Cervillego de la Cruz (Valladolid) *
Con motivo de un estudio sobre el regeneracionista castellano
Julio Senador[i], Antonio
Fernández Sancha[ii] hace un
repaso historiográfico de gran interés sobre la agricultura castellana durante
el siglo XIX.
Sin llegar a interpretaciones extremas –dice- como las que ha
defendido Miquel Izard, sobre las características de la revolución liberal en
el País Valenciano, que siguió esquemas muy diferentes de desarrollo, en
general los campesinos españoles fueron despojados y proletarizados por las
reformas liberales en la agricultura. Con motivo de la revolución “gloriosa”,
sobre todo en Andalucía y Extremadura, se “soñó” con la posibilidad de recuperar
bienes comunales o acceder a alguna forma de uso de la tierra, por ejemplo la
enajenación a censo[iii] de la
misma, pero al no llevarse a cabo, resultó un duro desengaño.
Al haber elevado al pueblo a la categoría de mito, los
intelectuales imaginaron que bastaba con la libertad para que lo demás viniese
por añadidura, pero lo cierto es que buena parte del pueblo devino en masa,
fácilmente manipulable por los grupos oligárquicos. La coyuntura de la
“gloriosa”, en la economía, fue muy negativa para las clases populares, que
tuvieron que soportar uno de los momentos peores del siglo. Tras haberse
abolido el impuesto de consumos, los gobiernos volvieron a implantarlo debido a
la maltrecha Hacienda que sufría el Estado, y conflictos como el cantonal, la guerra
de Cuba y la carlista de 1872, forzaron a intensificar las quintas.
Pero tampoco fueron buenos tiempos para los sectores
acomodados de la sociedad, que se movilizó contra la política librecambista de
Figuerola. La prensa castellana desató fuertes campañas a favor del
proteccionismo, al tiempo que se vio con preocupación lo que ocurrió en Francia
con la Comuna. María Victoria López Cordón ha presentado el “sexenio” como un
desencuentro entre los dirigentes reformistas y unas masas acuciadas por su
situación social, hablando Juan Pablo Fusi de un problema de legitimidad en la
revolución de 1868, puesto que no logró crear un mínimo consenso social en
torno al nuevo orden que se pretendía.
Pero la mayoría de los historiadores considera que la revolución
liberal (durante el siglo XIX) provocó en España una transformación profunda
del marco jurídico e institucional, hablando Fontana de un conjunto de medidas
que llama “reforma agraria liberal”. En torno a esta se produjo una profunda
transformación en el sistema de propiedad y en las relaciones de producción
que, en realidad, ya se venían preparando durante las últimas décadas del
Antiguo Régimen. La primera guerra carlista, como factor coyuntural, aceleró
dichas mutaciones, y Artola, cuando estudia a los grupos dirigentes, se refiere a
ellos como clase “burguesa-aristocrática”.
Durante los primeros lustros del régimen de la Restauración,
al contrario, vivió España una buena coyuntura, en palabras de Celso Almuiña,
añadiéndose el “regalo” de la filoxera en Francia, que permitió el auge del
viñedo español. Dicha coyuntura favorable propició las reformas urbanas hasta
que surgió la crisis finisecular agropecuaria. Pero no siempre las épocas de
bonanza –dice Fernández Sancha- son buenas para el conjunto de la población,
pareciéndole los primeros lustros de la Restauración uno de los peores de la
historia reciente, porque desde arriba se pretendió anestesiar los espíritus
atiborrándolos de “realidad”.
Antonio Elorza señaló que la Restauración necesitó
inicialmente de fuertes dosis de represión que costaron muchas vidas. Luego el
régimen siguió acudiendo a episodios de “represión preventiva” a los que se ha
referido Ricardo Robledo. Sobre lo que valía la vida de una persona de los
grupos populares ha escrito Manuel Ballvé, a quien cita Fernández Sancha.
A comienzos de la Restauración había una economía plural y
diversa, distinguiendo nuestro autor regiones como Cataluña, el País Vasco y
algunas áreas de la región valenciana, mientras que Castilla (la del norte)
había alcanzado un buen nivel vitivinícola y el auge de la industria harinera
(Fontana ha hablado de “sistema cereal”). Algunos autores consideran que el
predominio del cereal en Castilla fue uno de los factores retardatarios de la
modernización del país, pero Fernández Sancha dice que “no hay vías únicas de
desarrollo”, fijándose en la agricultura valenciana, que se caracterizó por lo
muy eficientes que se mostraron los productores en el uso de los recursos.
En los años centrales del siglo XIX la economía castellana
había presentado una enorme bonanza, pero para Nicolás Sánchez Albornoz la
minería y la industria artesanal tendieron a desaparecer en Castilla, y la
expansión del cereal supuso el hundimiento de buena parte de la cabaña ganadera
y la pérdida de importantes masas forestales.
Castilla se habría incorporado al mundo moderno “no por
arriba –la gran industria y la alta finanza- sin por abajo”: territorios que
dispusieron de una economía relativamente variada al abrirse hacia fuera, se orientaron
al monocultivo y pasaron a depender de la importación en todo lo demás,
estableciéndose así una relación de intercambio negativa. Por su parte, algunos
historiadores de la agricultura española[iv]
consideran que esta no dejó de crecer desde el segundo tercio del siglo XIX y
fue capaz de alimentar a una población en continuo aumento e incluso de
exportar.
