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Cuando Bartolomé de las
Casas empieza a escribir la obra que luego conoceremos como “Historia de las
Indias”, tuvo a su disposición una serie de fuentes riquísimas que fue
aumentando a lo largo de treinta y cinco años, desde 1527 hasta 1562, cuatro
antes de su muerte. Ha sido tal la divulgación y comentarios de su “Brevísima
relación de la destrucción de las Indias” (que en una primera versión es obra
de 1542) que se le ha acusado de exagerar el comportamiento de los
conquistadores y colonizadores para conseguir la reacción oportuna del rey de
España. Como sabemos, la obra definitiva es de diez años más tarde.
Pero mucho más
importante es su obra “Historia de las Indias”, en cuyo prólogo “dialoga y
polemiza”[i]
con otros historiadores, pasados y contemporáneos, así como con los cronistas de
Indias, teniendo en cuenta incluso a los antiguos historiadores griegos y romanos. De la misma
forma que Diogo de Couto[ii]
leyó a Oviedo, López de Gómara y Vespucci, las Casas, mucho antes, tuvo una
erudición extraordinaria. En primer lugar cita la carta que Juan II de Castilla
envió a Alonso V de Portugal en 1454 sobre el asunto de las Canarias; también
la “Historia” de Juan II de Castilla publicada en 1543. Las Casas estuvo en
Lisboa en 1547 tras haber renunciado al obispado de Chiapas, habiendo pasado
por las Azores desde Nueva España. El autor al que sigo[iii]
dice que quizá en el convento de Santo Domingo de Lisboa encontró a su
correligionario Bartolomeu dos Mártires, pues aunque este participó en el
concilio de Trento, no necesariamente estaría en la ciudad italiana durante
todo el tiempo, y en ese mismo año 1547 el rey Juan III fundó el Colegio de las
artes y humanidades de Coimbra[iv].
No sabemos si las Casas
conoció a Joâo Barros, que en el mismo año escribía su primera “Década”, cuando
dicho autor era el encargado de administrar “los comercios de África y Asia”.
Tampoco sabemos si las Casas conoció al cronista portugués Lopes de Castanheda
antes de dejar Lisboa, pasar por Lagos, “donde observó a los negros
descendientes de los que habían sido traídos un siglo antes por los servidores
de Enrique el Navegante”, y llegar a Sevilla.
Las Casas dispuso de
una copia de la crónica de Eanes de Zurara, autor del siglo XV que, contra lo
que haría las Casas, prestó gran atención a las personalidades históricas sobre
las que hablaba. La crónica de Zurara sobre el descubrimiento y conquista de
Guinea es una fuente esencial para conocer la obra de Enrique el Navegante y la
primera fase de los descubrimientos portugueses. La obra de Joâo Barros, “Primeira Década da Asia” (1552) se
editó (no así la de Zurara) y las Casas se
familiarizó con ella; la segunda “Década” salió un año más tarde y la
tercera en 1563, y el dominico estructuró su “Historia de
las Indias” de forma parecida a la del portugués. Por lo menos otros dos
textos llegaron a manos de las Casas: “Vida y hechos del rey D. Joâo II”, de
García de Resende, editada en 1545, y la “Historia del descubrimiento y
conquista de la India por los portugueses”, de Fernâo Lopes de Castanheda,
editada en varios volúmenes entre 1551 y 1561. En todo caso, las Casas se
centró en los años 1547 a 1554 en su reflexión sobre el África portuguesa.
Las Casas consultó
también las obras de un historiador italiano del siglo XV, Alvise Cadamosto, quien
viajó por el África occidental al servicio de Enrique el Navegante escribiendo
una obra de título “Navigazioni”, publicada a principios del siglo XVI, donde
se proyecta la imagen del infante. Se sabe que la erudición
clásica de las Casas es enorme, pero sobre las navegaciones de los portugueses
los conocimientos del dominico no son menores.
En la época existió una
comunicación intelectual entre Portugal y Castilla que continuó con la unión
dinástica en la persona de Felipe II y sus sucesores, y después de 1640, pero es Portugal en el siglo XVI el reino europeo que abre sus puertas sobre África y
el lejano Oriente, y fue el primer país de la cristiandad latina que se
confronta con mundos desconocidos gracias a sus navegaciones por el oeste de
África.
