Como en otras muchas ocasiones, sin la colaboración de los indios no hubiesen sido posibles muchas de las campañas de los conquistadores y pobladores hispanos en América. Los Pizarro fueron buenos exponentes de la explotación de los territorios del imperio incaico desde la década de 1530 hasta pasada la centuria. Hernando fue uno de los hermanos de Francisco, el que se ha llevado la fama por la derrota que infligió a Atahualpa, pero a Hernando se debe la recluta de varios millares de indios de Yatun Tulla. Debía rendir cuentas por el asesinato de Diego de Almagro en el contexto de lo que se han llamado guerras civiles de los españoles en el Perú, y entonces ideó que antes de volver a España para dar explicaciones al rey Carlos, debía explotar unas minas de oro (Porco) en la provincia de Charcas, hoy al oeste de dicha ciudad boliviana.
En las proximidades también se encontraban las minas de Chuitamarca (oro), Aytacara (cobre), Chayanta (estaño) y la de Gunicaba, todas ellas en las inmediaciones del “cerro rico de Potosí”, en el suroeste de la actual Bolivia. Hernando no tenía solo el asunto de Almagro, sino otros problemas judiciales pendientes. Investigadores como Luis Fernández Martín, Rafael Varón Gabai, Esteban Mira Caballos o Mary van Buren, citados por Bartolomé Miranda Díaz (1), han indagado sobre el personaje, sus familiares y las minas mencionadas. El útimo autor citado habla de la prisión que sufrió Hernando Pizarro en el castillo de la Mota (sur de la actual provincia de Valladolid), sobre sus posesiones peruanas, sobre el regreso de Hernando a España y sobre la hacienda de la mina de Porco que poseía.
El descubrimiento y reparto de las minas parece que están ligados a un plan estratégico urdido por los Pizarro para “apaciguar las iras del emperador Carlos V”. Tras el ajusticiamiento de Diego de Almagro y Chalku Yupanki en 1538, Hernando tendría que rendir cuentas al rey y sería mejor hacerlo con las manos llenas por ver si la justicia era así más benigna; por ello Hernando y Gonzalo Pizarro idearon reunir un tesoro similar al del rescate de Atahualpa, sabedores de ciertas minas en la provincia de Charcas de la que Hernando era comendador desde 1534. Además estaba el interés por ampliar el control sobre territorios, que se haría en nombre del rey, por ello Hernando decidió perdonar a un colaborador de Almagro, Pawullu, nombrándolo Inka. En efecto, saliendo del Cuzco recibieron el apoyo del señor de Azangaro, Waku Tupa, y en la campaña de Cochabamba los españoles “pacificaron” el territorio, se anexaron más tierras y, mediante el saqueo de los templos, consiguieron objetos de oro y plata.
Según el obispo de Cuzco, Vicente Valverde, fue entonces cuando Hernando se hizo dueño de las minas de Porto, si bien formalmente después de hablar con Awkimarca en 1538, cuando Inka Pawlu convenció a los otros señores de Charcas para que se sometieran a la obediencia de Pizarro y por lo tanto del rey de España. Así se supo el paradero de las minas de Porco, las del río Chuitamarca, las de cobre de Aytacara y las de estaño de Chantaya, pero se mantuvo el secreto sobre las minas de plata de Potosí. Hernando fundó entonces la Villa de Plata antes de encaminar sus pasos hacia Castilla para rendir cuentas, lo que hizo a finales de 1539.
Hernando no supo la expectación que en la Corte había por su llegada, ni tampoco la suerte que le esperaba; lo cierto es que fue enjuiciado y condenado por el asesinato de Diego de Almagro y recluido en el alcázar de Madrid, donde estuvo unos meses. Cuando obtuvo la libertad escribió al rey para pedirle el perdón mediante el ofrecimiento de las riquezas que poseía. El autor al que seguimos supone que Hernando jugó sus bazas, pero sin saber el rendimiento que aquellas minas darían, no acertó en sus intentos ante el rey y a comienzos de 1543 la Corte y los Consejos, reunidos en Valladolid, decretaron nuevamente su reclusión, esta vez en el castillo de Medina del Campo, donde quedó preso hasta 1559.