Celso Almuiña aportó el concepto de “burguesía harinera
castellana” para designar a una elite que, con clara mentalidad capitalista, no solo
produjo trigo sino que levantó modernas fábricas de harinas, además de
comercializarlas y distribuirlas, con un sistema financiero que, antes de la
crisis de 1864, era el tercero del país después de los de Barcelona y Madrid.
Mariano Esteban ha calificado de euforia económica la vivida en Castilla hasta
mediados de los años sesenta, y Santos Juliá expuso en 1987 que ya no se podía
seguir sosteniendo la tesis del fracaso de la industria por culpa de la agricultura,
dando incluso la vuelta a la argumentación: si la industria hubiese roto sus
mezquinas dimensiones y hubiera aliviado a la agricultura del excedente
demográfico, quizá no se hubiese tardado tanto en abandonar la agricultura
tradicional. Gabriel Tortella, por su parte, considera que las cosas empezaron
a cambiar en el primer tercio del siglo XX en el campo español, y Fernández
Sancha apunta que “de la misma forma que los españoles no habríamos diferido
demasiado de las pautas de conducta europeas, los castellanos tampoco habríamos
actuado de modo muy distinto a como lo hicieron… en las otras comunidades
del Estado”.
Los historiadores del Grupo de Estudios de Historia Rural
señalan que, desde principios del siglo XX, la población activa agraria comenzó
a descender por el tirón de las ciudades, la productividad agrícola dio su
primer salto adelante, la acumulación de capital en manos de los propietarios
de la tierra, que en su mayor parte la explotaban directamente, no fueron, sin
embargo, los principales beneficiarios, sino algunos propietarios absentistas. Mariano
Esteban dice que durante el primer tercio del siglo XX los empleados fabriles
pasaron del 10% al 24,4% del total de la población activa de 1930. Fueron años
en los que se recuperaron las harinas, aparecieron las azucareras y más
modestamente las eléctricas.
Todo ello, sin embargo, no cambió la división del trabajo a
escala nacional, señalando los historiadores del GEHR que Castilla presentó
notables inconvenientes: mala dotación de los recursos mineros y energéticos
más necesarios, comunicaciones difíciles, debilidad de la demanda interna… Los
yacimientos de carbón de León y Palencia presentaron costes de extracción no
rentables; hasta que se explotó el Canal de Castilla[v]
y la llegada del ferrocarril, los accesos a la meseta se hallaban entorpecidos,
además de que Castilla tenía una escasa densidad urbana.
Para Garrabou, el sistema de rotación de cultivos inglés
posibilitó el crecimiento del contingente ganadero (una parte de la tierra se
dedicó a forrajes), pero dicho modelo no es practicable en la mayoría de las
tierras españolas, muy alejadas de los óptimos medioambientales. El mismo autor
señala que las tierras de Castilla son adecuadas para sembrar cereales,
leguminosas y algunos cultivos anuales como patatas y, sin embargo, los
regeneracionistas pusieron el acento en que la pobreza se acentuó por la
creciente dedicación de los campos al cereal. Pero no se puede hablar de
ignorancia cuando se mantuvo el barbecho en España y el bajo coste de la mano
de obra desaconsejó la mecanización del campo, que hubiese sido un problema por
la necesidad de repuestos. Sánchez Zurro y García Sanz, por su parte, destacan
la altísima rentabilidad de comprar montes y pastos en las subastas durante la
última desamortización en Valladolid, y García Sanz ha señalado que los
propietarios castellanos no fueron malos empresarios; lo que ocurre –añade
Fernández Sancha- es que la racionalidad capitalista asegura el éxito en cada
momento, pero no siempre asegura el éxito histórico.
El regeneracionismo español, en el que el autor considera principales a Costa, Mallada y Picavea[vi], se prolongo durante las primeras décadas del siglo XX a partir de la obra del primero. Just Serna y Anaclet Pons han dicho que es irreal la imagen de un “homo economicus” plenamente racional, y no parecen imaginables individuos carentes de los condicionamientos sociales y culturales. Mariano Esteban señala que los agricultores castellanos no intentaron romper con tradiciones pasadas, trayendo ello consigo la deforestación, la desprotección de los suelos y la eliminación del uso tradicional integrado entre ganadería, bosque y agricultura. En pura competencia –dicen Garrabou y Jesús Sanz- se quedan atrás los más débiles y nadie se preocupa del medio natural. Ruiz Torres ha advertido que en las diversas partes de España, las minorías notables han tenido características muy distintas según las regiones, y Bartolomé Yun recordó que es un error intentar explicar el capitalismo a una escala regional, cuando implica un mercado integrado a escala, por lo menos, nacional y/o internacional. El desarrollo del ferrocarril, por último, rompió la autosuficiencia: hubo que producir para un mercado nacional.
[i] Nacido en Cervillego de la Cruz (Valladolid) en 1872, falleció en Pamplona en 1962.
[ii] “El pensamiento de Julio Senador Gómez…”.
[iii] Sólo fue adoptada inicialmente por algunos Ayuntamientos.
[iv] Grupo de Estudios de Historia Rural.
[v] Su origen está en el siglo XVIII.
[vi] Costa nació en 1846, Lucas Mallada en 1841 y Picavea en 1847.
* Fotografía del Ayuntamiento.
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