miércoles, 20 de enero de 2021

Regeneracionistas e historiadores

 

                                                       Cervillego de la Cruz (Valladolid) *

Con motivo de un estudio sobre el regeneracionista castellano Julio Senador[i], Antonio Fernández Sancha[ii] hace un repaso historiográfico de gran interés sobre la agricultura castellana durante el siglo XIX.

Sin llegar a interpretaciones extremas –dice- como las que ha defendido Miquel Izard, sobre las características de la revolución liberal en el País Valenciano, que siguió esquemas muy diferentes de desarrollo, en general los campesinos españoles fueron despojados y proletarizados por las reformas liberales en la agricultura. Con motivo de la revolución “gloriosa”, sobre todo en Andalucía y Extremadura, se “soñó” con la posibilidad de recuperar bienes comunales o acceder a alguna forma de uso de la tierra, por ejemplo la enajenación a censo[iii] de la misma, pero al no llevarse a cabo, resultó un duro desengaño.

Al haber elevado al pueblo a la categoría de mito, los intelectuales imaginaron que bastaba con la libertad para que lo demás viniese por añadidura, pero lo cierto es que buena parte del pueblo devino en masa, fácilmente manipulable por los grupos oligárquicos. La coyuntura de la “gloriosa”, en la economía, fue muy negativa para las clases populares, que tuvieron que soportar uno de los momentos peores del siglo. Tras haberse abolido el impuesto de consumos, los gobiernos volvieron a implantarlo debido a la maltrecha Hacienda que sufría el Estado, y conflictos como el cantonal, la guerra de Cuba y la carlista de 1872, forzaron a intensificar las quintas.

Pero tampoco fueron buenos tiempos para los sectores acomodados de la sociedad, que se movilizó contra la política librecambista de Figuerola. La prensa castellana desató fuertes campañas a favor del proteccionismo, al tiempo que se vio con preocupación lo que ocurrió en Francia con la Comuna. María Victoria López Cordón ha presentado el “sexenio” como un desencuentro entre los dirigentes reformistas y unas masas acuciadas por su situación social, hablando Juan Pablo Fusi de un problema de legitimidad en la revolución de 1868, puesto que no logró crear un mínimo consenso social en torno al nuevo orden que se pretendía.

Pero la mayoría de los historiadores considera que la revolución liberal (durante el siglo XIX) provocó en España una transformación profunda del marco jurídico e institucional, hablando Fontana de un conjunto de medidas que llama “reforma agraria liberal”. En torno a esta se produjo una profunda transformación en el sistema de propiedad y en las relaciones de producción que, en realidad, ya se venían preparando durante las últimas décadas del Antiguo Régimen. La primera guerra carlista, como factor coyuntural, aceleró dichas mutaciones, y Artola, cuando estudia a los grupos dirigentes, se refiere a ellos como clase “burguesa-aristocrática”.

Durante los primeros lustros del régimen de la Restauración, al contrario, vivió España una buena coyuntura, en palabras de Celso Almuiña, añadiéndose el “regalo” de la filoxera en Francia, que permitió el auge del viñedo español. Dicha coyuntura favorable propició las reformas urbanas hasta que surgió la crisis finisecular agropecuaria. Pero no siempre las épocas de bonanza –dice Fernández Sancha- son buenas para el conjunto de la población, pareciéndole los primeros lustros de la Restauración uno de los peores de la historia reciente, porque desde arriba se pretendió anestesiar los espíritus atiborrándolos de “realidad”.

Antonio Elorza señaló que la Restauración necesitó inicialmente de fuertes dosis de represión que costaron muchas vidas. Luego el régimen siguió acudiendo a episodios de “represión preventiva” a los que se ha referido Ricardo Robledo. Sobre lo que valía la vida de una persona de los grupos populares ha escrito Manuel Ballvé, a quien cita Fernández Sancha.

A comienzos de la Restauración había una economía plural y diversa, distinguiendo nuestro autor regiones como Cataluña, el País Vasco y algunas áreas de la región valenciana, mientras que Castilla (la del norte) había alcanzado un buen nivel vitivinícola y el auge de la industria harinera (Fontana ha hablado de “sistema cereal”). Algunos autores consideran que el predominio del cereal en Castilla fue uno de los factores retardatarios de la modernización del país, pero Fernández Sancha dice que “no hay vías únicas de desarrollo”, fijándose en la agricultura valenciana, que se caracterizó por lo muy eficientes que se mostraron los productores en el uso de los recursos.

En los años centrales del siglo XIX la economía castellana había presentado una enorme bonanza, pero para Nicolás Sánchez Albornoz la minería y la industria artesanal tendieron a desaparecer en Castilla, y la expansión del cereal supuso el hundimiento de buena parte de la cabaña ganadera y la pérdida de importantes masas forestales.

Castilla se habría incorporado al mundo moderno “no por arriba –la gran industria y la alta finanza- sin por abajo”: territorios que dispusieron de una economía relativamente variada al abrirse hacia fuera, se orientaron al monocultivo y pasaron a depender de la importación en todo lo demás, estableciéndose así una relación de intercambio negativa. Por su parte, algunos historiadores de la agricultura española[iv] consideran que esta no dejó de crecer desde el segundo tercio del siglo XIX y fue capaz de alimentar a una población en continuo aumento e incluso de exportar.  

