Rafael Altamira a su llegada a México (Bibliota virtual Miguel de Cervantes) |
El archivo personal de
Silvio Zavala[i]
contiene más de 10.500 documentos y cubre 72 años de la larga y fructífera vida
del historiador mexicano, nacido en Mérida, Yucatán, en 1909[ii].
La correspondencia entre el historiador español Rafael Altamira[iii]
y el mexicano Silvio Zavala (maestro y alumno respectivamente) forma parte de dicho archivo, donde se contiene también la correspondencia que tuvo Zavala con otras
personas para hacer posible el traslado de Altamira y su familia a México.
El período que abarcan
las cartas va desde 1937 a 1946, predominado las del maestro al alumno, pues
algunas de este no se han conservado. Silvio Zavala había llegado a Madrid
en 1931, como becario del gobierno español, para terminar los estudios de
derecho que había iniciado en su natal Mérida, Yucatán, en 1927, y continuado
en México a partir de 1929. Para entonces se había encaminado por la
investigación histórica, y en el año 1933 obtuvo el grado de doctor en derecho
con una tesis sobre Los intereses
particulares en la conquista de la Nueva España, obra que preludió otras.
Luego la violencia de
la guerra civil arreció, y Silvio Zavala abandonó España. Llegó a México y, a
partir de 1937, fue secretario del Museo Nacional de México, emprendiendo
entonces la fundación de la Revista de
Historia de América, para la cual procuró contar con trabajos de su maestro
Altamira, que en esos momentos se encontraba en La Haya como juez del Tribunal
Permanente de Justicia Internacional, habiendo sido electo en 1921 y reelecto
en 1930, estando hasta 1940, cuando se produjo la ocupación nazi de Holanda.
Desde 1937, año de la
primera carta, Zavala facilitó a Altamira documentación que había obtenido en
Quito, Ecuador y disposiciones relativas a la aplicación de las leyes
castellanas en América, cedularios en el Archivo General de la Nación de
México, el cedulario impreso de Puga, el entonces no localizado de Alonso de
Zurita, largas transcripciones y oportunas observaciones sobre diversos textos
como la Política indiana de
Solórzano.
La preocupación de
Altamira por la suerte de su familia se refleja en la carta de 30 de marzo de
1940, en la que Zavala daba a Altamira noticia de su hija Pilar –cuya familia
había arribado y establecido en México. Cuando Altamira ya se
encontraba en México fue entrevistado por un redactor del periódico Excélsior, que le preguntó “dónde y cómo
le sorprendió la guerra”. “¿Qué guerra –pregunta a su vez-, ¿la nuestra, la de
España? Porque ahí se inauguró la que todo el mundo padece ahora”. Altamira
había logrado llegar con su esposa a México después de años muy difíciles en la
Europa sacudida por la guerra mundial que entonces, 1944, alcanzaba momentos de
crueldad y desgarramiento gravísimos. La familia había sido su primera
preocupación durante años y ponerla a salvo se fue haciendo cada vez más
urgente, pero la residencia de Altamira en Bayona, territorio ocupado por los
nazis, hacía difícil la intervención diplomática de Estados Unidos con
Alemania. Vayamos a las cartas entre los dos historiadores.
Con fecha 26 de
diciembre de 1937 escribió Altamira a Zavala diciéndole que salía para París el
manuscrito de su obra, Libro de máximas y
reflexiones, dirigido al señor ministro de México, el cual se había
encargado de remitírselo a Zavala. “El libro es el depósito de todos mis
pensamientos [dice] sobre las cuestiones fundamentales de nuestra vida
espiritual y que no han logrado expresión en mis otras obras, por falta de
tiempo de mi parte. Representa, pues, mi Ideario sobre Moral, Educación,
Política [sic] interna e internacional en su más alta acepción, Religión, etc.
Quien solo me conoce como historiador –y son casi todos- hallará en él muchas
sorpresas, cuyo valor, naturalmente, yo soy el menos calificado para juzgar,
pero que en todo caso, representa mi Filosofía personal, y mi experiencia de la
vida”. Luego habla de las condiciones económicas que le parecen razonables si
se publica el libro.
