No
hagan demasiada confianza de los esclavos por muy buenos y fieles que parezcan,
ni les fien las llaves e las trojes, almacenes o despensas, porque aquí la
ocasión hace al ladrón […] a todos mírenles siempre las manos; al infiel porque
no hurte, y al fiel porque no se haga infiel en la ocasión[i].
No todos los jesuitas
pensarían lo que el texto anterior muestra sobre los esclavos, pero sí otros,
como el conjunto de la sociedad, que seguramente veía en el esclavo un ser
destinado de manera natural a serlo. El texto forma parte de las instrucciones
dadas en una de las fundaciones o misiones de los jesuitas en las Inidas.
Los jesuitas empezaron
a desplazarse a América en la segunda mitad del siglo XVI (a Nueva España en
1572) pero en Brasil empezaron antes[ii],
pues la monarquía portuguesa era menos temerosa de esta orden que la española,
particularmente en el caso de Felipe II. La vitalidad y combatividad que
demostraron los jesuitas quizá no se compruebe en ninguna otra orden religiosa,
pues a pesar de las dificultades encontradas consiguieron crear haciendas,
construir conventos, colegios y otras obras durante dos siglos aproximadamente.
Los medios para ello
procedían de donaciones de personas pudientes, que viendo en los jesuítas una
organización sólida y formada, decidían ayudarles quizá con vistas a la
salvación eterna. La mentalidad de la época permitía explotar a los empleados,
y los beneficios obtenidos dedicarlos en parte a estas obras piadosas. La
investigadora Gómez Mantilla ha explicado cómo las haciendas y propiedades
adquiridas por los jesuitas funcionaban como empresas[iii]
y centros financieros, y tan avanzadas actividades eran compatibles con la
propiedad de esclavos.
En las colonias
españolas de América tuvieron misiones volantes y fijas, llamadas estas últimas
pueblos de misión, donde reunían a un número considerable de indios que
convivían sujetos al cumplimiento de deberes religiosos, sociales, económicos,
esucativos y artísticos. Para cumplir sus fines espirituales los jesuitas
consideraron que debían disponer de recursos, y ello posibilitó la fundación de
colegios para la formación de los niños y adolescentes de las zonas urbanas,
puesto que eran los grupos pudientes de las ciudades los que proporcionaban los
medios económicos para ello. Las haciendas se encontraban en el medio rural
destinadas al cultivo y hatos de ganado, las cuales habían sido adquiridas por
donación, compra, traspaso y fundación de capellanías[iv],
además de que los jesuitas manejaban un sistema de crédito bajo la modalidad de
censos[v].
En torno a 1621 los
jesuitas quisieron establecer en Plamplona[vi]
un colegio y a ello se pusieron, siendo en 1628 cuando se produjo la donación,
dotación y fundación del colegio de la Compañía de Jesús por obra y gracia de
Pedro Esteban Rangel, que además de gran hacendado y ganadero era vicario y
comisario del Santo Oficio, por lo que quiso poner “el celo de la honra de dios
i del bien de las almas”. La donación del ganadero consistió en “veinte mil
pesos de a ocho reales en barra de oro y plata”, hipotecando cien bestias
mulares, y para cuando falleciera dejaría como donación las estancias de cría
de mulas y ganado vacuno en el valle de los Locos (Labateca, Pamplona), que
poseía tres hatos (vacas y yeguas) y un total de 24 esclavos[vii],
donando también treinta cabezas de burras, un cuadro de Nuestra Señora de la
Concepción y ocho doseles, objetos de plata, la estancia de Chichira de donde
se obtenía leña y cultivaba lino, una estancia de ganado menor, una casa de
bahareque[viii],
una ramada cubierta de palmicha (un tipo de palma), ovejas, cabras, bueyes, herramientas
de labor (entre ellas un escoplo y una azuela), 150 reses vacunas y un bohío de
bahareque en otro lugar, constando las diversas estancias de cocina y capilla
en un caso, campos de trigo y maíz, paja, corrales, burros que eran muy útiles
en el transporte para la venta en el comercio local en otros casos, un
escritorio grande, un órgano traído de España y otros bienes. La plata se usaba
como moneda de cambio, pues no abundaba el numerario en la zona, y lo heredado por los jesuitas fueron
veintiún objetos de dicho metal, entre ellos un jarrón grande con calentador,
una escudilla, tijeras de despabilar y un orinal.
Heredaron diecinueve
muebles y treinta y siete cuadros, doce de ellos de los Apóstoles, otros doce de
Sibilas y cuatro de mártires, además del cobro a los deudores del donante. El
ganadero y vicario benefactor de los jesuitas dejó ordenado que su entierro
fuese majestuoso “como corresponde a su posición social”[ix],
asistiendo todos los sacerdotes y religiosos; se oficiaron misas de cuerpo
presente, rezadas, cantadas, de réquiem y una de indulgencias; su tumba se
instaló en una capilla destinada para él “con el compromiso de trasladar sus restos
a la nueva capilla en una bóveda que en medio de la capilla se ha de hacer”,
indicando con un letrero el nombre del fundador con sus armas de conquistador[x].
Ordenó también instituir una capellanía quizá para continuar con la costumbre
en vida de hacer misas en sus haciendas, de ahí el abundante número de cuadros
religiosos que tenía. Durante un año a partir del fallecimiento de Pedro
Esteban Rangel debían arder sobre su sepultura, al tiempo de la misa mayor,
cinco velas de cera y los domingos y fiestas dos cirios.
[i] Delia Yaqueline Gómez Mantilla, “Origen de las haciendas de la Compañía de Jesús en el valle de Cúcuta, Virreinato de Nueva Granada, Colombia (1621-1730)”
[ii] Vicente Sierra, “Antecedentes de las misiones jesuitas de América”, en “Los Jesuitas germanos en la conquista espiritual de hispano-América”, Buenos Aires, 1944 (cita de la autora a la que sigo en este resumen: nota i).
[iii] Germán Colmenares ha publicado un trabajo, “Los jesuitas: modelos de empresarios coloniales”, 1984.
[iv] Ver aquí mismo “¿Qué fueron las capellanías?”.
[v] Los censos eran contratos por los que un bien quedaba sujeto al pago de una pensión anual como interés de un capital recibido en dinero.
[vi] Norte de la actual Colombia.
[vii] Estos recibían el nombre del lugar de donde procedían si eran negros (Congo, Angola, Biafra, etc.) pero también los había mulatos y criollos.
[viii] Construida a base de palos, cañas y barro.
[ix] Expresión empleada por Gómez Mantilla (ver nota i).
[x] Era hijo de un conquistador.
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