"La chica enferma"
La obra de Munch revela
ensayos diversos dentro del deseo primero de expresar el estado de ánimo del
pintor o de los personajes representados. Aparecen así la deformidad, la
muerte, las masas humanas, la ansiedad, la enfermedad, la melancolía, los
celos, los besos, el sueño, la danza… pero también ha titulado sus obras con
determinados momentos del día (la tarde, la noche) o del año (la primavera, el
verano), y ha representado escenas donde predomina lo negativo de la vida.
Loten, lugar de
nacimiento de Munch, era una pequeña villa (lo sigue siendo) en 1873, al
sureste de Noruega, por lo que quizá hizo algún viaje a París para conocer el
arte que por entonces bullía en la capital francesa, y antes de cumplir los
veinte años se fue a Alemania, donde se convirtió en el principal animador del
expresionismo pictórico.
Su obra más divulgada, “El
grito”, la realizó varias veces con diversas técnicas y soportes: al temple
sobre cartón en 1893 (91 por 74 cm.) y dos años más tarde una litografía (35
por 25 cm.); luego vendrían dos más: una al pastel sobre cartulina (74 por 56)
y al temple y óleo sobre cartón en 1910. Se ha dicho que el desesperado grito
en un puente o pasarela donde solo hay tres personajes, parece extenderse por
la atmósfera que se retuerce a base de colores ondulantes.
Representa a los grupos
humanos como una masa que languidece y camina en una soledad angustiosa: “La
danza de la vida” (una escena decadente), “Tarde en la calle”, “Trabajadores
volviendo a casa”.
La muerte está en su “Muerte
en la habitación del enfermo”, donde los personajes se distribuyen
aisladamente, sin comunicarse entre sí, en un espacio sencillo; y también la
enfermedad: “La niña enferma”, una de sus primeras obras (1885-1886), donde el
pintor muestra la ternura de la mujer que se duele por la postración de la
niña, representada, no obstante, con un lirismo muy poco común en Munch.
A veces el título no
parece corresponderse con la escena representada, como en “Cenizas”, donde se
ve en un primer plano a un hombre vestido de negro, encogido, y una mujer con
la cabellera despeinada, tras la cual objetos indefinidos y, al fondo, un
bosque frondoso. En “Ansiedad” las personas con los rostros desfigurados se
distribuyen en fondo sobre la misma pasarela que en “El grito”, y el cielo se
tiñe del mismo retorcido color. En “Celos (desde la habitación verde)”, una
pareja se besa apasionadamente en el umbral de la puerta del fondo, mientras
que un personaje en primer plano nos mirá con cara de extrañeza…
En “Tarde, melancolía”,
una atmósfera atormentada por rojos y negros, envuelve a un joven de perfil que
está pensando, mientras que en “Tarde de verano en Asgardstrand” brillan los
colores impresionistas, con la luz natural, dos niños cogen flores en el camino
y las casas encaladas se distribuyen a la izquierda y al fondo.
Su “Primavera” está
representada por la ventana con flores por donde entra la luz que ilumina a dos
mujeres de distinta edad, sentadas, sobrias, vestidas de negro, como
contrapunto a la estación del año. Tiene dos obras con el título “Noche
estrellada”, una de ellas, quizá, bajo la influencia de Van Gogh (la de 1920),
siendo la otra de 1893: en ambos casos lo esencial es el firmamento con las
luces pequeñas de las estrellas, mientras que en la tierra las masas deformes
se imponen.
Su “Beso en la ventana”
deja ver solo a un varón abrazado a “algo” mientras se ve la noche en la calle,
y “La chica de la ventana” inspira soledad, melancolía en la noche. Dos veces
representó su “Madonna”, al óleo sobre tela y una litografía, las dos de
1895-1896. De nuevo los colores ondulantes, menos cálidos en este caso, orlan a
la mujer desnuda.
Su “Mujer en tres
etapas” está representada mediante cuatro personajes casi fantasmales, dos de
negro, la figura central es un desnudo que podría representar el optimisno si
no fuese por el anacronismo de toda la obra, y a la izquierda, la mujer de
perfil; todos los personajes –que pretenden ser uno- se ignoran porque quizá
les separa el tiempo. El “Sueño de una noche de verano (la voz)” es una composición
en la que está una mujer hierática en primer plano en medio de un bosque, y al
fondo la playa y el mar… Una invitación más a desentrañar el misterio o a
dejarse llevar por la imaginación.
No comentamos aquí toda
la obra de Munch, pero terminamos con dos retratos: recostado ante una mesa con
una copa, el personaje de “Retrato de Hans Jaeger” (1889), solitario, sin
expresión alguna, dejándose llevar por el paso del tiempo; el otro es “Autorretrato
con bigote y cuello almidonado”, obra de 1905, en la que el autor marca los
perfiles de de su cabeza en tres cuartos, quizá una obra para su divertimento
personal.
Lo más importante de su
obra quizá fue lo que hizo antes de ir a Alemania, muy joven, y hasta que
vuelve a Noruega en 1908, después de conocer todas las vanguardias de su época
y las dos grandes guerras del siglo XX, con las que quizá se reafirmó en su
visión del mundo.
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