Cuando Hernán Cortés
vio que no tenía ya la confianza del gobernador de Cuba, Diego Velázquez,
decidió armar once naves (principios de 1519) y navegar hasta la isla de
Cozumel[i] y
la península de Yucatán, de las que se tenía noticia por navegaciones
anteriores. Bernal Díaz del Castillo relata que llegando a la isla fondearon
las naves y Cortés con los suyos se interesaron por la existencia de españoles que
estaban cautivos de algunos caciques, para lo que escribió una carta que
pretendió hacer llegar a dichos cautivos, permaneciendo –dijo- ocho días para
que se unieran a su hueste.
En efecto, había
españoles que vivían en la isla y dos de ellos son citados por Bernal Díaz,
teniendo plática con el futuro conquistador: uno que era eclesiástico, o por lo menos tenía un libro de horas, Jerónimo de Aguilar;
otro, ya aclimatado a la isla por el paso del tiempo, tenía por esposa a una
india hija de caciques y varios hijos. Este contestó que de ninguna manera le
acompañaría, pues allí era como un capitán (su profesión había sido militar);
su esposa, en lengua maya, terció diciendo que les dejasen vivir en paz y no
molestasen a su marido, Gonzalo Guerrero. Cortés insistió pero sin éxito. Los
dos habían naufragado junto con otros que no se supo si vivían o estaban en
otros territorios.
Dice el profesor
Eduardo Matos Moctezuma que este Gonzalo Guerrero quizá murió más tarde luchando con los mayas contra los españoles. Jerónimo, al contrario, se unió a
Cortes y cuando llegó a uno de los barcos no fue reconocido –dice Bernal
Díaz- por lo oscuro de su piel y la vestimenta mínima que le tapaba, además de hablar con dificultad el castellano; hasta tal punto se había visto influido
por la cultura maya. Entonces, ante la desconfianza de la tripulación,
pronunció las siguientes palabras: “Santa María… Sevilla”.
Siguió la expedición el
costeo de Yucatán hasta Campeche (costa oeste) y allí fondearon de nuevo. Los
indígenas les recibieron con desconfianza pero les entregaron como regalo veinte mujeres, una de ellas la que luego conoceremos como doña Marina
(Malinche parece tener un sentido despectivo), que era hija de caciques y
hablaba maya y náhuatl. Beligerantes con los españoles, allí sufrieron estos
las primeras bajas de esta expedición, por lo que el extremeño decidió dirigir
sus naves hacia la costa Este del actual México, llegando a lo que ahora es
Veracruz. El recibimiento por parte de los indígenas, muy al contrario, fue
amistoso, aunque cabe suponer que con sorpresa. ¿Por qué este comportamiento
tan distinto? La razón –explica Matos Moctezuma- es que esos pueblos, como
otros muchos, estaban sometidos por el emperador mexica al pago de fuertes
impuestos y al trabajo de la tierra. Nada mejor que encontrar un aliado contra
el “señor de atrás de los Volcanes”. Cortés les promete entonces que no tendrán
que volver a pagar tributo a ese señor y que ahora dependen del rey de España…
Luego recibieron los españoles
la alianza del “cacique gordo”, uno de los totonacas vecinos de los anteriores.
Fue entonces cuando Cortés encalló las naves, pues habían empezado ciertas
quejas entre su tripulación por miedo a represalias del gobernador de Cuba o
por temor a lo desconocido. El material de estas naves sirvió para futuras
obras y la comitiva se encaminó por tierra hacia Tenochtitlan, capital mexica y
sede de Moctezuma II, el tlatoani, el
que habla o el que manda. ¿Qué pasaba en su palacio mientras Cortés se acercaba?
–se pregunta Matos Moctezuma. Se hablaba de presagios, según Diego Muñoz
Camargo[ii]:
se han representado cometas pasando sobre la ciudad imperial (Códice Durán), se
hablaba de que las aguas del lago Texcoco se levantaban, se había visto un ave
con una especie de espejo en la frente, la “llorona” era una mujer que salía
por las noches para advertir a viva voz de la pérdida del imperio mexica, una
estructura que contenía unos 370 pueblos tributarios; por el sureste se
extendía hasta el límite de la actual Guatemala, al otro lado estaba la actual
Chiapas, la costa del Pacífico estaba sometida, pero el imperio era inconexo,
sobre todo por el sur.
Tres meses de batallas –dice
Bernal Díaz- entre los españoles y los mexicas en el asedio a Tenochtitlan,
unos ochocientos españoles y veinte mil aliados indígenas según Bernal y el
propio Cortés[iii];
por un lado al mando de Olid, por el otro Alvarado… Moctezuma II se vio
perdido, aunque se le había representado en relieves mortificándose (costumbre
en la que no entramos aquí) pero simbolizando su poder; en otro relieve se le
ve junto al dios solar y siempre con la corona triangular de oro en la frente
atada por detrás de la cabeza. En otros códices se ve a Moctezuma con plumas de
quetzal, ave sagrada. El tlatoani que
le había precedido murió en 1502, y cuando Moctezuma II fue elegido tuvo
que demostrar dos cualidades: que era un buen jefe militar y que conocía la
religión de su pueblo, sería el máximo sacerdote.
Cortés encontró en
Tenochtitlan tributos pagados en forma de cal, oro, plumas, conchas, piedras
labradas, tejidos; en el templo mayor las efigies de dos dioses, y como nos
muestra el Códice mendocino, el palacio era lugar de producción (como los
cretenses antiguos). Había jardines o bosques, según las fuentes, y un
zoológico que no tenía solo la función del deleite para el emperador y los
cortesanos, sino reservorio de animales para el templo. Cortés mandó entonces
hacer un plano que luego se llevaría a Alemania para ser impreso: las canoas
por los canales, la ciudad imperial en el centro de un lago en cuyos bordes
exteriores había otras pequeñas poblaciones; un gran centro ceremonial –enorme según
Bernardino de Sahagún- y el palacio de Moctezuma II fuera del recinto sagrado
ceremonial, al Este.
Allí vieron los
españoles águilas, cocodrilos, jaguares, peces, lobos y
otros animales, como han podido investigar los arqueólogos Jimena Chaves y
López Buján: estos encontraron aves con las alas cortadas para que no se escapasen, y
cerámica cholulteca[iv]
además de muestras de la afición a fumar.
En el Códice Durán se
ve a Cortés con doña Marina, ya vestida al modo hispánico; en el Códice florentino
se ve el cadáver de Moctezuma II: después de estar prisionero durante algún
tiempo dejó de ser útil a los españoles y los mexicas eligieron a otro tlatoani, porque Tlatelolco es otra importante
ciudad mexica, hostil a Tenochtitlan, pero aliadas contra los de Cortés. Fue el
último bastión mexica, y cuando el nuevo sucesor, Cuauhtémoc, sea detenido –dice
Bernal Díaz- se le llevará hasta el capitán español y se produce el diálogo con
los intérpretes: doña Marina y Jerónimo (el recogido en Cozumel). “Señor
Malinche” –dice Cuauhtémoc literalmente en náhuatl, sacrifícame, extráeme el
corazón, pues pretendo seguir al sol y que se cumpla así mi destino… (Matos
Moctezuma).
Entre los traductores y los castellanos no se entiende al noble mexica: traducen “mátame”, desfigurando el sentido mágico y religioso de las palabras del mandatario vencido. Cortés no entiende, y vencido Cuauhtémoc ¿para qué matarlo? Lo hará en 1524 y comenzará la conquista de vastos territorios en todas las direcciones.
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