lunes, 9 de diciembre de 2019

La biblioteca del rey Alfonso X


Aunque Rodríguez de la Peña señale que las dos obras publicadas[i] sobre la biblioteca del rey castellano Alfonso X, no aportan gran cosa sobre las características de la misma, lo cierto es que él suministra muchos datos sobre este asunto.

El autor citado empieza comparando la biblioteca del rey con “las bien nutridas” de los arzobispos de Toledo, añadiendo luego que Alfonso X fue el monarca más bibliófilo de todo el Medievo español. El primer dato que aporta es el registro de préstamos de la biblioteca del monasterio de Santo Domingo de Silos, a quien el rey solicitaba numerosos documentos para ser copiados. El monarca encomendó a sus clérigos y notarios un “peinado” de las bibliotecas existentes a la búsqueda de manuscritos para copiarlos, conservándose una nota de Silos, datada en el siglo XIII, donde se consignan dieciocho códices prestados, uno de ellos la “Historia Silense” y los siete libros de la “Historia Adversus Paganos” de Orosio.

En una carta fechada en Santo Domingo de la Calzada a principios de 1270, Alfonso X reconoce poseer en préstamo cuatro libros del cabildo de Albelda, y en una carta fechada unos días más tarde en el mismo lugar, reconocía haber tomado prestados del monasterio de Santa María de Nájera quince libros “de lectura antigua”, dos de ellos las “Geórgicas” y las “Bucólicas” de Virgilio, y otro el “Epistolario” de Ovidio.

En cuanto a los manuscritos producidos en la corte alfonsí (su “scriptorium” funcionaba en Sevilla, Toledo y Murcia), se encuentran traducciones del árabe al latín o al castellano. Algunos son de astronomía, ajedrez, de Ptolomeo y el único manuscrito alfonsí que se encuentra en la biblioteca catedralicia de Toledo, un tratado de astronomía de Abenragel.

Las fuentes utilizadas para la elaboración de las “Partidas” fueron el “Digesto” de Justiniano y obras de Agustín de Hipona, Gregorio Magno y Bernardo de Claraval, así como obras didácticas, entre otras. Para las crónicas alfonsíes destaca la “Historia” de Jiménez de Rada y el “Chronicon” de Lucas de Tuy.

Hubo también un intercambio de libros entre el embajador de Florencia en la corte castellana y el rey: “El Libro del Tesoro”[ii] es un manuscrito que se conserva en El Escorial. También una traducción al italiano de la “Ética a Nicómaco” de Aristóteles que se encuentra en la Biblioteca Nacional. El rey regaló a la ciudad de Florencia, al parecer, un ejemplar de sus “Cantigas de Santa María”. El testamento del rey, redactado en Sevilla a principios de 1284, también suministra datos, pues allí consta la donación que hizo a las catedrales de Sevilla o Murcia, dependiendo de donde acabaran reposando sus restos mortales.

Pero la biblioteca del rey no estuvo a disposición de los eruditos, salvo a los próximos a la corte. Dicha biblioteca estaba formada por códices de grandes dimensiones, cuando ya existían muchos de pequeño formato, siendo Alfonso X el principal y casi único mecenas del mercado de libros castellano en su época. Pero no contó con un bibliotecario, teniendo que hacer las veces de este un escribano[iii], de entre los muchos oficios palatinos que se comprueban en el “Espéculo”: capellán mayor, canciller, notarios, físicos, clérigos del rey y escribanos[iv].


[i] En 1905 y en 1985.
[ii] Compuesto por su autor, Brunetto Latini, durante su exilio en Francia. Pretendía ser una historia universal, un tratado de ética y otro de política.
[iii] Así se deduce en un códice de la “General Estoria”, datado en 1280, que se encuentra en la Biblioteca Vaticana.
[iv] Este artículo tiene como fuente el trabajo de Manuel A. Rodríguez de la Peña, “Los reyes bibliófilos…”

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