sábado, 27 de julio de 2019

Masacre en Lisboa

Iglesia de Santo Domingo en Lisboa (1)

Juan Ignacio Pulido Serrano ha estudiado la obra de tres autores de los siglos XVI al XVIII (el obispo Jerónimo Osorio, el padre Mariana y Benito J. Feijoo), en relación a la violencia anticonversa a partir de las jornadas que se dieron en Lisboa en 1506.

El portugués Osorio, en uno de sus libros[i], se muestra crítico y reprobatorio del furor popular. La obra de este fue conocida por el padre Mariana para su “Historia General de España” y se detiene en la masacre de Lisboa de aquel año en uno de los capítulos. Feijoo, en su “Teatro Crítico Universal” pone de manifiesto los errores en los que el pueblo puede incurrir, pero como escribe en el siglo de las luces, aprovecha para atacar al tipo de religiosidad que predominaba en la península Ibérica. Jerónimo Osorio vivió entre 1506 y 1580, por lo que cuando trata en su obra los sucesos del primer año, lo hace a la luz del estudio que había realizado sobre acontecimientos pasados.

Tal fue la magnitud y violencia del motín –dice Pulido Serrano[ii]- que a punto estuvo en pocos días de acabar con todos los conversos de la ciudad. El obispo llama vulgacho a los amotinados, y la acción de estos estuvo conducida por la furia, un acto indigno que puso en peligro de exterminio a los judíos convertidos en 1497, asunto que también critica el obispo, contrario a la forma en que se produjo aquella “conversión” masiva, cuando el rey Manuel había empleado la fuerza y la violencia, “en un acto político que nada tuvo de cristiano”. Debía ser Osorio un buen orador, pues se la ha conocido como “El Cicerón portugués”. Así habla el obispo sobre este asunto:

La ciudad de Lisboa, desnuda de burgueses y huérfana de la corte del rey a causa de la peste, había quedado en manos de la gente menuda y de los marineros extranjeros, alemanes, franceses y flamencos, cuyos navíos estaban atracados en la ribera del Tajo. El domingo… los fieles se encontraban reunidos en la iglesia de Santo Domingo, junto a la Plaza del Rocío, para asistir a los oficios divinos. En una capilla de la iglesia había un crucifijo, al que las gentes tenían mucha devoción, que tenía un cristal engastado en la llaga del costado: “e ora como pozessem nella os olhos muitas pessoas, e com elles a imaginaçao, e vissem sahir della hun luzeiro, entrárâo a bradar [gritando]: Grande milagre! pois que a Divindade Celeste se representava allí com tâo pamosos sinais”.

El milagro que el populacho creyó contemplar nacía de su imaginación, mientras que obispo dice que “aquella visión era solo una ilusión de los sentidos, propia de gente crédula”. La multitud, que además de crédula, se caracteriza por la brutalidad de su proceder –sigue el obispo- se lanzó contra el judío (que allí estaba): primero con insultos y luego deseándole todos los tormentos y la muerte; después se echaron sobre él con violencia colérica. El judío, agarrado por los cabellos, fue arrastrado fuera del templo, donde se le dio muerte y fue despedazado. Se improvisó una hoguera, y en ella, la gentuza arrojó los trozos descuartizados del cadáver.

Si había peste en Lisboa ¿por qué no echar la culpa de ello a los judíos? Máxime cuando al frente de este hecho estuvieron dos frailes que, con un crucifijo en alto a modo de pendón, predicaron venganza en nombre de la religión. A los primeros amotinados se les sumaron los marineros del puerto –franceses y alemanes-, en total unas quinientas personas, dándose a “una despiadada carnicería” que duraría tres días seguidos. La gente de más vil jaez acarreaba leña para mantener vivas las llamas en las que quemaron las primeras quinientas víctimas durante la primera jornada de violencia.

