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En el siglo X la villa
de Sepúlveda fue repoblada por el conde Fernán González y más tarde recibió
fuero de acuerdo con su situación fronteriza, pero el único episodio militar
documentado es su toma por Almanzor. El fuero atrajo a pobladores, que toda Extremadura sea tenida de venir a
Sepúlveda. En el siglo XIII hubo gentes del lugar en la toma de Sevilla y
en su repartimiento, y siglos más tarde, durante el reinado de Carlos I, la
villa tenía 501 vecinos, de ellos 28 hidalgos y 30 clérigos, pero la comunidad
de Sepúlveda abarcaba 60 lugares.
En 1526 el rey Carlos
donó la villa a su esposa, lo que representó que esta se embolsara las rentas
de aquella, lo cual no revistió conflictividad alguna, pero en 1532 los vecinos
eran 442, veinte años después 278, de ellos 19 forasteros, es decir,
avecindados recientemente. En cuanto a las rentas de estos
vecinos, el más rico disfrutaba de un millón de maravedíes, y otro entre
300.000 y 400.000; los demás estaban por debajo: 287 vecinos solo tenían entre
5.000 y 20.000 maravedíes, y 100 no llegaban a 5.000[i].
Los pecheros estaban
sujetos al pago de los servicios ordinario y extraordinario, las alcabalas, las
tercias y otros impuestos. Anteriormente el reparto se hacía en proporción a
los ingresos, pero después se sustituyó ese método por la contribución igual
independientemente de la renta. Esto motivó la despoblación de muchos, que se
fueron a los pueblos de la tierra en los que seguía vigente el sistema
antiguo. La queja que plantearon ante el Consejo Real hizo que se volviese al
reparto del impuesto según la renta.
Sepúlveda se mantuvo al
margen de participar en el movimiento comunero, pero recibió presiones por
parte de Segovia y otras instancias. Como a mediados de 1520 muchos de los
Guardias Viejos de Castilla, que habían luchado en Gelves, fueron a parar a
Sepúlveda, los comuneros tuvieron interés en contar con ellos para la
sublevación en la que ya estaba Segovia. Tanto los rebeldes –Pedro Girón[ii]
estuvo en la villa con setenta lanzas y otros tantos escopeteros- como las
autoridades reales –Ronquillo- trataron de atraerse a aquellas Guardias Viejas,
pero estas se encontraban con poco ánimo, pues no habían recibido sus soldadas. También fue requerida
Sepúlveda por el conde de Haro[iii], ,Capitán General del rey, valiéndose de los alcaides de Pedraza y Castilnovo[iv].
La villa contestó a unos y otros que había tenido muchos gastos y que no estaba
para pagar a soldados que participasen en el conflicto.
En la villa había un hospital de caridad, en realidad casa de expósitos, siendo sus patronos los regidores de Sepúlveda, existiendo ya a finales del siglo XII. Alfonso VIII había concedido a ese hospital el derecho a percibir una hemina[v] de grano por cada yunta de tierra que se cosechara en la comarca, lo que vino a sustituir al voto de Santiago, y entonces la iglesia compostelana pleiteó.
En la villa había un hospital de caridad, en realidad casa de expósitos, siendo sus patronos los regidores de Sepúlveda, existiendo ya a finales del siglo XII. Alfonso VIII había concedido a ese hospital el derecho a percibir una hemina[v] de grano por cada yunta de tierra que se cosechara en la comarca, lo que vino a sustituir al voto de Santiago, y entonces la iglesia compostelana pleiteó.
El hospital recibía
limosnas de la villa y de los pueblos de la comunidad de Sepúlveda, siendo mucho
más corrientes en especies que en dinero: media fanega de pan, prendas de ropa
(camisa, saya, manto, mantellina, jubón, gabán, capote…), dos o tres reales. A
veces se daba la materia prima: varias varas de lino para una sábana, pares de
zapatos, etc.
