Universidad Central de Madrid |
Para hacerse con el
poder tras la guerra, el franquismo contó con unos colaboradores que, en el
campo estudiantil, fueron la derecha católica (incluida la Iglesia) y Falange,
pues las políticas educativas que imprimieron los ministros del ramo “se encarnaban
en la tradición católica integrista de finales del siglo XIX” y las ideologías
de extrema derecha de los años veinte y treinta. En la línea de Acción
Española, López Ibor publicó en 1938 un “Discurso a los universitarios
españoles”, donde denunció la, para él, extranjerización de la universidad
española y proponía que la “nueva” universidad se inspirase en la época imperial.
Por su parte, Enrique
Herrera Oria escribió en 1940 un libro en el que decía que, “en la España
imperial, el Estado se desentendió de la educación confiándola a la Iglesia, y
proponía ahora emular aquel tiempo…”[i].
La universidad estuvo en manos del Sindicato Español Universitario[ii]; entre 1940 y 1941, Ruiz-Giménez, católico falangista que luego evolucionó hacia
posiciones democráticas, defendió una universidad “rectora” de todo movimiento
cultural. El profesorado debía estar sujeto a la “fiscalización sobre su
eficacia docente y actualidad científica”, el cual sería vigilado por el SEU.
El “Catecismo” de
Ripalda de 1941, a la pregunta de cuáles eran los principales errores
condenados por la Iglesia, respondía: el materialismo, el marxismo, el ateísmo,
el panteísmo, el racionalismo, el protestantismo, el socialismo, el liberalismo
y la francmasonería. Así, un elemento clave –dicen los profesores a los que sigo-
para la reordenación educativa fue la depuración del profesorado, considerada
esta como “razón de Estado” o “sagrada misión”. Las investigaciones hechas por
los historiadores sobre enseñanza primaria, aún parciales, cifran en un 25% los
sancionados, de los cuales la mitad fueron “separados definitivamente” de sus
puestos. En la enseñanza universitaria, de los 600 catedráticos que había antes
de la guerra, en 1940 solo quedaban 380 (un 37% menos), siendo las
universidades de Madrid y Barcelona las más afectadas. Cuando Ignacio Bolívar,
director del Museo de Ciencias Naturales, se expatrió a sus ochenta y nueve
años, fue preguntado que a donde iba, a lo que contestó: “¡A morir con
dignidad!”. Los profesores que se exiliaron fueron expulsados del cuerpo y para los
que permanecieron y fueron objeto de expedientes depuradores, imperó la
arbitrariedad, el sectarismo y la miseria, que afectó también a otros cuerpos
de funcionarios.
Los estudiantes
universitarios de los años cuarenta del pasado siglo eran, como en el siglo
XIX, hijos de profesionales y burgueses, con escasas pinceladas de otros
sectores sociales. Antonio Perpiñá, afinando los datos de un estudio hecho por
Manuel Fraga y Joaquín Tena, calculó que menos de un 4% de los universitarios
españoles eran hijos de pequeños agricultores, y menos de un 2% hijos de
obreros. Las estudiantes, en 1940-1941 eran el 13%; en 1945-1946 el 12% y en
1950-1951 el 14%. Desde 1939 hasta 1946 la organización que gobernó y encuadró
a los estudiantes fue el SEU de los excombatientes, los rebeldes de 1936,
siendo sus jefes José Miguel Guitarte y Rodríguez de Valcárcel, pero el SEU,
contrariamente a la época republicana, que era agitador y escuadrista, fue
ahora guardián del orden, quedando obligados todos los universitarios a integrarse
en el SEU desde 1943.
Al terminar la II
guerra mundial, se percibió en las universidades de Madrid y Barcelona el brote
de actividades de oposición, pero fueron atajadas de forma expeditiva. En
Barcelona, por ejemplo, el SEU tenía un local en la universidad con los
retratos de Franco, José Antonio Primo de Rivera, Hitler y Mussolini, donde
practicaba interrogatorios, malos tratos y torturas contra estudiantes
sospechosos de monárquicos o de otras opciones. El dirigente del SEU Pablo
Porta, seleccionó estudiantes por sus antecedentes familiares republicanos o
por sospechar de ellos alguna acción subversiva. Las principales tareas del SEU
eran, según las revistas que publicaba, la “admiración al Caudillo: somos
fanáticos de él y vamos a hacer fanático en él a la juventud”, la “voluntad de
imperio” (¡buena estaba España para imperios!), el anticomunismo, el
anticapitalismo y el antimonarquismo (se ve que el sindicato estaba en manos de
falangistas), “sin faltar algunas gotas de antisemitismo”. Se defendía el
catolicismo y el integrismo: “España afirma su personalidad irreductible a toda
influencia exterior. El decrépito mundo europeo termina en los Pirineos”.
Los aires bélicos
estaban a la orden del día, hasta el extremo de crearse una Milicia Universitaria
donde había jefes y oficiales. Nicolás-Sánchez Albornoz, que conoció a fondo
esto y sufrió castigo por su rebeldía, ha recordado que “en la España de los
primeros años cuarenta había que jugarse el tipo si se quería intercambiar
ideas. La cárcel era el único lugar donde se hablaba con plena libertad” (con
la discreción debida, claro). La oposición antifranquista de los años cuarenta
hubo de hacer frente en España a una eficaz y brutal represión que, más allá de
ejecuciones, exilios, encarcelamientos y depuraciones, hubo de resistir y
soportar persecución por parte de las fuerzas policiales y el desmantelamiento
sistemático de los grupos clandestinos cuantas veces se reorganizaran.
Hasta 1944 la actividad
opositora fue reducida, mientras que cuando terminó la II guerra mundial,
creyendo que el fin del franquismo podría estar cercano, avivó a algunos
estudiantes. Crecientemente, luego, la oposición estudiantil (mayoritaria o no)
fue un hecho y “no hay parangón en Europa –aunque sí en América Latina- a esta
línea de oposición que perdura hasta la transición democrática”[iii].
La causa última y más determinante de esta continuidad, ha escrito Fernández
Buey, fue sin duda “la persistencia de la tiranía franquista”, por más que la
protesta no fuese igual en intensidad y contenidos a lo largo de tan dilatado
período. En 1946 reaparecieron clandestinamente la FUE y otras organizaciones de estudiantes antifranquistas.
[i]
“Estudiantes contra Franco (1939-1975), obra de Elena H. Sandoica, Miguel A.
Ruiz Carnicer y Marc Baldó. En un capítulo de esta obra está inspirado es
presente resumen.
[ii] Creada
por Falange durante la II República española contra la Federación Universitaria
Escolar. Durante la mayor parte de la dictadura franquista, el SEU fue el único
sindicato estudiantil permitido, pero entre 1956 y 1965 fue perdiendo
influencia.
[iii]
Autores y obra citados en la nota i.
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