Al día siguiente se unieron personas venidas de las aldeas vecinas: más de mil “facinerosos” en medio de un regocijo monstruoso. Iban por las casas buscando a sus presas, arrumbaban las puertas, entraban en los hogares y allí mismo degollaban a hombres y mujeres, a las doncellas mismas… Muchos conversos se escondieron en los templos cristianos, aferrándose a los altares o abrazados a las imágenes de santos. Allí fueron asesinados brutalmente –dice Osorio-, muchos fueron muertos por ser judíos cuando en verdad eran convertidos y buenos cristianos; hubo quienes aprovecharon el desorden para ajustar las cuentas nacidas de sus rencillas vecinales y asesinar a sus enemigos. Hubo, en cambio, algunos honestos ciudadanos que intentaron proteger a los conversos, nada pudo hacerse para contener “el furor de la multitud”.

Más de 2.000 personas fueron víctimas de la violencia que el obispo llamó “carnicería” y cuando el rey Manuel tuvo noticia de esto, se encolerizó y solo los marineros extranjeros escaparon a la justicia del rey, pues huyeron en sus naves con el botín conseguido en su pillaje.

Mariana[iii], por su parte, veinte años más tarde, hizo un relato del motín lisboeta de 1506 intercalando informaciones de la casa real portuguesa: … un alboroto que se levantó en Lisboa muy grande, por una causa ligera [relata entonces el episodio del crucifijo]. El pueblo, como suele ser en semejantes ocasiones, furioso e indignado que tal hombre hablase de aquella manera [el judío que desmentía fuese milagro lo que allí se produjo], echaron mano de él, y sacado de la iglesia, le mataron, y quemaron en una hoguera que allí hicieron. Según Mariana un fraile habló a la gente animándola a vengarse de los judíos, llevando otros frailes una cruz delante como si fuese estandarte mientras se cometían los ataques y crímenes. Acudieron Flamencos, y Alemanes de las naves que surgían en el puerto, a participar del saco que en las casas se hacía. Tuvo el rey aviso de este desorden. Envió a Diego de Almeida, y a Diego López, para que hiciesen pesquisa sobre el caso. Los dos frailes, caudillos de los demás, fueron muertos, y quemados, y sin ellos justiciados otros muchos...

Más de doscientos años después de aquellos dramáticos episodios, Feijoo[iv] recurrió a ellos para denunciar los errores del vulgo. En el capítulo titulado Milagros supuestos, critica el exceso de credulidad en materia de milagros, cuando en realidad no son otra cosa que vanas supersticiones. Si fuesen verdaderos todos los milagros que corren en el vulgo, justamente pudiera ser notada de pródiga la Omnipotencia. De tales creencias fantásticas –dice- participaban tanto ignorantes como doctos: Es el vulgo, hablando con propiedad, patria de quimeras... El sueño de un individuo fácilmente se hace delirio de toda una región. El daño que se hace a la verdadera religión con este proceder –dice- es enorme: los enemigos de la fe hacen burla de tanta milagrería y justifican así sus ataques a los católicos…

Gente idiota, llama Feijoo, falta de inteligencia, que vive una falsa piedad, llena de aprehensiones y prejuicios… De esta piedad falsa es de la que nace el furor, y aquí introduce el benedictino el episodio de Lisboa, que aparecen en diversos autores judíos contemporáneos a los hechos y posteriores a ellos.

Solo queda por saber cuántos de los que participaron en los hechos –y en otros anteriores y posteriores- creyeron realmente en milagros y designios o simplemente encontraron una excusa para desatar sus pasiones contra quienes, siendo minoría, eran discriminados una y otra vez por la mayoría.



[i] “De rebus Emmanuelis gestis”.
[ii] “La masacre de 1506 en Lisboa…”
[iii] 1536-1624.
[iv] 1676-1764.
(1) https://travellingdijuca.com/2012/12/15/la-igreja-de-sao-domingos-y-la-masacre-de-lisboa-de-1506/

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