jueves, 19 de diciembre de 2019

Sociedad y novela (y 3)

https://gijonenelrecuerdo.elcomercio.es/2010/11/
condiciones-de-vida-de-la-clase-obrera.html

Siguiendo con “Sociedad y novela (2)”, más negativa es la imagen que ofrecen buena parte de los muchos clérigos que aparecen en la obra de Palacio Valdés (un convencido anticlerical), a los que denuncia su falta de espíritu apostólico, la escasa preparación y “la granjería en que convierten su ministerio”. Como en su obra La fe se entregase a la burla de varios sacerdotes, y esto causase escándalo entre algunos sectores, recuerda que “desde San Jerónimo hasta el padre José Francisco de Isla, son tantos los eclesiásticos y seglares que han motejado con el sarcasmo los vicios del clero, que apenas es creíble que se me haya hecho un cargo de mi inocente sátira”.

En La Regenta se encuentra una galería de clérigos, entre los que destaca Fermín de Pas, personaje empujado por la soberbia, la ambición y el afán de dominio. Galdós dijo sobre los clérigos de la obra de Clarín que son “un cuadro de vida clerical, prodigio de verdad y gracia… Olor eclesiástico de viejos recintos sahumados por incienso, cuchicheos de beatas, visos negros de sotanas raídas o elegantes…”. Y en la obra de Galdós también hay clérigos, dibujados a veces con tintes negativos, como don Inocencio en Doña Perfecta, y en otras ocasiones con más benevolencia.

Fuera del clero un personaje representa a toda la generación de Valera, el doctor Faustino, lo que el autor mismo revela, mientras que Pardo Bazán, en La cuestión palpitante, dice que su época no es tan positiva y materialista como aseguran algunos, sino que también hay romanticismo, poniendo Valera en boca de uno de sus personajes, el vizconde de Goivo-Formoso (Genio y figura) la queja del exceso de ideales. 

Los personajes femeninos de estas novelas están relacionados con el amor o la familia, sobre todo entre la pequeña burguesía y la clase media, pero también alguna mujer de mundo, la religiosidad, la sencillez y la jovialidad. Los personajes femeninos galdosianos son muy realistas, comentados por Pardo Bazán cuando se refiere a Fortunata, “la chulapa apasionada mezcla de barro y oro, ser todo instinto; la pacata y prudente burguesa Jacinta…”. También Galdós ha dejado personajes femeninos de una activa espiritualidad, como Leré en Ángel Guerra, Victoria de Moncada en La loca de la casa, o doña Catalina de Artal en Halma. También se deben a Galdós las mendigas de Misericordia, como Benigna (Benina) o Tristana (Tristana) con sus anhelos esta de una vida libre imposible sin independencia económica, diciendo la protagonista que “no veía felicidad en el matrimonio y quería solo estar casada consigo misma y ser su ‘propia cabeza de familia”.

Coser era uno de los pocos oficios que se permitía a las mujeres de clase media; trabajo mal pagado como dice Palacio Valdés, pero además había que mantener dicho oficio en secreto, como hará Carmen, la hija de don Serafín Balduque, lo que le hará decir a este, convertido en portavoz de Pereda, qué tenía de malo el trabajo de su hija para “levantar las cargas domésticas”. Otra cosa son las mujeres de pueblo, que pueden ejercer oficios sin ruborizarse porque no tienen prejuicios pequeño-burgueses, diciendo Pardo Bazán lo siguiente: “… la del pueblo tiene la noción de que debe ganar su vida; la burguesa cree que ha de sostenerla exclusivamente el trabajo del hombre”. Si la Tristana de Galdós es una “feminista” fracasada, no así Feíta Neira en Memorias de un solterón (Pardo Bazán), mostrando la misma preocupación por el saber que la protagonista de Galdós, así como el deseo de independencia económica y moral. Feíta, como Tristana, rechaza el matrimonio como única salida, diciendo aquella en un momento de la novela: “… porque estoy harta de que a las mujeres no nos consientan vivir sino por cuenta ajena… Para mí vivo, para mí”.

Pardo Bazán creó otros personajes feministas, como Amparo, la obrera de apodo la Tribuna, rarísimo ejemplo de mujer con inquietudes políticas, y también Asís Taboada, la protagonista de Insolación, y la misma autora crea en Los pazos de Ulloa al médico Máximo Juncal, que censura el uso del corsé por las mujeres de ciudad y la obligación de llevar estas una vida sedentaria. Gabriel Pardo, en La madre naturaleza, lamenta que se enseñase a las mujeres a fingir y a ocultar, lo que les robaba toda naturalidad y personalidad propia. Otro personaje femenino anómalo es Ana Ozores (La Regenta), de la que Clarín destaca su frustración sentimental, maternal y erótica, ya que además de sufrir crisis místicas era mujer que leía y que escribía versos, lo que se le reprochó: cuando doña Anuncia encontró un cuaderno de versos de Ana Ozores “manifestó igual asombro que si hubiese visto un revólver”.

Otro ejemplo de mujer amante de la lectura fue María (Marta y María), lecturas que Palacio Valdés narra con profundidad, y este autor también creó honradas burguesas y chulas que se pusieron en su época de moda. En una de sus novelas, El Maestrante, se encuentra la figura femenina más cruel de la novela del período: Amalia Sánchiz, y anómala es también Emma Valcárcel, que vive siguiendo el impulso de sus caprichos, y de la cual Clarín dirá en Su único hijo: ese afán de separarse de la corriente… era espontánea perversión del espíritu, prurito de enferma.

También trataron estos autores en sus novelas el amor y el mundo familiar, tanto para mostrar la felicidad como el fracaso y el drama (Pepita Jiménez y Juanita la larga son solo dos ejemplos), pero la voluntad de las mujeres a la hora de elegir marido estaba supeditada casi por completo a la de sus padres; no obstante, la mujer mayor de edad podía casarse contra la voluntad de los mismos gracias a una fórmula legal que explica Palacio Valdés en José: la mujer que lo solicitaba renunciaba a la tutela paterna o materna y se “la depositaba” en casa de algún familiar o persona de confianza hasta el momento del matrimonio.

Entre las tradiciones, aficiones y modas de los españoles de la época[i] estaban el teatro (si se trataba de ciudades), los conciertos, las tertulias en el casino o en la taberna, en los cafés, en las boticas, en las casas particulares de los burgueses o de los aristócratas, participando en estas últimas las mujeres. También las procesiones, sobre todo durante la “semana santa”, las romerías, los toros (pero no siempre para asistir a las corridas, sino también para censurarlas); algunas familias con riqueza empiezan a veranear en San Sebastián o en Santander, de lo que se quejará Pereda, que veía llena de forasteros su ciudad y playa de El Sardinero.

El rechazo a las corridas de toros tiene su ejemplo más notable en Pardo Bazán, que habló de las tres fieras: el toro, el torero y el público. El primero se deja matar porque no tiene más remedio; el segundo cobra por matar; el tercero paga para que maten. Y de nada valían –sigue doña Emilia- las excomuniones del papa contra los católicos que asistieran a las corridas…



[i] Estos resúmenes se han hecho a partir de la obra coordinada por J. Andrés Gallego y L. Llera, "La cultura española en el siglo XIX...".

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