Aunque Rodríguez de la
Peña señale que las dos obras publicadas[i]
sobre la biblioteca del rey castellano Alfonso X, no aportan gran cosa sobre
las características de la misma, lo cierto es que él suministra muchos datos
sobre este asunto.
El autor citado empieza
comparando la biblioteca del rey con “las bien nutridas” de los arzobispos de
Toledo, añadiendo luego que Alfonso X fue el monarca más bibliófilo de todo el Medievo
español. El primer dato que aporta es el registro de préstamos de la biblioteca
del monasterio de Santo Domingo de Silos, a quien el rey solicitaba numerosos
documentos para ser copiados. El monarca encomendó a sus clérigos y notarios un
“peinado” de las bibliotecas existentes a la búsqueda de manuscritos para
copiarlos, conservándose una nota de Silos, datada en el siglo XIII, donde se
consignan dieciocho códices prestados, uno de ellos la “Historia Silense” y los
siete libros de la “Historia Adversus Paganos” de Orosio.
En una carta fechada en
Santo Domingo de la Calzada a principios de 1270, Alfonso X reconoce poseer en
préstamo cuatro libros del cabildo de Albelda, y en una carta fechada unos días
más tarde en el mismo lugar, reconocía haber tomado prestados del monasterio de
Santa María de Nájera quince libros “de lectura antigua”, dos de ellos las “Geórgicas”
y las “Bucólicas” de Virgilio, y otro el “Epistolario” de Ovidio.
En cuanto a los
manuscritos producidos en la corte alfonsí (su “scriptorium” funcionaba en Sevilla,
Toledo y Murcia), se encuentran traducciones del árabe al latín o al
castellano. Algunos son de astronomía, ajedrez, de Ptolomeo y el único
manuscrito alfonsí que se encuentra en la biblioteca catedralicia de Toledo, un
tratado de astronomía de Abenragel.
Las fuentes utilizadas
para la elaboración de las “Partidas” fueron el “Digesto” de Justiniano y obras
de Agustín de Hipona, Gregorio Magno y Bernardo de Claraval, así como obras
didácticas, entre otras. Para las crónicas alfonsíes destaca la “Historia” de
Jiménez de Rada y el “Chronicon” de Lucas de Tuy.
Hubo también un
intercambio de libros entre el embajador de Florencia en la corte castellana y
el rey: “El Libro del Tesoro”[ii]
es un manuscrito que se conserva en El Escorial. También una traducción al
italiano de la “Ética a Nicómaco” de Aristóteles que se encuentra en la
Biblioteca Nacional. El rey regaló a la ciudad de Florencia, al parecer, un
ejemplar de sus “Cantigas de Santa María”. El testamento del rey, redactado en
Sevilla a principios de 1284, también suministra datos, pues allí consta la
donación que hizo a las catedrales de Sevilla o Murcia, dependiendo de donde
acabaran reposando sus restos mortales.
Pero la biblioteca del
rey no estuvo a disposición de los eruditos, salvo a los próximos a la corte.
Dicha biblioteca estaba formada por códices de grandes dimensiones, cuando ya
existían muchos de pequeño formato, siendo Alfonso X el principal y casi único
mecenas del mercado de libros castellano en su época. Pero no contó con un
bibliotecario, teniendo que hacer las veces de este un escribano[iii],
de entre los muchos oficios palatinos que se comprueban en el “Espéculo”:
capellán mayor, canciller, notarios, físicos, clérigos del rey y escribanos[iv].
[i] En 1905
y en 1985.
[ii]
Compuesto por su autor, Brunetto Latini, durante su exilio en Francia.
Pretendía ser una historia universal, un tratado de ética y otro de política.
[iii] Así se
deduce en un códice de la “General Estoria”, datado en 1280, que se encuentra
en la Biblioteca Vaticana.
[iv] Este
artículo tiene como fuente el trabajo de Manuel A. Rodríguez de la Peña, “Los
reyes bibliófilos…”
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