Celso Almuiña aportó el concepto de “burguesía harinera castellana” para designar a una elite que, con clara mentalidad capitalista, no solo produjo trigo sino que levantó modernas fábricas de harinas, además de comercializarlas y distribuirlas, con un sistema financiero que, antes de la crisis de 1864, era el tercero del país después de los de Barcelona y Madrid. Mariano Esteban ha calificado de euforia económica la vivida en Castilla hasta mediados de los años sesenta, y Santos Juliá expuso en 1987 que ya no se podía seguir sosteniendo la tesis del fracaso de la industria por culpa de la agricultura, dando incluso la vuelta a la argumentación: si la industria hubiese roto sus mezquinas dimensiones y hubiera aliviado a la agricultura del excedente demográfico, quizá no se hubiese tardado tanto en abandonar la agricultura tradicional. Gabriel Tortella, por su parte, considera que las cosas empezaron a cambiar en el primer tercio del siglo XX en el campo español, y Fernández Sancha apunta que “de la misma forma que los españoles no habríamos diferido demasiado de las pautas de conducta europeas, los castellanos tampoco habríamos actuado de modo muy distinto a como lo hicieron… en las otras comunidades del Estado”.

Los historiadores del Grupo de Estudios de Historia Rural señalan que, desde principios del siglo XX, la población activa agraria comenzó a descender por el tirón de las ciudades, la productividad agrícola dio su primer salto adelante, la acumulación de capital en manos de los propietarios de la tierra, que en su mayor parte la explotaban directamente, no fueron, sin embargo, los principales beneficiarios, sino algunos propietarios absentistas. Mariano Esteban dice que durante el primer tercio del siglo XX los empleados fabriles pasaron del 10% al 24,4% del total de la población activa de 1930. Fueron años en los que se recuperaron las harinas, aparecieron las azucareras y más modestamente las eléctricas.

Todo ello, sin embargo, no cambió la división del trabajo a escala nacional, señalando los historiadores del GEHR que Castilla presentó notables inconvenientes: mala dotación de los recursos mineros y energéticos más necesarios, comunicaciones difíciles, debilidad de la demanda interna… Los yacimientos de carbón de León y Palencia presentaron costes de extracción no rentables; hasta que se explotó el Canal de Castilla[v] y la llegada del ferrocarril, los accesos a la meseta se hallaban entorpecidos, además de que Castilla tenía una escasa densidad urbana.

Para Garrabou, el sistema de rotación de cultivos inglés posibilitó el crecimiento del contingente ganadero (una parte de la tierra se dedicó a forrajes), pero dicho modelo no es practicable en la mayoría de las tierras españolas, muy alejadas de los óptimos medioambientales. El mismo autor señala que las tierras de Castilla son adecuadas para sembrar cereales, leguminosas y algunos cultivos anuales como patatas y, sin embargo, los regeneracionistas pusieron el acento en que la pobreza se acentuó por la creciente dedicación de los campos al cereal. Pero no se puede hablar de ignorancia cuando se mantuvo el barbecho en España y el bajo coste de la mano de obra desaconsejó la mecanización del campo, que hubiese sido un problema por la necesidad de repuestos. Sánchez Zurro y García Sanz, por su parte, destacan la altísima rentabilidad de comprar montes y pastos en las subastas durante la última desamortización en Valladolid, y García Sanz ha señalado que los propietarios castellanos no fueron malos empresarios; lo que ocurre –añade Fernández Sancha- es que la racionalidad capitalista asegura el éxito en cada momento, pero no siempre asegura el éxito histórico.

El regeneracionismo español, en el que el autor considera principales a Costa, Mallada y Picavea[vi], se prolongo durante las primeras décadas del siglo XX a partir de la obra del primero. Just Serna y Anaclet Pons han dicho que es irreal la imagen de un “homo economicus” plenamente racional, y no parecen imaginables individuos carentes de los condicionamientos sociales y culturales. Mariano Esteban señala que los agricultores castellanos no intentaron romper con tradiciones pasadas, trayendo ello consigo la deforestación, la desprotección de los suelos y la eliminación del uso tradicional integrado entre ganadería, bosque y agricultura. En pura competencia –dicen Garrabou y Jesús Sanz- se quedan atrás los más débiles y nadie se preocupa del medio natural. Ruiz Torres ha advertido que en las diversas partes de España, las minorías notables han tenido características muy distintas según las regiones, y Bartolomé Yun recordó que es un error intentar explicar el capitalismo a una escala regional, cuando implica un mercado integrado a escala, por lo menos, nacional y/o internacional. El desarrollo del ferrocarril, por último, rompió la autosuficiencia: hubo que producir para un mercado nacional.


[i] Nacido en Cervillego de la Cruz (Valladolid) en 1872, falleció en Pamplona en 1962.

[ii] “El pensamiento de Julio Senador Gómez…”.

[iii] Sólo fue adoptada inicialmente por algunos Ayuntamientos.

[iv] Grupo de Estudios de Historia Rural.

[v] Su origen está en el siglo XVIII.

[vi] Costa nació en 1846, Lucas Mallada en 1841 y Picavea en 1847.

* Fotografía del Ayuntamiento.

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