miércoles, 24 de julio de 2019

Rafael Altamira y Silvio Zavala

Rafael Altamira a su llegada a México
 (Bibliota virtual Miguel de Cervantes)

El archivo personal de Silvio Zavala[i] contiene más de 10.500 documentos y cubre 72 años de la larga y fructífera vida del historiador mexicano, nacido en Mérida, Yucatán, en 1909[ii]. La correspondencia entre el historiador español Rafael Altamira[iii] y el mexicano Silvio Zavala (maestro y alumno respectivamente) forma parte de dicho archivo, donde se contiene también la correspondencia que tuvo Zavala con otras personas para hacer posible el traslado de Altamira y su familia a México.

El período que abarcan las cartas va desde 1937 a 1946, predominado las del maestro al alumno, pues algunas de este no se han conservado. Silvio Zavala había llegado a Madrid en 1931, como becario del gobierno español, para terminar los estudios de derecho que había iniciado en su natal Mérida, Yucatán, en 1927, y continuado en México a partir de 1929. Para entonces se había encaminado por la investigación histórica, y en el año 1933 obtuvo el grado de doctor en derecho con una tesis sobre Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España, obra que preludió otras.

Luego la violencia de la guerra civil arreció, y Silvio Zavala abandonó España. Llegó a México y, a partir de 1937, fue secretario del Museo Nacional de México, emprendiendo entonces la fundación de la Revista de Historia de América, para la cual procuró contar con trabajos de su maestro Altamira, que en esos momentos se encontraba en La Haya como juez del Tribunal Permanente de Justicia Internacional, habiendo sido electo en 1921 y reelecto en 1930, estando hasta 1940, cuando se produjo la ocupación nazi de Holanda.

Desde 1937, año de la primera carta, Zavala facilitó a Altamira documentación que había obtenido en Quito, Ecuador y disposiciones relativas a la aplicación de las leyes castellanas en América, cedularios en el Archivo General de la Nación de México, el cedulario impreso de Puga, el entonces no localizado de Alonso de Zurita, largas transcripciones y oportunas observaciones sobre diversos textos como la Política indiana de Solórzano.

La preocupación de Altamira por la suerte de su familia se refleja en la carta de 30 de marzo de 1940, en la que Zavala daba a Altamira noticia de su hija Pilar –cuya familia había arribado y establecido en México. Cuando Altamira ya se encontraba en México fue entrevistado por un redactor del periódico Excélsior, que le preguntó “dónde y cómo le sorprendió la guerra”. “¿Qué guerra –pregunta a su vez-, ¿la nuestra, la de España? Porque ahí se inauguró la que todo el mundo padece ahora”. Altamira había logrado llegar con su esposa a México después de años muy difíciles en la Europa sacudida por la guerra mundial que entonces, 1944, alcanzaba momentos de crueldad y desgarramiento gravísimos. La familia había sido su primera preocupación durante años y ponerla a salvo se fue haciendo cada vez más urgente, pero la residencia de Altamira en Bayona, territorio ocupado por los nazis, hacía difícil la intervención diplomática de Estados Unidos con Alemania. Vayamos a las cartas entre los dos historiadores.

Con fecha 26 de diciembre de 1937 escribió Altamira a Zavala diciéndole que salía para París el manuscrito de su obra, Libro de máximas y reflexiones, dirigido al señor ministro de México, el cual se había encargado de remitírselo a Zavala. “El libro es el depósito de todos mis pensamientos [dice] sobre las cuestiones fundamentales de nuestra vida espiritual y que no han logrado expresión en mis otras obras, por falta de tiempo de mi parte. Representa, pues, mi Ideario sobre Moral, Educación, Política [sic] interna e internacional en su más alta acepción, Religión, etc. Quien solo me conoce como historiador –y son casi todos- hallará en él muchas sorpresas, cuyo valor, naturalmente, yo soy el menos calificado para juzgar, pero que en todo caso, representa mi Filosofía personal, y mi experiencia de la vida”. Luego habla de las condiciones económicas que le parecen razonables si se publica el libro.

