 54 ocasiones con
Jefes Superiores de Policía. Solo 25 veces con obispos, en lo que se puede
ver la intención de la jerarquía eclesiástica de no mezclarse con quienes no
tenían futuro.
En cuanto a la mujer, se proclamó la
igualdad de derechos y obligaciones con los hombres, pero sólo 17 congresistas
apoyaron que una mujer pudiera alcanzar la Jefatura Delegada” del carlismo, y
se propusieron tomar el control de las asociaciones de excombatientes y de los
círculos Vázquez de Mella, que en el momento estaban formando parte del
Movimiento franquista.
Las autoridades intervinieron en el
acto carlista del Valle de los Caídos, pero los congregados se negaron a
disolverse como se les pedía saliéndose con la suya, proclamando por fin que
habían de ser oposición al régimen pero “constructiva, necesaria y prudente”.
Carlos Hugo dijo: “Como el régimen no se abría, había que provocarle para que
tomase una postura más opuesta a nosotros. No queríamos aparecer… como
tolerados… Mientras toda España era víctima de Franco, nosotros no podíamos ser
simplemente tolerados”. Un próximo congreso carlista no sería autorizado y tuvo
que celebrarse en Francia.
Tanta retórica, colaboración, oposición “prudente”, tanta falta de compromiso con los verdaderos problemas de la población, llevaron al carlismo a un callejón sin salida. Ya no se trataba del siglo XIX; finalizaba el siglo XX y el carlismo no sabía lo que era…
[i] Carlos Hugo de Borbón se expresó en términos parecidos, fuente que recoge J. C. Clemente en su obra “Carlos Hugo de Borbón Parma…” y que cita Daniel J. García Riol en su tesis doctoral “La resistencia tracionalista…”.
[ii] Habiendo pretendido crear una Real Academia militar carlista, tuvo que exiliarse a Portugal ya durante la guerra, y al volver se opuso a que los carlistas formasen parte de la “División Azul”
[iii] Permaneció fuera de España durante la guerra, pero entró dos veces en 1937.
[iv] “Retorno a la realidad…”.
[v] Miembro de otra rama de los descendientes de Carlos María Isidro.
[vi] Al oeste de Navarra, es una montaña en cuyas proximidades se dieron en el siglo XIX varias batallas carlistas.
[vii] Natural de Chelva (norte de la provincia de Valencia), fue partidario de la colaboración con el franquismo. Había sido dirigente de la CEDA durante la II República.
[viii] Quizá el teórico más notable del tradicionalismo (1861-1928), su labor política se desarrolló durante el régimen de la Restauración.
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