Paisaje de Chillán (*) |
En la feligresía de
Vilariño, del muncipio de Val do Dubra, en el centro de la provincia de A
Coruña, nació en 1727 Pedro Ángel de Espiñeira, que fue franciscano y obispo
de Concepción, en Chile. Ya prelado realizó un viaje por su diócesis que
empezó en 1765 y terminó en 1769, conociendo así las categorías en las diversas
iglesias: curatos, capellanías, doctrinas, etc. Empezó por la catedral de la
ciudad de Concepción, siguiendo luego por el Fuerte de San Pedro, el de
Colcura, la Plaza de Arauco, el Fuerte de San Antonio de Talcamávida, la villa
de Nacimiento, San Juan Bautista de Purén, Nuestra Señora de los Ángeles y así
hasta veintidós lugares.
En Concepción había, en
su época, veintiuna parroquias atendidas por clérigos de entre 66 y 22 años,
aunque diez tenían más de cuarenta, habiendo alcanzado, entre 1765 y 1769, los
grados de doctor en Teología (veinte de ellos), un gramático y ocho casos en los
que se ignora. En el obispado había seis corregimientos (Itata, Chillán,
Concepción, Puchacay, Rere y Valdivia), que tenían en 1765, en total, 48.364
habitantes, correspondiendo la mayor población al corregimiento de Rere (15.544
habitantes) seguido de Chillán (13.794), pero entre 1791 y 1793 el obispado
experimentó un aumento en su población del 7,5%.
Por su parte los
jesuitas, sobre cuyas misiones tendrá mucho que ver el obispo Espiñeira, habían
fundado once en el obispado de Concepción entre 1693 y 1764, de las
cuales fueron destruidas cinco (Imperial, Tucapel[i],
Arauco, Vervén o Colué y Repocura, que se refundaron entre 1724 y 1764).
Estando Concepción muy
cercana a la costa, en la desembocadura del río Biobio, el obispo se dirigió
hacia el sur (San Pedro de la Paz, Colcura y Arauco, sin separarse de la costa
del Pacífico) para luego internarse hacia Talcamavida[ii],
Nacimiento[iii]
y, de nuevo hacia el sur, Purén[iv];
luego hacia el norte (Los Ángeles[v],
Buena Esperanza), Tucapel[vi]
(esta hacia el este) y otra vez hacia el norte (Chillán[vii],
Perquitauquién, Putagán y Loncomilla[viii]),
para de nuevo en dirección sur, Cauquenes, Ninhue, Quirihue, Coelemu, Florida,
Casablanca, Hualqui, Concepción y Talcahuano.
Cuando el obispo
Espiñeira llegó a Concepción se encontró con la devastación que había
provocado el terremoto de 1751, y que se prolongó durante un mes, de mayo a
junio. La primera ciudad de Concepción desapareció y toda la región sufrió sus
efectos, dice Jorge Pinto Rodríguez[ix]. Ello
fue más grave por cuanto dos décadas antes se había producido otro terremoto
que también había arruinado a la zona. Una fuente dice que las nubes descargaron una lluvia continua por ocho
días, sin que se quietase por ello la tierra. Pasada la lluvia, crecieron con
fuerza los terremotos [y] un loco se
entregó al mar.
Concepción, que hasta
ese momento se levantaba en Penco, hubo de mudarse, en lo que no dejó de haber
controversia. Se tuvieron que reconstruir sus viviendas y hasta el traslado pasaron catorce años. Otra fuente habla del estado deplorable de la población: dispersos en la mayor parte por las faldas
de estos cerros…en unas tristes barracas de maderos. Todo estaba en ruina,
sigue diciendo Pinto Rodríguez, los
sacerdotes sin sus templos, las vírgenes religiosas sin retiro, las doncellas
sin cautela y sin recato las casadas.
Escogido el sitio para
la nueva Concepción, Espiñeira tuvo destacada participación en ello, al colaborar
con las autoridades civiles, lo que no había hecho su predecesor, Toro y
Zambrano. El nuevo obispo fue un extraordinario auxiliar del gobernador Guill y
Gonzaga[x],
que en el valle de la Mocha hizo construir un barracón para catedral interina
(1765).
En 1766 la zona se vio
afectada por una rebelión mapuche como consecuencia de los intentos de los jesuitas
de reducirlos en pueblos. El gobernador había aprobado el propósito
estableciendo contacto con los caciques mediante el “parlamento de Nacimiento”
en 1764, al que los indígenas acudieron de mala gana y solo porque se les
ofrecieron regalos. A la postre se establecieron una serie de pueblos “que de
tales tenía[n] apenas el nombre”. El proyecto de los jesuitas se basaba en los
estudios que había hecho en 1752 otro jesuita, Joaquín de Villarreal[xi].
Esto llevó a un debate
sobre la política fundacional mientras era gobernador Ortiz de Rozas, que debido a la labor que llevó a cabo fue nombrado por Fernando VI conde de Poblaciones en
1754. La razón estaba en lo despoblado que se encontraba el territorio mientras
la guerra de Arauco seguía (ver aquí mismo “La guerra de Arauco”). Se proponía para contener a los indios cercanos a
los ríos Biobio y Laja, ocho lugares de
80 pobladores, convenciendo estas ideas a los jesuitas respecto de los
mapuches, con lo que no estuvo de acuerdo el obispo Espiñeira.
