Mineros de Barruelo de Santullán (Palencia).
El “paternalismo” atribuido a la patronal nace de los
estudios realizados sobre las estrategias de la industria metalúrgica y minera
para fijar la mano de obra. G. Noiriel, a quien cita María del Pilar Calvo
Caballero[i],
distingue entre “patronage” (patrocinio, protección) y “paternalismo” como dos
momentos distintos en las relaciones patronos-obreros de la industria
metalúrgica. El “patronage” sería una atadura voluntaria de interés y afecto
que reemplazaría a la forzada y propia del Antiguo Régimen. El “patronage”
aplica al mundo de la empresa las relaciones sociales heredadas de la sociedad
agraria tradicional: las dádivas (reparto de vestido y carne en las fiestas, en
momentos de crisis, etc.).
Pero avanzado el siglo XIX, ante un movimiento obrero
concienciado, y la competencia fruto de la articulación de los mercados
nacional e internacional, fuerzan a racionalizar el trabajo con un control más
brutal de la mano de obra, el “paternalismo”, tránsito entre el “patronage” y
el “management” (gestión de la empresa). Se rompe con la norma de negar el
empleo a extranjeros, controla totalmente la vida obrera (vivienda, hospital,
ocio) y se refuerza la coacción sobre el obrero, de manera que se pretende su
aislamiento para evitar la contaminación sindical. El “paternalismo” fue la
estrategia de la patronal ante el poder obrero de huida de los trabajos
industriales más duros.
En Castilla –dice Calvo Caballero- los orígenes del “patronage”
se remontan al proyecto de 1854 de Caja de Socorros para obreros en Barruelo de
Santullán (al norte de la provincia de Palencia) que comenzó a regir desde 1861
con socorros a viudas, huérfanos, costear entierros y ambicionó instalaciones
sanitarias, enseñanza y seguros. En esta Caja pesaban los representantes y las
decisiones de la empresa, pero los contados directivos obreros lograron
utilizarla como resistencia que desembocó en una huelga durante el sexenio
(1868-1874), de ahí que su promotor se curase en salud en su siguiente
proyecto, el complejo de las minas de Orbó[ii].
En réplica rural lo sería la finca palentina “La Horadada”, habitada por 50
familias obreras que vivían junto al patrono y por él vigilados, que pretendió
armonizar capital y trabajo, algo que luego quiso el sindicalismo católico y
ciertos regímenes políticos. Apoyó las acciones benéficas estatales y privadas.
El promotor, Abilio Calderón Rojo, cuando llegó a ser ministro de Trabajo en
1922, plasmó esta trayectoria continuando las iniciativas de Eduardo Dato; creando comités paritarios, publicó el reglamento de una Ley de Casas Baratas,
trabajó por el seguro de maternidad y ayudas al paro, consideradas como medidas
regeneracionistas.
El “paternalismo” ha sido un préstamo tomado de la industria
con mayores dificultades de reclutamiento de mano de obra, metalurgia y minas,
extendido al resto de los oficios con miras a definir la cultura patronal. Se
establece así la impronta paternal del jefe o patrono, aunque hay otro
paternalismo menos ortodoxo pero con la misma estrategia de prolongar fuera
del trabajo las relaciones patrono-obrero con fines de “armonía social”. En su
versión rural, éste “paternalismo heterodoxo” prendió en el discurso patronal
que proclamó la comunidad de intereses entre patronos y obreros, manifiesto
desde los años 1870 por el Círculo Agrícola Salmantino, y fue constante en el
asociacionismo agrario posterior.
Un discurso patronal apuntalado por la prensa burguesa, pero
que cuando sobreviene la huelga da marcha atrás colocándose del lado de los patronos, recordando los medios de la patronal extranjera como las cajas de
previsión, modelo a imitar para frenar el sindicalismo obrero revolucionario. Durante el régimen de la Restauración se constatan suscripciones benéficas, formas de asociacionismo, y sobre todo, las estrechas vinculaciones tejidas por el patrono con sus
obreros. Las suscripciones benéficas fueron esporádicas coincidiendo con
momentos críticos de conflictividad, escasez de trabajo y carestía de
subsistencias, pero también parten de grupos religiosos y fuerzas vivas, como
las Cámaras de Comercio. La burgalesa intentó crear una tienda asilo en 1887,
pero más éxito tuvieron las suscripciones de las de Valladolid y Segovia en
1904, “en pro del obrero que sufre sin exhalar un grito…”.
La prensa publicó artículos en los que se hablaba de investigar
las necesidades y la entidad del socorro que debía percibir el obrero, pero no
dejaba de hacerse alusión al “encarnizado combate” entre capital y trabajo,
preconizando “dignificar” y actuar “fraternalmente”. En uno de los artículos se
dice que “en Segovia no podía existir el conflicto social por las
circunstancias excepcionales que reúnen los patronos…", en otras regiones opresores, tiranos y explotadores. En Segovia se daba “el capital, acudiendo
amoroso a la vivienda del obrero a darle el alimento, el abrigo, a mitigar su
hambre, a calentar su aterido cuerpo…”.
Éste paternalismo heterodoxo tiene otra de sus estrategias en
el asociacionismo. En Soria hubo una Asociación de Socorros Mutuos desde
finales del s. XIX patrocinada por importantes propietarios. En Segovia, en
1900, nació la Asociación de Obreros, en la que la mano patronal se extendió a
la directiva con un vocal patrono de cada gremio, renunciando vincularse al
Partido Socialista. También los patronos intentaron la tutela de sus empleados
hasta en las asociaciones patronales; en Soria se les concedió acceso a la
biblioteca y las asociaciones de dependientes de Valladolid y Salamanca
nacieron de los Círculos Mercantiles. La Cámara de León permitió reunirse a los
dependientes en sus locales en 1910; incluso celebrar alguna fiesta o impartir
sus clases, como es el caso de la Cámara de Palencia en 1916.
Pero no siempre la vía asociativa dio el mismo juego. En 1904
algunos conflictos fueron neutralizados al formarse una asociación mixta
patronal-obrera (Palencia), pero fue inviable un año después en Villalón, donde
pocos obreros acudieron a una convocatoria del alcalde. Cada vez fueron más los
patronos que se percataron de la toma de conciencia obrera, aunque contaban a
su favor, sobre todo en el campo, con el peso del ínfimo patrón-obrero y el de
propietarios de muchos obreros que nutrieron las filas del sindicalismo
católico mixto. Otros casos fueron los de los lazos que cada patrono quiso o
pudo anudar con sus obreros.
En 1921 un obrero agradeció a su patrón las “bondades y cariño de padre”, sirviendo “de estímulo a los demás patronos”, pero podría ser, por el léxico utilizado, que el documento no fuese redactado por el obrero que lo firma. Estos ramalazos paternalistas descubren en Castilla al patrono de cultura patrimonial, la empresa como una gran familia, pero debió rebelarse como obsoleta a ojos de la patronal castellana por inservible para contener la toma de conciencia obrera y sus exigencias. Así cabe interpretar –dice Calvo Caballero- la inclinación patronal hacia la resistencia ante un movimiento obrero organizado y la legislación laboral que comenzó a ampararle.
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