Esto no es todo porque mientras tanto la suerte de los suyos en Perú se había deteriorado aún más, hasta el punto de que los almagristas, capitaneados por Diego (el hijo del asesinado), habían asesinado a Francisco Pizarro en 1541, aunque el “festín” no acabó aquí porque el joven Almagro fue asesinado después por Vaca de Castro, al tiempo que, por enfermedad, murieron Diego de Sosa y Diego de Alvarado (por envenenamiento en este último caso dijeron algunos), principales acusadores de Hernando. Pero el fiscal del caso, Juan Villalobos, le acusó entonces de otros delitos mayores ante un tribunal formado por tres miembros del Consejo de Castilla: la reclusión de Fenando en la Monta continuó. Y es curioso –dice Bartolomé Miranda- que estar preso durante tantos años no le impidió mantener contactos en Castilla y Perú. Un colaborador suyo pudo embarcarse a Indias y velar allí por los intereses de Hernando y contra las argucias políticas y militares de Gonzalo Pizarro, su hermano, cuando aquel todavía confiaba en este. Las minas ya habían empezado a explotarse, pero de forma inadecuada y con robos de por medio, siendo el mayordomo de Hernando, Pedro de Soria, el que inició los trabajos sacando inicialmente importantes cantidades de plata, parte de las cuales le fueron arrebatadas por Almagro hijo durante su alzamiento de 1542; luego se hizo cargo de las minas Gonzalo Pizarro, primero en nombre de Hernando y luego como usurpador hasta su muerte en 1548, como consta en una carta enviada por Hernando Pizarro al rey en 1554. Fue mientras Gonzalo estaba al frente de las explotaciones cuando se tuvo noticia de las minas de Potosí, mucho más ricas como se sabe. Luego tuvo que poner orden en aquella situación de ambiciones el obispo de Palencia, Pedro de la Gasca.
Durante la vida de Gonzalo algo recibió Hernando preso en Medina del Campo, pero tras la muerte de aquel solo “dos planchas grandes y unos pedazuelos de plata”, y por información de sus colaboradores en América se le dijo que lo que sus tierras daban (trigo y maíz) se lo llevaban la explotación de las minas. En 1549 ideo Hernando enviar a un colaborador suyo a Flandes para pedir en su nombre el perdón del Emperador, sin resultado alguno. Entretanto, en América la situación de los territorios administrados en nombre de Hernando Pizarro parece que comprendia el de los indios chichas, charcas, chiriguanos y hatunrunas, asentados en Porco y Potosí, así como los indios de Chayanta y la propia Chichas. Y no deja de ser curioso –dice Bartolomé Miranda- que sean solo los indios de Chayanta y Charcas los que pagasen tributo con plata ensayada y marcada; a todos los demás se les cobraban los tributos en maíz, plata y en menor medida trigo. La explotación de Porco estaba habitada por un destacamento de españoles, algunos soldados y un capellán, y había una serie de casillas destinadas a cobijar a los indios, negros y yanaconas (esclavos de la nobleza indígena) que, o bien desarrollaban labores de servicio o eran trabajadores de la mina.
Las ambiciones y traiciones iban por un lado y el culto religioso por otro, pues Hernando mandó fundir mineral para hacer una campana que sirviese a la iglesia de Porco, y un mercedario actuó de capellán en dicha localidad, un sacerdote en Charcas, etc., todos los cuales tenían la obligación de enseñar la doctrina a los indios y a los negros, pero es curioso advertir como, pese a la peligrosidad que el proceso implicaba, el mayordomo continuó poniendo en práctica la técnica de abrir galerías, iluminadas con velas sobre candelas, además de sebo. Fue necesario construir una grúa para la limpieza de la mina y para la extracción del material, lo que se encomendó a un carpintero y a un herrero, y sabemos que los indios eran los mayores protagonistas, pues tenían la tarea más masiva y pesada, como era la de picar y sacar la piedra; una vez fuera del yacimiento, el mineral era lavado por los yanaconas, quienes lo dejaban listo para ser sometido al siguiente proceso, el de fundición. Los negros se encargaban entonces de accionar los fuelles para avivar la combustión y conseguir que el metal se separase de la roca, “una tarea tan poco gratificante como peligrosa ya que el calor y el humo les producía a menudo úlceras” -dice Bartolomé Miranda- quedando la mayoría de ellos tullidos de piernas y brazos.
Desde prisión informaba de esto Hernando al rey, quizá por hacer ver que tenía la humanidad suficiente para ser perdonado: los negros que traen los fuelles dicen que se engrasan mucho del humo, y los que se engrasan tollécense de piernas y brazos, así que no es posible fundir con negros. A esta crónica dolencia se sumaba además el hecho de que el envío de negros a las Indias desde Sevilla era extremadamente caro, no sólo por los costes del viaje sino, fundamentalmente, por las pérdidas humanas que durante el trayecto se producían debido a las malas atenciones que sus custodios les prestaban. Sabemos que Hernando envió negros en dos ocasiones para sus minas de Porco desde su presidio en la Mota. Se ve que pudo administrar su hacienda desde la cárcel y hacer negocios desde ella. Puesto en libertad en 1561, aún vivió diecinueve años más y pudo hacerse el magnífico palacio que luce en la villa de Trujillo.
(1) "Las minas y asiento del Porco: nuevos datos sobre la hacienda rica de Hernando Pizarro en Indias". En este trabajo se basa el presente resumen.
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