Boqueras (fotografía de José Luis Gálvez y Alberto Losada)
Es sabido que los riegos para la agricultura se practicaron
ya en época romana y luego se intensificaron con los musulmanes en la península
Ibérica. Antonio Gil Olcina[i],
en un excelente trabajo, distingue entre la escasez de lluvias y la de agua,
siendo aquella la que afecta a algunas regiones españolas, particularmente el
sudeste.
La más antigua medida para atenuar la escasez de lluvias
–dice- fue la selección de cultivos al régimen pluviométrico, eligiendo estos
por sus reducidas exigencias hídricas: vid, olivo y algarrobo. En ocasiones,
además de requerir poca agua, su ciclo resultaba acorde con el ritmo estacional
de precipitaciones, como ocurre con los cereales de invierno, pues la
preocupación básica era el logro de la cosecha cerealista, base de la alimentación.
Otro recurso fueron las aguas turbias para el riego, generalmente en
escorrentías intermitentes siguiendo la sabia y secular adaptación a los
aguaceros de fuerte intensidad.
Pero son las boqueras las obras que han permitido desviar
parte del agua de los ríos a los terrenos cultivados: una presa interrumpe
parcialmente el curso del río, lo que permite que el agua siga por un cauce
lateral al mismo que se ha hecho en la dirección deseada. Estas boqueras pueden
estar muy próximas entre sí, aprovechando la pendiente que salva el caudal del
río. Este sistema permite el aprovechamiento del agua allí donde se
necesita, máxime si, como en la arboricultura, son escasas las exigencias
hídricas.
Cavanilles[ii]
explicó estas necesidades de riego señalando que, a veces, uno solo basta para
asegurar y aumentar las cosechas de olivas, higos, almendras, vino y
algarrobas, continuando el ilustrado que “el suelo entero se mejora con el
cieno que traen las aguas”. Los riegos de boquera se emplearon en el sureste ibérico
desde muy antiguo, consolidándose con los musulmanes que lo aplicaron a gran
escala, por ejemplo en el río Guadalentín[iii].
Secularmente también se han aterrazado las tierras para regarlas si la
topografía así lo exigía, siendo el aspecto de las terrazas variado, en
ocasiones por los muretes que las cierran.
También las agüeras con cauces perimetrales que concentran la
escorrentía de los relieves circundados para llevar el agua a los terrenos
cultivados, y menos frecuentes son las presas de ladera, hechas con muros de
tierra en las laderas de los ríos para que se almacene el agua de lluvia que ha
de ser llevada a los campos cultivados.
Los regadíos de turbias se extendieron mucho en las grandes
roturaciones del siglo XVIII, manteniéndose hasta que, desde mediados del siglo
XX, se experimentó un éxodo rural notable.
Los azudes son muros más pequeños que los que forman una
presa, que permiten conducir el agua de un río hacia una acequia, siendo los
dispositivos básicos en los grandes regadíos del sureste ibérico, existiendo ya
en época romana pero mucho más con los musulmanes en la vega de Lorca. De ello ha escrito al-Himyari[iv]:
“Éste río [Guadalentín] posee… dos lechos diferentes, uno más elevado que el
otro… [cuando se necesita] se eleva el nivel del río por medio de esclusas
hasta que alcanza su lecho superior…”, utilizándose entonces sus aguas para
regar. Los azudes pueden tener forma de ruedas con palas en el curso de un río
que, movidas por la corriente de agua, saca esta para el riego. Los azudes
permiten el riego de las tierras situadas en el llano de
inundación del río, pero no las de sus terrazas, que precisan elevación por
medio de norias.
Es famoso el azud de la Contraparada[v], que ha sido arruinado varias veces por las avenidas del Segura y otras tantas rehecho. Puede afirmarse que las ruedas de corriente fueron patrimonio de los hispanorromanos tanto en la Bética como en la Cartaginense, correspondiendo la mayor densidad a la cuenca del Segura. Tomando agua de acequias mayores y brazales, sus diámetros oscilan entre 9 y 13 metros, siendo cantadas estas norias por los poetas y también citadas en las “Etimologías” (Isidoro de Sevilla) del siglo VII. Para parcelas por encima de los cauces de riego fue empleado el cigoñal, una pértiga sostenida por una horquilla que en el extremo hacia el agua pende un recipiente y en el opuesto un peso.