El convento franciscano
de La Hoz[vi]
recibía ayuda del hospital en trigo o dinero, pero en el siglo XVI los frailes
eran también repartidores de una parte de las caridades que recibía el
hospital. Una contribución regular era el pago del predicador y del confesor
por cuaresma y semana santa. En 1532 fueron socorridos 201 pobres: una huérfana para que se cure los
lamparones, una viuda con su hijo tullido en la cama, al que se le comía la
boca un cancre; al que se le quemó la casa, o se le cayó una pared, una sábana
para la mortaja del marido. Al boticario se le dieron 122 maravedises por las
medicinas para Juan del Moral, tullido y enfermo de un mal en la cabeza. A las
familias que criaban a los expósitos se les daba una fanega al mes, y a ellos
ropa.
El sacristán de una
iglesia de la villa recibía un ducado de oro por tañer de noche las campanas
por las almas del purgatorio; al maestro de primeras letras de los expósitos y
los demás niños, 8 fanegas de trigo, y 15 a un lector de Gramática.
En cuanto al clero de
la villa –y esto es norma para muchos siglos- era ignorante y de escaso nivel
espiritual, según ha demostrado M. Barrio Gozalo: “algunos apenas saben leer y
no conocen la lengua latina… y otros no guardan la sobriedad en el vestir y
llevan públicamente vestiduras de seda rasa, de damasco o terciopelo, anillos
de oro en los dedos de las manos, y zapatos bermejos o blancos, a pesar de
estar mandado vestir de forma honesta”. El concilio de Trento intentó corregir
esto, pero por lo que sabemos del clero en el siglo XIX, con poco éxito en
muchos de los aspectos citados.
En 1523, desde Valladolid, se
dio un despacho del Consejo Real, presidido por el arzobispo de Granada,
Antonio de Rojas, en el que se decía que “en los lugares y pueblos de la
tierra, se hacen muchas molestias y agravios y extracciones, haciendo estar a
los sermones que [se hacen] a los labradores y otras personas pobres, durante
tres o cuatro días de trabajo, hasta tanto que, por fuerza y a causa de dichas
molestias…, les hacen tomar las bulas[vii],
y a los que las toman les dejan ir y a los otros les apremian a que no salgan
de los dichos sermones hasta que las toman, y algunos las toman contra su
voluntad por no perder sus haciendas y labores...”.
Al sacristán se le daba
mucha importancia, pues era él quien debía llevar una nota de las misas que una
determinada iglesia tenía a su cargo, escrita y firmada bajo juramento renovado
cada tres meses. Otro mandato del sacristán lo era como campanero, estando
prohibido el repique de campanas “desde septuagésima hasta el domingo de
Resurrección”. Y la observancia de las prescripciones litúrgicas se dejaba también
a su cuidado; concretamente bajo un real de multa; las misas debían celebrarse
“con sus vestimentos”, lo que nos hace pensar que no siempre se cumplía esta
norma.
Un visitador, en el
ejercicio de su función para la disciplina eclesiástica señaló “que no se
guarden las fiestas y vigilias y procesiones que los pueblos guardan y hacen
por voz de costumbre e por devoción, e ansí… que nadie sea obligado de guardar
las tales fiestas y vigilias ni hacer tales procesiones…”, amenazando con la
pena de excomunión a toda autoridad que obligase a la celebración de tales
fiestas y vigilias. Parece que el clero, pero no solo, abusaba de estas
celebraciones, quizá con la intención de un mayor control sobre la feligresía.
No faltaron en
Sepúlveda las cofradías, con función religiosa y de hermandad si agrupaban a
miembros de un mismo gremio. Unos y otros, si disponían de recursos, dejaban
sus mandas para que se dijesen misas en iglesias concretas y en días precisos…
[i] Antonio
Linage, “Significado de un reinado…”.
[ii] Miembro
de la nobleza alta, ostentó diversos títulos que le reportaron abundantes
rentas en Osuna, Tiedra, Peñafiel, Briones, Frechilla, Morón de la Frontera,
Archidona, etc.
[iii] Íñigo
Fernández de Velasco era un veterano de las guerras de Granada, militó en el
bando anticomunero.
[iv] En la
actual provincia de Segovia.
[v] Equivale
a medio sextario, siendo este equivalente a 0,5468 litros.
[vi] En
Sebúlcor, en las hoces del río Duratón y al oeste de Sepúlveda.
[vii] Para
la construcción de la basílica de San Pedro de Roma.
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