El 18 de enero de 1938 responde Zavala a Altamira sobre cierta documentación que el segundo necesitaba para sus investigaciones. Por ejemplo: “acerca de los cedularios inéditos no me es posible darle una lista detallada, pero en el gabinete de manuscritos de la Biblioteca Nacional [de México] he encontrado algunos (uno de ellos perteneciente a la Audiencia de Quito) y hay también una colección de cerca de 40 volúmenes de cédulas…”. En otras cartas el discípulo escribe al maestro sobre las dificultades para publicar alguna obra de este en México, ya porque algunos editores pagan muy mal, o porque no son de fiar u otras circunstancias. Por ejemplo sobre la editorial Polis, ante la que tuvo que intervenir el escritor mexicano Camilo Carrancá (más adelante recibirá carta de este, lo que le llenará de satisfacción).

En otra carta Altamira pregunta a Zavala si cuenta con algún libro publicado por este, pues los que aquel tiene en Madrid es imposible recuperarlos. Contesta el discípulo que le pasa lo mismo y el único que tiene está lleno de anotaciones, por lo que es inservible. En carta de 7 de febrero de 1939, desde La Haya, escribe Altamira a su colaborador que “el porvenir de casi todo el mundo –un porvenir próximo-, es cada vez más oscuro y triste. A mis muchas penas, que crecen de momento en momento, se me une la de la eventualidad de que su Revista llegue a desaparecer. No es un sentimiento egoísta, sino un sentimiento movido por la estimación de la obra emprendida por V. y que tanto bien viene ya prestando, no sólo a México, sino a todos los países que cultivan nuestros estudios”.

Muestra Altamira su disgusto, en una de las cartas, por ciertos manuscritos entregados a una revista y que no fueron publicados, a pesar del tiempo transcurrido, sin que se le devolvieran los originales. También muestra su pesar por la falta de noticias que tiene del escritor Camilo Carrancá, con quien dice tiene una buena relación, y del que desconfía está molesto con él por alguna causa que no puede imaginar.

Especial interés mostró Altamira, en sus cartas a Zavala, para que fuese publicada su obra Manual de Investigación de la historia del derecho indiano, pues considera que no existe en la historiografía hasta su momento, una obra de dichas características, donde el autor muestre los métodos utilizados para el objeto de investigación. Es una obra pequeña en extensión, que a la postre fue publicada por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia de México en 1948.

En carta a Zavala desde La Haya, de fecha 5 de marzo de 1939, dice que no ha hecho gestión alguna con respecto a los Estados Unidos en relación a la situación de su familia y de él mismo. “La explicación de que no me decida todavía a llamar a esa puerta, reside en estos dos hechos: que actualmente hay refugiadas en mi casa diez personas de nuestra familia, que con nosotros dos hacen doce, y que es imposible mover esa masa, e incierto si podremos dividirla por hallar varios de aquellos ocupación remunerada aparte; es decir, que ni me las puedo llevar conmigo, ni las puedo abandonar, puesto que soy yo el único que las sostengo. Por otra parte, aunque Francia e Inglaterra puedan decir, desde su punto de vista nacional, frente a los problemas nacionales, que la cuestión española está ya resuelta, nosotros los españoles no podemos decir lo mismo, sino que todavía todo es incierto y oscuro en cuanto a la suerte de miles de nosotros”. Continúa diciendo que “el Tribunal se me acaba este año”[iv] [1939] y que se acababa de fundar en París el Instituto Internacional de Estudios Iberoamericanos, que le habían pedido presidiese y había aceptado.

El 25 de marzo de 1939 escribe informando a Zavala que el catedrático Felipe Sánchez Román[v], “a quien usted conoció en Madrid”, salía con toda su familia para México, como tantos otros españoles a quienes la guerra había arruinado haciéndoles perder todo lo que poseían. Pide a Zavala que ayude a Sánchez Román en lo que pueda. En otra carta muestra el interés por la conversación que Zavala había tenido con el historiador estadounidense Waldo Gifford Leland[vi], pidiendo que si vuelve a hacerlo le hable de él por si pudiera ayudarle, pues ve “la guerra alemana” inminente. Para el Instituto Internacional de Estudios Iberoamericanos le pide información sobre personas de “condición puramente científica” y que en caso contrario “no los queremos, porque el instituto no soportará que le envenenen su camaradería científica con las pasiones de otro orden”.