Cuando se produjo el repartimiento de Murcia (a partir de la segunda mitad del siglo XIII) se usó mucho éste término, consiguiéndose así elevar el agua a razón de unos quince metros cúbicos por hora. También se usaron aguas subterráneas, aunque en menor cantidad, que eran captadas por medio de “foggaras”, presas subálveas[vi], cimbres y norias de sangre[vii]. Los primeros son similares a los “qanats”[viii] iraníes, restando algún ejemplo como la “Font Antiga” de Crevillente, al sur de la actual provincia de Alicante. Dichas norias de sangre permiten sacar agua de mantos freáticos someros. Una presa subálvea famosa, de origen árabe, fue construida bajo el lecho del río Guadalentín a la altura de Lorca. Los cimbres también captaban el agua de los acuíferos poco profundos y la conducían a la superficie.
Con la conquista cristiana del sureste peninsular se produjo
una paulatina separación entre agua y tierra, consecuencia de los
repartimientos que supeditaron la primera a la segunda. Desde entonces se puso
en marcha un sistema de tandas o turnos para el uso del agua de forma
proporcional a la superficie, siguiendo las cesiones onerosas de turnos de uso
del agua mediante venta o subasta. Esta separación entre agua y tierra –dice Gil
Olcina- fue máxima en la vega de Lorca, de forma que la única manera de acceder
al agua fue la subasta. Las tandas, instituidas para establecer el turno de
riego, dieron ocasión a las subastas diarias o, en algún caso, al arrendamiento
del agua en la medida en que los tandistas renunciaban a hacer uso de la misma
para venderla, convirtiéndose en rentistas. Los pleitos que esto generó fueron
numerosos.
Con la revolución liberal las cosas cambiaron, sobre todo a
partir de 1863 en relación a los registros de propiedad, pero ya desde el siglo
XVI el patriciado urbano había ido acumulando los derechos sobre el agua,
reduciéndose mucho su mercado en la medida en que aumentaba el número de
vinculaciones y mayorazgos. El proceso de acaparamiento fue muy activo desde el
siglo citado hasta el XVIII, de forma que al finalizar éste, las porciones de
aguas libres eran contadísimas. Cuando en el siglo XIX se suprimieron mayorazgos
y se llevaron a cabo grandes desamortizaciones, en el caso de los primeros no
implicó la transformación de los bienes amayorazgados en nacionales ni se
impuso su venta.
La resistencia a los cambios fue intensa entre los privilegiados, pues representaba una pérdida de prestigio social y de ingresos económicos. Los descendientes de los mayorazgos a finales del Antiguo Régimen en las zonas de los ríos Guadalentín, Vinalopó y Monnegre[ix], mantuvieron sus posiciones hasta comienzos del siglo XX[x]. Pero en el primer tercio del siglo citado las aguas de particulares pierden su condición y pasan a depender de organismos públicos, llevándose entonces una política de elevación de aguas muertas[xi], bombeo de las freáticas y trasvase de epigeas (superficiales), avances técnicos que permitieron la extracción a gran escala de caudales subterráneos.
[i] “El déficit de agua en el Sureste Ibérico: una visión histórica”.
[ii] “Observaciones sobre la Historia Natural…”. Citado por Antonio Gil Olcina.
[iii] Afluente del Segura por su margen derecho.
[iv] Es autor de una obra titulada “El libro del jardín fragante”, donde se nos habla de muchos lugares de la Península. Hay dudas sobre el siglo que le corresponde.
[v] Construido ente los siglos IX y X en Murcia.
[vi] Ver amigosdelmuseoarqueologicodelorca.com/alberca/pdf/alberca3/articulo1.pdf. Los cimbres son galerías subterráneas.
[vii] Dos ruedas, la horizontal movida por un animal, transmite su fuerza a la vertical instalada sobre la boca de un pozo, la cual, mediante una cuerda con vasijas, permite sacar el agua de dicho pozo.
[viii] Se succiona el agua al exterior por una o varias galerías de drenaje ligeramente inclinadas dotadas de pozos verticales para aireación. Ver animalderuta.wordpress.com/2012/08/29/foggaras-el-milagro-en-los-desiertos/
[ix] El Guadalentín riega el sur de la provincia de Alicante, el Vinalopó la región de Murcia y el Monnegre la huerta alicantina.
[x] Los condes de San Julián y los condes de Torrellano y Casa Rojas, estos en el Vinalopó y Monnegre.
[xi] Las ya empleadas para el riego.
Ver aquí mismo "El agua en Galicia".
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