Pero las Casas no se
contenta con conocer lo que se publica, sino que discute las posiciones de unos
y otros, y al citar a Zurara deplora que este “historiador… parece tener poca
menos insensibilidad que el Infante”. Tampoco ahorra críticas al hablar de la “Primera
década” de Barros: …que el Infante se movía por servicio y loor de Dios… Gentil manera de buscar
la honra y servicio de Dios… haciendo tan grandes ofensas a Dios… echando
infinitas ánimas al infierno, haciendo guerras crueles… en las gentes pacíficas…
Admirable y tupida ceguedad fue sin alguna duda esta”.
El análisis de las Casas de los descubrimientos portugueses lo hace para condenar rotundamente
las navegaciones del infante Enrique. En su lectura de Zurara, las Casas
desarrolla un punto de vista nuevo: para el portugués la toma de Ceuta aparece
como un acontecimiento decisivo del reinado de Juan I y todavía no como el
punto de partida de una expansión oceánica y africana, lo que, junto con lo que
lee en Barros y Lopes de Castanheda, ve un triunfalismo que le exaspera. El
dominico escoge casos precisos en las crónicas portuguesas y los “deconstruye”
minuciosamente. En cuanto a Castilla, la colonización de las islas Canarias (1402) marca “la hora del
crimen”, una agresión contra unos seres que estaban “en sus casas seguros”, y
considera que se trata de conquistas contrarias a la fe cristiana.
La descripción de Zurara del
mercado de esclavos en Lagos (1444) hace expresar a las Casas: “¿Cuál
sería el corazón por duro que pudiese ser que no fuese tocado de piadoso
sentimiento, viendo así aquella compañía?”, y aprovecha para poner en tela de
juicio la actitud del infante, que justificaba el miserable estado en el que los esclavos estaban reducidos: “no excusaban los pecados de la violencia”. Sobre otro episodio acontecido en Arguim[v] en
1445, cuando los nativos atacaron y mataron a unos portugueses, las Casas rinde
homenaje a los africanos: “estos fueron los primeros que mataron justamente”.
Pero no olvida el papel de los castellanos en la ocupación de las islas del océano, aprecia diferencias entre las crónicas portuguesas y castellanas y
muestra su antipatía a los vecinos lusos, a los que considera como turcos, que
en la época representaba la condenación máxima, no perdonando al infante Enrique
el haberse comportado como “tirano y no pastor legítimo”.
Plantea, con respecto a
Castilla, la cuestión del derecho de conquista y de la guerra justa: “¿Qué causa
legítima o que justicia tuvieron estos Betancores de ir a conquistar, guerrear,
matar y hacer esclavos a aquellos canarios…? Iban (gentes portuguesas,
castellanas, francesas) todas llenas de codicia y diabólica ambición…”. Como
vemos incluye a franceses en lo que considera crímenes de conquista,
lamentándose luego de “aquellas pobres gentes [refiriéndose a los sometidos] aunque fuesen moros… ¿No más porque eran infieles?”, añadiendo que “nunca
injuriaron ni perjudicaron a la fe”.
Pero esto no es todo:
las Casas escribe en el prólogo de su obra sobre el Manetón egipcio, Beroso, “sacerdote
historiador caldeo” del siglo III a. de C.; conoce la obra de Flavio Josefo y
de Tito Livio, de Anio de Viterbo, dominico del siglo XV que publicó una obra
considerada hoy una falsificación.
[i]
Expresión de Serge Gruzinski en su trabajo “Una Historia de las Indias entre África y América”. En este
se basa el presente resumen.
[ii] Nacido
en 1542, viajó a la India, Mozambique y otros territorios, encargado por Felipe
II para continuar las “Décadas”de Joâo Barros.
[iii] Ver
nota i.
[iv] Aunque
encargó a André de Gouveia la organización de los estudios, este moriría un año
más tarde.
[v] En la
costa de la actual Mauritania.
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