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Una tesis doctoral ha
venido a informarnos sobre la participación de la mujer en la guerra[i].
Ya en el siglo XVII dijo Arthur Raleigh que “se ha olvidado a las mujeres” y
que “en las guerras también hay mujeres”.
La difusión de los
estudios de género ha permitido aprovechar la abundante documentación sobre la
participación de las mujeres en la guerra desde la segunda mitad del siglo XIX,
pero antes, dicha documentación es relativamente escasa. En 1989 se reunió en Toulouse
un congreso de historiadores para hablar sobre el tema “las mujeres de la
Revolución Francesa” y, a partir de ese momento, ha ocupado mucho más a los
investigadores este tema.
La mujer ha participado
en batallas y lo ha hecho, en ocasiones, disfrazada de hombre, ha participado
en las comunidades de campaña en funciones no militares, pues los ejércitos
necesitaban a las mujeres para coser y lavar, por ejemplo, pero también en
acciones de saqueo, y ha habido mujeres que nos han dejado memorias sobre su participación en la guerra.
Por tanto es
conveniente tener en cuenta el papel de la mujer en labores de mantenimiento,
aunque en la sociedad del Antiguo Régimen, guerra y uso de armas estuvieron
relacionados con la nobleza y la masculinidad, pero lo cierto es que ha habido
mujeres que manifestaron su atracción por el mundo militar. Madame de la
Guette, en el siglo XVII, escribió unas memorias
donde explica que se casó contra la voluntad de su padre y dice a un oficial
del ejército su admiración por la milicia.
Francia fue un caso
aparte no excluyendo tanto a las mujeres del ejército, que participaron en las
guerras de la Fronda y en la Revolución Francesa, pues en dicho país se había
aceptado la idea de la colaboración femenina para proteger plazas asediadas,
reparación de las murallas, arengar a los combatientes… aunque se consideraba
indecoroso ver a una mujer vestida como soldado.
La mayor parte de los
estudios que se han hecho sobre la mujer y la guerra se han relacionado con el
surgimiento de los partidos políticos, donde había mujeres; en todo caso la
mujer se fue incorporando al ejército progresivamente, dedicándose a la defensa
de una plaza, al espionaje, el apoyo a las víctimas o a la construcción de
sistemas defensivos.
Las mujeres en los
ejércitos fueron esenciales hasta mediados del siglo XVII, cuando amplios
grupos de aquellas acompañaban a los soldados en los campos de batalla. También
formaron parte de la economía de guerra, orientada al pillaje y al saqueo. En
la segunda mitad del siglo citado la situación cambia y las mujeres disminuyen
en número en los ejércitos, de acuerdo con la milicia de conscriptos. En el
ejército británico se llegó a establecer que solo debía haber seis mujeres por
cada cien hombres.
Las tropas solían
contar con grupos de mujeres soldados, la mayor parte de ellas alistadas siendo
muy jóvenes o haciéndose pasar por hombres; algunas eran hijas de soldados que
siguieron el ejemplo de sus padres; otras eran huérfanas o pertenecían a
familias desestructuradas. En abril de 1793, en el contexto de la Revolución
Francesa, el gobierno de la Convención estableció la prohibición de mujeres en
el ejército que no desempeñasen un trabajo útil, con excepción de las
cantineras y las lavanderas, pero la realidad fue muy distinta porque tal
disposición no se cumplió, de forma que muchas mujeres continuaron luchando durante
un tiempo.
Es el caso de Thérèse
Figueur, conocida como madame Sans Gêne o Angelique Duchemin, que vivió muchos
años y había perdido a su padre (no conoció a su madre) a los nueve años. Otras
abandonaron el ejército por haber sido mutiladas, heridas o por simple fatiga;
en el caso del conflicto de la Vendée (oeste de Francia) en el contexto de la
Revolución Francesa, tanto el ejército monárquico como el republicano contaron
con mujeres, y los hombres se hacían acompañar de mujeres, ancianos y niños. Un
caso célebre es el de René Bordereau, que también combatió en la guerra
vendeana al lado de los católicos realistas; arrestada en 1809, sufrió prisión
hasta que se le condecoró cuando se restableció la monarquía borbónica (1815).
La marquesa de La Rochejaquelein[ii]
la recuerda, junto a otras, ante la amenaza de los generales de que
despedazarían a cualquier mujer que se vistiese como soldado.
Con el paso del tiempo
se eligió a un número restringido de mujeres para acompañar a las tropas en
campaña, donde ejercieron como combatientes, suministrando alimentos como
cantineras y cocineras, haciendo trabajos de lavandería, confección y
reparación de vestimenta, como abastecedoras de carne y frutas (en contacto con
el mundo rural), aprovisionaron de material bélico interviniendo en el mercado
al por menor, se dedicaron al saqueo y al pillaje, asistieron a los heridos y
despojaron cadáveres para preservar la salud de las tropas. Sirvieron como
distracción de los soldados, actividad que estuvo relacionada con las prácticas
sexuales toleradas, cuando los soldados no se hacían acompañar por sus esposas;
también aportaron apoyo moral, pues la presencia de mujeres animaba al combate,
estas ocuparon zonas fronterizas y preservaron la práctica religiosa: ocultaron
a sacerdotes perseguidos, etc. Las mujeres también se ocuparon del transporte
de material pesado, de la sanidad militar y del avituallamiento.
La mujer, en otro orden
de cosas, sufrió violencia más allá de la propia de la guerra: el autor al que
sigo dice que el desarrollo de la Revolución Francesa trajo consigo un
deterioro en las relaciones entre hombres y mujeres por dos motivos
principales. Las mujeres no recibían casi ninguna ventaja política y quedaban
relegadas a su ancestral esfera privada; por otro lado, la competencia de
poderes en sus diversos ámbitos espaciales (central y local) liberó agresividad
contra las mujeres, y permitió que las que habitaban zonas menos controladas,
quedasen sometidas a los abusos de las autoridades civiles y militares.
El abandono temporal o
definitivo del hogar, por parte de los hombres, dejó expuesta a la mujer civil
a las amenazas propias de la guerra, cuyas principales concreciones fueron la
violación, el reclutamiento forzoso, el trabajo bajo amenaza y el uso de la
mujer como botín de guerra. Para las mujeres que acompañaron a las tropas o vivieron
en zonas próximas a los conflictos armados, la violencia se convirtió en un
elemento cotidiano. Sobre la marcha, en el campamento o durante la lucha, la
vida en campaña se planteó para las mujeres en términos de permanente
peligrosidad; tuvieron que endurecerse pues el nivel de violencia fue siempre
mayor contra ellas.
En cuanto a la
modificación de los roles masculinos y femeninos en períodos de guerra, los
estudios que se han hecho muestran “que hombres y mujeres viven durante un
conflicto bélico experiencias diferentes y no sincrónicas; que los roles
femeninos permanecen siempre subordinados a los masculinos; que las identidades
sexuales se descompensan y que la posguerra pretende una difícil restauración
de las antiguas relaciones entre hombres y mujeres. Hacer la paz, supone
también reconstruir un equilibrio amenazado”.
[i] “La percepción
femenina de las guerras de la Vendée a través de las ‘Mémoires Historiques’”,
José Antonio Feliz Barrio.
[ii] Noble
francesa que escribió unas memorias desde el punto de vista de los contrarios a
la Revolución, vendeanos.
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