Benjamín Farrington se
pregunta si existió la ciencia antes de la escritura; él mismo se contesta que
si la ciencia es un método por el cual el ser humano adquiere el dominio de
cuanto le rodea, la respuesta es afirmativa. Los utensilios más antiguos que se
conservan –dice- usados por el hombre para dominar el ambiente, son
herramientas de piedra. De estas deducen los expertos la capacidad intelectual
y el progreso embrionario del hombre, aún en la Edad de Piedra. El crecimiento
de la habilidad manual –que es por sí misma una forma de inteligencia- se ve en
el perfeccionamiento de los utensilios[i].
En una etapa de su
evolución, el ser humano no hizo sino seleccionar piedras adecuadas a sus
propósitos y adaptarlas. En la etapa subsiguiente, picó las piedras grandes
para obtener trocitos del tamaño y forma deseados. Después hizo sus
herramientas para fines cada vez más especializaos: tuvo raspadores, puntas y
trituradoras. Hasta tuvo herramientas para hacer herramientas. Pero no fue la
piedra el único material empleado, de forma que el conocimiento de los
materiales es inherente a la ciencia: madera, huesos, cuernos, marfil, ámbar o
conchas le proporcionaron nuevos instrumentos y nos permiten hoy apreciar su
creciente sabiduría. Pero esta sabiduría se manifestó en la creciente
apreciación de los principios mecánicos. Pronto comprendió el ser humano la utilidad
de la cuna y de la palanca, el lanzador de dardos, el arco y la flecha, el
taladro son otros tantos jalones de su progreso mecánico.
El fisiólogo J. Haldane[ii]
escribió que necesitaba una superficie del cerebro tan amplia para controlar
sus manos como para sus órganos bucales. Como operario científico observó que
algunos de sus colegas pensaban principalmente con las manos y eran muy poco
hábiles con las palabras. Hay muchas pruebas de que el hombre primitivo hizo
muchas cosas bien en relación a la necesidad de pensar y actuar, por lo tanto
es evidente una ciencia previa a la civilización, y también por parte de
salvajes contemporáneos. Driberg, un excelente observador, dice que los
salvajes son seres razonadores capaces de inferencias, pensamientos lógicos,
argumentos y especulaciones, e insiste en el verdadero carácter científico de
algunas de las actividades de los salvajes. El salvaje, dice, no solo se adapta
a su ambiente natural, sino que adapta el ambiente a sus propias necesidades.
Es la interminable batalla entre las fuerzas de la naturaleza y el ingenio
humano la que conduce a alguna forma de civilización, y se pueden poner
ejemplos: los salvajes cuentan con dispositivos elaborados para proporcionarse
agua pura para beber, practican el riego, se ocupan de plantar árboles con
diversas finalidades, como mejorar el suelo, ampararse del viento, por razones
estratégicas o para tener material para sus armas, fibras para hilar…
construyeron embalses en los ríos, etc.
De siglos o milenios de
tales actividades surgen las artes y los oficios en que se basa la
civilización, siendo el verdadero origen de esta el dominio simultáneo de
cierto número de técnicas, unas nuevas y otras antiguas que, reunidas, son
suficientes para hacer de un recolector de alimentos un productor de ellos, y
un superávit permanente de alimentos es la base necesaria para que surja la
sociedad civil. De aquí se llegó a las mayores concentraciones de población,
comenzó la vida urbana y la aldea neolítica fue sustituida por la poderosa ciudad.
Las técnicas
fundamentales fueron la domesticación de animales, la agricultura, la
horticultura, la alfarería, la fabricación de ladrillos, la hilandería, los
tejidos y la metalurgia. Todo esto constituyó una revolución en la manera de
vivir de los grupos humanos. Cuando se enseñe la historia como es debido –dice
Farrington- se comprenderá la verdadera historia de la sociedad humana. El
cinematógrafo, el museo, el taller, la conferencia, la biblioteca, han de
combinarse para que la humanidad adquiera conciencia histórica del significado
de los vitales dos mil años que van desde el 6000 al 4000 antes de Cristo,
aproximadamente[iii].
Esa revolución técnica constituye la base material de la civilización antigua,
y no ha tenido lugar otra mudanza comparable en el destino del hombre hasta la
revolución industrial en los siglos XVIII y XIX. Toda la cultura de los
antiguos imperios del Cercano Oriente, de Grecia y Roma, así como los de la
Europa medieval, se funda en el acervo técnico de la época neolítica. Lo que hoy
nos diferencia de dichas civilizaciones solo puede comprenderse si reparamos en
que nos separa la segunda gran revolución técnica, el advenimiento de la era
mecánica.
En Egipto, las varias
fases del progreso humano están registradas por el uso creciente de cosas. En
el período predinástico, en torno al año 4000 a. de C., los egipcios usaban
piedras, huesos, marfil, pedernal, cuarzo, cristal de roca, cornerina, ágata,
hematita, ámbar y una larga serie de otras piedras semipreciosas. Conocían el
oro, la plata, el cobre y el bronce, el estaño, el antimonio, el plomo, el
platino, la galena y la malaquita. Un friso funerario del Imperio Antiguo
(tercer milenio) muestra un taller de operarios de metales, ocupándose algunos
de los hombres en soplar el fuego de un horno con algo que parecen ser casas de
arcilla; otros cortan y golpean “metales”; otros están pesándolos en pesas de
piedra dura con formas geométricas.
Hubo comunidades que
pesaron objetos miles de años antes de que Arquímedes[iv]
descubriera las leyes del equilibrio, por lo que debieron tener un conocimiento
práctico e intuitivo de los principios de aquel. Lo que Arquímedes hizo no fue
sino extraer las deducciones teóricas de ese conocimiento práctico y enunciar
el conjunto resultante.
[i] “Ciencia
griega”.
[ii] Nacido
en Oxford en 1892, murió en India en 1964. Genetista y biólogo evolutivo
británico.
[iii] En
Mesopotamia, el Nilo y en Indo.
[iv] Griego
de Siracusa del siglo III a. de C.
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