Imagen de Isabel Barreto (*)
Sabido que al oeste de
América había un mar que permitía llegar a Asia, son muy importantes y
esforzadas las expediciones para conocer rutas, tierras, islas, vientos y
pobladores que tuvieron lugar. Álvaro de Mendaña es un berciano nacido en el
año 1542 que dirigió dos expediciones por el Pacífico, la primera financiada
con fondos públicos, y la segunda mediante el acopio de un capital que le
proporcionaron personas de su confianza.
Saliendo del puerto de
El Callao en noviembre de 1467, por lo tanto cuando Mendaña era muy joven,
dirigió las dos naves de la expedición hacia el suroeste y alcanzó la isla de
Pascua, el punto más meridional del periplo, 17º Sur, por lo tanto entre el
trópico de Capricornio y el Ecuador; en dirección noroeste bordeó las islas
Salomón[i],
donde surgieron las primeras disensiones, pues mientras Mendaña era partidario
de conquistarlas, no tenía autorización del virrey Diego López de Zúñiga, y
quizá la pretensión de Mendaña se deba a que Zúñiga había muerto ya, incluso
unos años antes de la salida de El Callao.
Lo cierto es que en la
época los barcos quedaban fondeados no lejos de la costa, alcanzándose esta
mediante botes que llevaban a la tripulación a tierra, y en estas islas es
donde aquellos hombres tuvieron la oportunidad de conocer a los indígenas de
los puntos por donde pasaban. Cabe imaginar la sorpresa de estos respecto de
los españoles, pues en el caso contrario ya tenían la experiencia de las
poblaciones americanas. La falta de unanimidad en lo que debía de hacerse y la
dificultad de la empresa, hizo que Mendaña encaminase sus naves hacia el norte,
donde encontraron las islas Marshall, en la misma latitud que Mindanao pero
mucho más al Este. El rumbo siguió en dirección norte y luego noreste, pasando
al norte de las islas Hawai para alcanzar el punto más septentrional en las
proximidades de la península de California, a 32º Norte; luego en dirección
sureste a Acapulco, donde llegaron en enero de 1569, es decir, poco más de un
año de travesía.
Muchas de las islas
citadas eran montañosas y de origen volcánico, boscosas por la abundancia de
precipitaciones propias de los climas intertropicales; además pudieron observar
que la profundidad de las aguas era grande desde la misma costa, es decir,
carecían de plataforma continental.
Esta expedición, como
otras, tenía un objetivo fundamental más allá de conocer las rutas del océano: la
obtención de oro y otros metales preciosos, de los que siempre hablaban los
indígenas americanos, lo que mezclado con ideas míticas y antiguas de los
conquistadores, hacían apetecible –para la mentalidad de la época- tantos riesgos
y penalidades. En efecto, para mandar la expedición surgió el primer problema,
pues aspiraba a ello Pedro Sarmiento de Gamboa, más experimentado que Mendaña,
pero este gozó de la influencia de las autoridades del virreinato del Perú.
La expedición que hemos
descrito contó con dos naves que transportaron, según las fuentes, unos ciento
cincuenta hombres, algunos de ellos marineros y otros militares, también
mujeres españolas, algunos franciscanos y esclavos. Se pretendía, además de
encontrar metales preciosos, conocer la Terra
Australis de la que se venía hablando en los cenáculos de geógrafos y
marinos; una vez en ella debía fundarse un establecimiento, pero no encontraron
dichas tierras[ii].
En cambio sí tuvieron que dar solución a algunos conflictos, tanto entre los
miembros de la tripulación como con los indígenas.
De vuelta en Lima no se
vio por parte de las autoridades la utilidad del viaje de Mendaña, por lo que
cuando intentó otro años más tarde, se tuvo que emplear en contratar a la
tripulación y costear por su cuenta las embarcaciones, además de hacerse con
los alimentos y demás pertrechos propios de una expedición de estas características.
Tuvo muchas dificultades, pues merodeando piratas ingleses en las costas del
Perú, el virrey Martín Enríquez Almansa le confiscó la flota antes de que
zarpase con el fin de combatir a la piratería. Fallecido este virrey en 1583,
el sustituto, Fernando de Torres y Portugal, apoyó la empresa de Mendaña, pero
amenazando las costas de Chile la piratería, de nuevo se tuvo que posponer la
marcha, hasta que en tiempos del nuevo virrey, García Hurtado de Mendoza, pudo
zarpar con sus naves el ya veterano Mendaña desde El Callao, ahora en dirección
a Paita, al norte del actual Perú, en 1595.
No pasaría de este año
Mendaña, pues murió al contraer la malaria[iii],
siendo llevado su cuerpo a uno de los barcos por temor a que fuese profanada su
tumba por los nativos; otros miembros de la tripulación enfermaron de escorbuto[iv] y,
en efecto, la escasez de alimentos fue una dificultad de las que sufrieron,
además de la hostilidad de los indígenas en algunas de las islas visitadas.
Asistieron a ofrendas de sacrificios humanos y a prácticas de canibalismo, lo
que asombró no poco a la tripulación; hubo enfrentamientos entre los miembros
de esta, pero se consiguió fundar una colonia en las islas de Santa Cruz, que
hoy está dando interesantes resultados arqueológicos.
En este segundo viaje
los expedicionarios sufrieron tempestades, y la esposa y viuda de Mendaña tuvo
que habérselas para dar solución a un conflicto entre diversos miembros de la
tripulación (islas de Santa Cruz), que alegaban no haberse embarcado para
fundar colonias sino para enriquecerse, no viendo el oro por ningún lado.
Isabel Barreto tuvo el tacto y la autoridad suficiente, valiéndose de la
experiencia de Pedro Sarmiento de Gamboa, para poner orden, lo que ha valido a
la señora el reconocimiento por parte de los que han investigado este asunto.
Otro viaje que ha parecido inútil, pero se conocieron los bajos de San
Bartolomé en el atolón de las Marshall, se corrieron peligros y, tras
presenciarse matanzas, se celebraban misas.
Más allá de las “aventuras” de estas gentes, lo verdaderamente asombroso es el pelaje y la mentalidad de las mismas, sobre todo entre los dirigentes como Mendaña, Quirós, Torres o Sarmiento. El primero estuvo preso en Panamá en 1576 por unos pleitos y luego de nuevo encarcelado. Sabedores de que la muerte les acechaba en cada intento no cesaron en ello, se enfrentaron a sufrimientos y dificultades continuas, pasaron penalidades y tuvieron un ideal difícilmente comprensible para nosotros si no nos ponemos en su siglo, en su condición de hidalgos, soldados o marinos, embarcados en las empresas que habían dado comienzo cuando se tuvo noticia de que un nuevo continente se interponía entre Europa y Asia.
[i] Al Este de Nueva Guinea. Una de ellas la de Guadalcanal, donde se daría una de las batallas más mortíferas de la II guerra mundial entre el verano de 1942 y el invierno de 1943 (aliados y Japón).
[ii] Sin conseguir llegar a Australia, años más tarde Luis Váez de Torres pasó por el estrecho que lleva su nombre (Torres) que separa Nueva Guinea de Australia (1606).
[iii] Por la picadura de determinados insectos para lo que los europeos no tenían defensas biológicas.
[iv] Por un déficit alimentario, particularmente de vitamina C.
(*) Imagen tomada de schhg.cl/wp-schhg/2021/11/25/la-genealogia-de-dona-isabel-barreto/
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