El 18 de enero de 1938
responde Zavala a Altamira sobre cierta documentación que el segundo necesitaba
para sus investigaciones. Por ejemplo: “acerca de los cedularios inéditos no me
es posible darle una lista detallada, pero en el gabinete de manuscritos de la
Biblioteca Nacional [de México] he encontrado algunos (uno de ellos
perteneciente a la Audiencia de Quito) y hay también una colección de cerca de
40 volúmenes de cédulas…”. En otras cartas el discípulo escribe al maestro
sobre las dificultades para publicar alguna obra de este en México, ya porque
algunos editores pagan muy mal, o porque no son de fiar u otras circunstancias.
Por ejemplo sobre la editorial Polis, ante la que tuvo que intervenir el
escritor mexicano Camilo Carrancá (más adelante recibirá carta de este, lo que le llenará de satisfacción).
En otra carta Altamira pregunta a Zavala si cuenta con algún libro publicado por este, pues los que
aquel tiene en Madrid es imposible recuperarlos. Contesta el discípulo que le
pasa lo mismo y el único que tiene está lleno de anotaciones, por lo que es
inservible. En carta de 7 de febrero de 1939, desde La Haya, escribe Altamira a
su colaborador que “el porvenir de casi todo el mundo –un porvenir próximo-, es
cada vez más oscuro y triste. A mis muchas penas, que crecen de momento en
momento, se me une la de la eventualidad de que su Revista llegue a desaparecer. No es un sentimiento egoísta, sino un
sentimiento movido por la estimación de la obra emprendida por V. y que tanto
bien viene ya prestando, no sólo a México, sino a todos los países que cultivan
nuestros estudios”.
Muestra Altamira su
disgusto, en una de las cartas, por ciertos manuscritos entregados a una
revista y que no fueron publicados, a pesar del tiempo transcurrido, sin que se
le devolvieran los originales. También muestra su pesar por la falta de noticias
que tiene del escritor Camilo Carrancá, con quien dice tiene una buena
relación, y del que desconfía está molesto con él por alguna causa que no puede
imaginar.
Especial interés mostró
Altamira, en sus cartas a Zavala, para que fuese publicada su obra Manual de Investigación de la historia del
derecho indiano, pues considera que no existe en la historiografía hasta su
momento, una obra de dichas características, donde el autor muestre los métodos
utilizados para el objeto de investigación. Es una obra pequeña en extensión,
que a la postre fue publicada por el Instituto Panamericano de Geografía e
Historia de México en 1948.
En carta a Zavala desde
La Haya, de fecha 5 de marzo de 1939, dice que no ha hecho gestión alguna con
respecto a los Estados Unidos en relación a la situación de su familia y de él
mismo. “La explicación de que no me decida todavía a llamar a esa puerta,
reside en estos dos hechos: que actualmente hay refugiadas en mi casa diez
personas de nuestra familia, que con nosotros dos hacen doce, y que es
imposible mover esa masa, e incierto si podremos dividirla por hallar varios de
aquellos ocupación remunerada aparte; es decir, que ni me las puedo llevar
conmigo, ni las puedo abandonar, puesto que soy yo el único que las sostengo.
Por otra parte, aunque Francia e Inglaterra puedan decir, desde su punto de
vista nacional, frente a los problemas nacionales, que la cuestión española
está ya resuelta, nosotros los españoles no podemos decir lo mismo, sino que
todavía todo es incierto y oscuro en cuanto a la suerte de miles de nosotros”.
Continúa diciendo que “el Tribunal se me acaba este año”[iv]
[1939] y que se acababa de fundar en París el Instituto Internacional de
Estudios Iberoamericanos, que le habían pedido presidiese y había aceptado.
El 25 de marzo de 1939
escribe informando a Zavala que el catedrático Felipe Sánchez Román[v], “a
quien usted conoció en Madrid”, salía con toda su familia para México, como
tantos otros españoles a quienes la guerra había arruinado haciéndoles perder
todo lo que poseían. Pide a Zavala que ayude a Sánchez Román en lo que pueda.
En otra carta muestra el interés por la conversación que Zavala había tenido
con el historiador estadounidense Waldo Gifford Leland[vi],
pidiendo que si vuelve a hacerlo le hable de él por si pudiera ayudarle, pues
ve “la guerra alemana” inminente. Para el Instituto Internacional de Estudios
Iberoamericanos le pide información sobre personas de “condición puramente
científica” y que en caso contrario “no los queremos, porque el instituto no
soportará que le envenenen su camaradería científica con las pasiones de otro
orden”.