La rebelión empezó a
finales de 1766 y Espiñeira tuvo también un papel al gozar de la confianza del
gobernador Guill y Gonzaga. Logró manejar adecuadamente la colaboración que ofrecieron
los pehuenches, cuyos deseos de vengarse de los mapuches favorecían a los
españoles. Sin embargo los militares españoles no estuvieron de acuerdo con
Espiñeira, particularmente Salvador Cabritos, pero el obispo consiguió
poderes suficientes del gobernador hasta conseguir la paz.
La rebelión obligó al
obispo a paralizar el viaje del que hemos hablado, planteándose la controversia
entre franciscanos y jesuitas, que tenían diversas formas de actuar ante la
cristianización de la población indígena. Lo cierto es que la pacificación y
cristianización de los indígenas no era solo una cuestión religiosa, sino una
política de la corona española. La expulsión de los jesuitas en 1767 vino a
dirimir en la frontera el pleito entre estos y los franciscanos.
Desde que el jesuita Luis
Valdivia[xii],
a comienzos del siglo XVII, confiriera valor a las conversiones de indígenas, parece que su política no aportó progreso alguno, hasta el extremo de que
José Perfecto de Salas, historiador y funcionario español, informó al rey en
1737 en relación a las misiones fronterizas, que estas se encontraban escasas de indios cristianos reducidos,
descendientes de otros tales, y que los indígenas se habían dejado bautizar
con cierta especie de violencia y
propensión a la fuga… al sur del Bio Bio, ya esparciéndose a los partidos,
donde los he visto vagantes…
Años más tarde, a pesar
del mejor conocimiento que se tenía de la frontera, no se había cambiado de
opinión respecto de la superficialidad con la que los indios se cristianizaban: la experiencia de dos siglos ha
hecho ver que los medios hasta aquí practicados no han tenido proporción con el
fin, pues por el de la guerra no se ha avanzado un palmo de tierra… y el de la
predicación no ha cogido el fruto de un indio perfectamente convertido… Los
jesuitas, que habían conseguido asumir el control de las misiones entre los
mapuches, en el siglo XVIII practicaban su labor por medio de “correrías”,
consistentes en enviar a un clérigo para recorrer un territorio,
bautizando a los indígenas sin preocuparse después de si dicho bautismo
quedaba confirmado por la práctica de la religión y por la fe.
Los franciscanos
ofrecían una alternativa, consistente en la fundación de colegios donde los
indígenas eran adoctrinados durante el tiempo que fuese necesario, aunque
también empleaban aquellos largos recorridos, pero eran contrarios a bautizar
si no existía convencimiento de que había llegado el momento.
El obispado de la
Concepción, dice Pinto Rodríguez, “se halla a la parte del sur del reino de
Chile… desde el caudaloso río Maule, hasta el Cabo de Hornos… y se contiene entre
el referido río Maule y el famoso Bio Bio, que sirve de barrera a los indios,
toda de fieles; y de infieles, la que intermedia desde este hasta el Cabo de
Hornos, a excepción de los fuertes, que se hallan situados de la otra banda, y
los neófitos que tienen a su cargo los misioneros”. En todo el obispado había
dos ciudades principales: Concepción y Chillán; y además nueve villas y doce
fuertes, situados a una y otra orilla del Bio Bio, que servían de defensa, pero
aquellas y estos se encontraban muy poco poblados, subsistiendo “con el nombre
de villas sin el menor” carácter de tales.
La ciudad de Concepción
se encuentra en el lugar de la Mocha o Valle de Mendoza, a donde había sido
trasladada, teniendo en época del obispo Espiñeira cuatro conventos de órdenes
mendicantes (dominicos, franciscanos, agustinos y mercedarios), “todos tan
atrasados por su pobreza y por haberse perdido sus fundos con la arruinada
ciudad de Penco". También contaba con un Hospital Real regido por los
Hospitalarios de San Juan de Dios, teniendo asignado 1,5 del noveno de las
rentas decimales del obispado. Por último, también contaba la ciudad con un
monasterio de religiosas trinitarias descalzas…
[i] Durante
los años 1691 y 1719 fue misión franciscana.
[ii] A
orillas del Biobio.
[iii] Río
arriba.
[iv] Al
sureste del lago Lanalhue.
[v] De nuevo
al norte del Biobio.
[vi] Cerca
del río Laja, afluente del Biobio.
[vii] Al sur
del río Itata.
[viii] Cerca
de la confluencia de los ríos Loncomilla y Maule.
[ix] “Visita
general de la Concepción y su obispado…”. En esta obra se basa el presente resumen.
[x] Fundó varias
villas y tuvo con los mapuches un “parlamento” importante.
[xi] En 1744
publicó en España un informe para el rey “sobre contener y reducir a la debida
obediencia a los indios del reino de Chile”.
[xii] Defendió
los derechos de los indígenas y se preocupó por las hostilidades tenidas con
los mapuches en Chile.
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