Desde el hotel Louvois de París escribe a Zavala el 7 de abril diciéndole que está de paso para Bayona y que luego regresará a La Haya. Le da cuenta de que sabe que Sánchez Román va a México “con una ocupación profesional importante asegurada”, pidiéndole apoyo de sus amigos de México para su yerno y familia, pues lo habían perdido todo en España. En otro orden de cosas le dice que va a ponerle en comunicación con el arqueólogo americanista L. Larrea[vii], pues va a ir a México.

Desde Bayona escribe el 21 de julio de 1939 recordando una observación de Elihu Rott (sic: debe tratarse de Root), político norteamericano que, en 1920 había expuesto que la comprensión del alma hispana (la de Europa y la de América) por el alma norteamericana, tiene sus límites. “Además, –continúa- aún los americanistas de ahí que más saben de nosotros, no llegan a la apreciación de conjunto que es necesaria, porque esta se basa en otros conocimientos tocantes a nuestra vida espiritual que están fuera de aquella especialidad, ni menos pueden profundizar en lo íntimo de nuestra ideología y de nuestra sentimentalidad, cosas que sólo la tradición mental de nuestra propia cultura puede conceder a los hombres de lo que, desde ese punto de vista, podemos llamar, con fundamento, ‘nuestra raza’”.

Reconoce luego que no puede dar ya conferencias o lecciones orales, pues hablar mucho le fatiga (tenía Altamira 73 años) “y me inutiliza para lo demás del día”, pero no renuncia a la “conversación individual o con grupos pequeños de los jóvenes que son capaces de trabajar útilmente y quieran ser dirigidos”. Considera que quien quiera hacer algo sólido en americanismo indiano, o en hispanoamericanismo moderno, debe conocer la lengua castellana, pues “el idioma ilumina el espíritu y por sí solo más que las mejores explicaciones en cualquier otra lengua”.

Dice a Zavala que sobre su colaboración con la Fundación Hispánica de la Biblioteca del Congreso, ignora su programa, fines y aspiraciones, y si compite con el Committe of Latin American Studies de Haring, y que si se tratase de lo mismo que está haciendo el Instituto que él dirige en París, prefiere a este: “he creado el Instituto y debo ser fiel a la idea con que he inducido a tantos hombres de autoridad, a que le presten su concurso”.

Habiendo estallado la guerra europea, la indignación de Altamira se aprecia en 1941, cuando Zavala se hacía cargo de la angustiosa situación de Altamira y familia, inmovilizados en Bayona, dentro del territorio ocupado por los alemanes. Como gestor de la publicación de las obras de Altamira, Zavala logró que apareciera en la Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos la Técnica de la investigación en la historia del Derecho Indiano. En 1948, cuando Altamira, su esposa y dos de sus hijas se habían establecido en México, el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (cuya comisión de historia presidió Silvio Zavala de 1947 a 1965), publicó su Manual de investigación de la historia del Derecho Indiano, en el que recogió la Técnica “perfeccionándola y aumentándola” con otros estudios. No hay duda del interés generoso de Zavala en ésta como en otras obras de su maestro, a quien asistió fiel y afectuosamente, como ayudante de investigación haciendo menos duros los difíciles momentos del exilio.

Propuesto Altamira para el premio Nobel de la paz, la última vez en 1951, se le adelantó la muerte en Ciudad de México. Es, sin lugar a dudas, una de las grandes cumbres de la intelectualidad y de la historia en España y América.



[i] Hoy en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México.
[ii] “Exilio político y gratitud intelectual…”, edición de Andrés Lira.
[iii] Alicante, 1866 – Ciudad de México, 1951.
[iv] Formaba parte del Tribunal Permanente de Justicia Internacional con sede en La Haya.
[v] Jurista y político republicano que mostró su oposición al régimen de Primo de Rivera y apoyó la II República española. Fue uno de los participantes en el Pacto de San Sebastián (agosto de 1930).
[vi] Trabajó para la Fundación Carnegie en la Biblioteca del Congreso.
[vii] ¿Se trata de Juan Larrea?

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