La península Calcídica (Wkipedia)
Tucídides, en el largo
relato que hace de la guerra del Peloponeso, comienza su libro VIII diciendo
que “por no poder sufrir los tributos que les ponían” los persas, los
antandrios[i]
les echaron de la villa y Tisafernes[ii] “se
sintió en gran manera ofendido”, con tanto más motivo por lo que habían hecho
los peloponesios en Mileto y en Cnido[iii],
que les habían expulsado de ambas ciudades. Entonces Tisafernes decidió ir
contra los atenienses en el Helesponto. En realidad es el final de su relato,
pero antes, en el libro I y siguientes había relatado los enfrentamientos entre
Esparta y Atenas con sus aliados respectivos.
En cierta ocasión
Alcibíades salió de Cauno[iv] y
de Fasélide, ciudades próximas entre sí, con cartoce barcos en dirección a
Samos, queriendo demostrar con ello que había conseguido que “los barcos
fenicios” no hubiesen podido ir en ayuda de los espartanos. Después unió a los
buques que llevaba otros nueve que encontró en Samos y se dirigió a Halicarnaso
(al oeste de las ciudades anteriores), de donde pudo obetener gran cantidad de
dinero, cercó la villa con una muralla y volvió luego a Samos.
Al saber Tisafernes que
la armada de los espartanos había partido de Mileto para ir al Helesponto,
salió de Aspendo[v]
dirigiéndose a Jonia, mientras los ciudadanos de Antandro habían tomado para sí
cierto número de soldados de Abido (en el estrecho de los Dardanelos), a los
que hicieron pasar por el monte Ida[vi]
de noche, los introdujeron dentro de Abido y echaron de ella a los persas que
estaban dirigidos por Arsaces, uno de los capitanes de Tisafernes que se había
caracterizado –según Tucídides- por haber tratado mal a los de la ciudad, y
debe ser cierto, pues también había sido cruel con los delios…
Pero desde que en 412
los habitantes de Mileto, Clazómenas y Quíos se rebelaron contra Atenas, las
cosas empezaron a ir de mal en peor para la gran polis que da nombre al Ática. Luego vino la alianza entre el rey
persa Darío y los espartanos y, en 411, las luchas internas en Atenas, algo muy
común cuando la desconfianza cunde entre los ciudadanos. En efecto, una
revolución oligárquica llevó al establecimiento del gobierno de los
Cuatrocientos, que habrían de dirigir la guerra contra Esparta. No dieron con
la solución y serían sustituidos, pero Tucídides no da buena cuenta de estos
acontecimientos.
Luego vinieron actos de
indisciplina en el ejército ateniense y la defección de Bizancio, ciudad
estratégica en el Bósforo, pero aún quedó tiempo a Atenas para vencer en el
Helesponto. A tal punto llegaron las cosas entre los griegos enfrentados que
espartanos y atenienses se reclamaron, recíprocamente, que se rectificasen las
ofensas y los sacrilegios a los dioses (cada uno interpretaba la voluntad
divina en su beneficio). Los espartanos, además, reclamaron a los atenienses
que estos dieran libertad a los potidenses, que vivían en el istmo de la
península más occidental de la Calcidia, al tiempo que debían dejar “vivir en
paz a los de Egina según sus leyes”. También les exigieron que revocaran cierto
decreto contra los de Megara (ciudad del Ática), por el cual se les prohibía
desembarcar en los puertos de los atenienses, acudir a sus ferias y comerciar
con ellos.
A todas estas demandas,
y sobre todo a la de revocar el decreto, los atenienses determinaron no
obedecer, “acriminando a los megarenses porque ocupaban la tierra sagrada y sin
término, y recibían en su ciudad los esclavos que huían de Atenas”. Finalmente,
llegaron tres embajadores de los espartanos (Ranfio, Melesipo y Agesandro), los
cuales “sin hacer mención de ninguna de las otras cosas de que habían tratado
antes, les dijeron en suma estas palabras: los lacedemonios quieren la paz con
vosotros, la cual podéis gozar si dejáis a los griegos en libertad, y que vivan
según sus leyes”. Los atenienses, por su parte, reunieron su Consejo para
decidir la respuesta, pero unos eran partidarios de seguir la guerra y otros de
aceptar la revocación del decreto contra los megarenses. Entonces se levantó
Pericles, hijo de Jantipo, “que a la sazón era el hombre más principal de toda
la ciudad”, y habló diciendo que su parecer era “no conceder y otorgar” la
demanda de los espartanos, pero tampoco rendirse ante ellos.
El discurso de Pericles fue largo y elocuente, y habiendo acabado, los atenienses siguieron su consejo, de forma que enviaron embajadores a los espartanos con la decisión tomada. “En adelante –termina Tucídides su obra- no curaron de enviar más embajada los unos a los otros…”[vii]. Empezaba así una guerra que duraría casi treinta años.
[i] Habitantes de la ciudad de Antandro, en la Tróade, costa oeste de Anatolia.
[ii] Era el sátrapa persa de Lidia y Caria desde 415 a. C.
[iii] En el extremo sudoccidental de Anatolia.
[iv] En el suroeste de Anatolia.
[v] Al sur de Anatolia.
[vi] Al sur de los Dardanelos, en la Tróade. Hay otro monte Ida en el centro de Creta.
[vii] Ver aquí mismo “Epidamno en el origen de la guerra”.
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