Desde el hotel Louvois
de París escribe a Zavala el 7 de abril diciéndole que está de paso para Bayona
y que luego regresará a La Haya. Le da cuenta de que sabe que Sánchez Román va
a México “con una ocupación profesional importante asegurada”, pidiéndole apoyo
de sus amigos de México para su yerno y familia, pues lo habían perdido todo en
España. En otro orden de cosas le dice que va a ponerle en comunicación con el
arqueólogo americanista L. Larrea[vii],
pues va a ir a México.
Desde Bayona escribe el
21 de julio de 1939 recordando una observación de Elihu Rott (sic: debe
tratarse de Root), político norteamericano que, en 1920 había expuesto que la
comprensión del alma hispana (la de Europa y la de América) por el alma
norteamericana, tiene sus límites. “Además, –continúa- aún los americanistas de
ahí que más saben de nosotros, no llegan a la apreciación de conjunto que es
necesaria, porque esta se basa en otros conocimientos tocantes a nuestra vida
espiritual que están fuera de aquella especialidad, ni menos pueden profundizar
en lo íntimo de nuestra ideología y de nuestra sentimentalidad, cosas que sólo
la tradición mental de nuestra propia cultura puede conceder a los hombres de
lo que, desde ese punto de vista, podemos llamar, con fundamento, ‘nuestra raza’”.
Reconoce luego que no
puede dar ya conferencias o lecciones orales, pues hablar mucho le fatiga
(tenía Altamira 73 años) “y me inutiliza para lo demás del día”, pero no
renuncia a la “conversación individual o con grupos pequeños de los jóvenes que
son capaces de trabajar útilmente y quieran ser dirigidos”. Considera que quien
quiera hacer algo sólido en americanismo indiano, o en hispanoamericanismo
moderno, debe conocer la lengua castellana, pues “el idioma ilumina el espíritu
y por sí solo más que las mejores explicaciones en cualquier otra lengua”.
Dice a Zavala que sobre
su colaboración con la Fundación Hispánica de la Biblioteca del Congreso,
ignora su programa, fines y aspiraciones, y si compite con el Committe of Latin American Studies de
Haring, y que si se tratase de lo mismo que está haciendo el Instituto que él
dirige en París, prefiere a este: “he creado el Instituto y debo ser fiel a la
idea con que he inducido a tantos hombres de autoridad, a que le presten su
concurso”.
Habiendo estallado la guerra europea, la indignación de Altamira se aprecia en 1941,
cuando Zavala se hacía cargo de la angustiosa situación de Altamira y familia,
inmovilizados en Bayona, dentro del territorio ocupado por los alemanes. Como
gestor de la publicación de las obras de Altamira, Zavala logró que apareciera
en la Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos la Técnica de la investigación en la historia del Derecho Indiano. En
1948, cuando Altamira, su esposa y dos de sus hijas se habían establecido en
México, el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (cuya comisión de
historia presidió Silvio Zavala de 1947 a 1965), publicó su Manual de investigación de la historia del
Derecho Indiano, en el que recogió la Técnica
“perfeccionándola y aumentándola” con otros estudios. No hay duda del
interés generoso de Zavala en ésta como en otras obras de su maestro, a quien asistió
fiel y afectuosamente, como ayudante de investigación haciendo menos duros los
difíciles momentos del exilio.
Propuesto Altamira para
el premio Nobel de la paz, la última vez en 1951, se le adelantó la muerte en
Ciudad de México. Es, sin lugar a dudas, una de las grandes cumbres de la
intelectualidad y de la historia en España y América.
[i] Hoy en
la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México.
[ii] “Exilio
político y gratitud intelectual…”, edición de Andrés Lira.
[iii]
Alicante, 1866 – Ciudad de México, 1951.
[iv] Formaba
parte del Tribunal Permanente de Justicia Internacional con sede en La Haya.
[v] Jurista
y político republicano que mostró su oposición al régimen de Primo de Rivera y
apoyó la II República española. Fue uno de los participantes en el Pacto de San
Sebastián (agosto de 1930).
[vi] Trabajó
para la Fundación Carnegie en la Biblioteca del Congreso.
[vii] ¿Se
trata de Juan Larrea?
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