Colegio de San Bartolomé de Salamanca (conocido como Anaya)*
La Biblioteca Sefarad
conserva noventa y cuatro folios manuscritos encuadernados en pergamino,
conteniendo un “discurso” de Fray Agustín Salucio[i],
copia de una carta que dirigió a Don Bernardo de Roxas[ii],
Cardenal de Toledo. Como se dice en el documento que se conserva[iii],
la primera causa del “discurso” es “tener este negocio por importatísimo al
servicio de Dios y bien del Reino, y creer que no cumplía con mi conciencia
viéndome tan cargado de [asuntos] y tan vecino de la muerte, si no decía mi
sentimiento en cosa de tanta importancia”. En segundo lugar –dice- “me obligo
lo que debo a la Orden de Santo Domingo en la cual (aunque indigno) he vivido
setenta años”.
¿Cuál era el negocio
que preocupaba al dominico? Consideraba que debían reformarse los Estatutos de
limpieza de sangre en un sentido benévolo con respecto a los que eran aplicados,
pues aunque señala que dichos Estatutos han ayudado al Santo Oficio “y hecho
buenísimo efecto”, ahora corre ya peligro de que hagan notable daño si no se
limitan. Y razona así: “de la manera que acontece con las medicinas, que al principio
de una grande enfermedad combino que fuesen calientes, que ya por haber mudado
calidad el humor, combiene después que sean frías o templadas, para que el
enferno no muera”. El discurso, por tanto, considera la necesidad de mantener
los Estatutos de limpieza de sangre, pero se ataca el alcance y extensión que
se le venía dando durante el siglo XVI[iv],
y hace una defensa de la necesidad de su “radical reforma”.
El origen de los
Estatutos de limpieza de sangre está en una solicitud de Fray Tomás de
Torquemada al papa Alejandro VI en 1496, pero antes ya existían proyectos de
investigación de limpieza de sangre, y el Colegio Viejo de San Bartolomé de
Salamanca pretendió que su Estatuto databa de 1414 por disposiciones
pontificias de Benedicto XIII y Martín V, pero Albert Sicroff[v]
considera que no se trata de lo mismo. Estas investigaciones de ascendencia o
de sinceridad en los conversos estaban dirigidas a la discriminación para
acceder a Colegios Mayores, órdenes religiosas y estamentos y corporaciones de
toda clase durante el siglo XVI[vi].
En un primer momento el
discurso de Salucio parece querer contentar a las autoridades contemporáneas
diciendo: “¿Pues quien no ve en cuanto mejor dotado se halla el reino ahora que
en tiempo del Arzobispo Don Alonso Carrillo[vii]
y cuanto mejor que antes de la institución del Santo Oficio en la seguridad de
la fe de los descendientes de judíos? Porque si la conversión voluntaria
aseguraba la de la fe de los hijos, detrás de pocos años, cuánta mayor
seguridad trae consigo la larga experiencia de haber visto que en más de cien
años han dado tan buena cuenta de sí los de la misma casta aunque desciendan de
apóstatas. ¿Quién no ve con razón, había entonces mayor recelo de que era
fingida la que parecía conversión voluntaria, que ahora de la cristiandad los
que por algún lado tienen raza de reconciliados, pero nunca en ellos se ha
visto señal de infidelidad, ni en sus padres, ni abuelos, ni bisabuelos?”
Y llega un momento en
que Salucio dice que ya se encuentra dificultad en encontrar “quien se esfuerce
en defender la causa tenida vulgarmente por odiosa”, si bien esto pudo añadirlo
para reforzar su objetivo. Aunque no todos tengan limpieza de sangre –dice Salucio-
“a mis ojos no es menor el premio que espera al que solo pretende el beneficio
público y bien se puede mostrar a sí mismo”. Antes había razonado de la
siguiente manera: “Imaginemos ahora otro caso fingido. ¿No está en mano de Dios
hacer que se nos olvide lo que teníamos en la memoria? Pues finjamos que una
mañana por milagro amaneció toda la España con un olvido general de todas las
razas antiguas de ahora cien años las que tocan a gente honrada y segura, y que
no fue posible de ahí adelante acordarse de cosa que pudiese informar a los que
vayan ya cristianos de corazón y seguros de la fe. Pregunto ¿este olvido sería
en perjuicio de España? ¿o en gran honra y beneficio de ella? ¿no quedarían
luego todos cristianos viejos de tiempo inmemorial?”
Y continúa: “¿No
cesarían todos los inconvenientes…? ¿no sería en pro de la Religión, de la paz
y seguridad y reputación del reino? ¿no se verían los príncipes libres de las
quejas y sentimientos de terribles desigualdades y rigores? ¿no cesaría la
ocasión del engaño y poco valor de los vasallos? ¿hubiera de quien recelarnos?
¿estuviera mal a la nobleza, a las Órdenes Militares, a los Colegios, a las
autoridades del Santo Oficio? Pues este milagro fingido en manos del rey está
que sea verdadero, porque la limitación de los Estatutos se seguirá
forzosamente dentro de pocos años, y otro semajante olvido y el efecto sería el
mismo que el del milagro del cielo”.
¿Habría hecho público su “discurso” Salucio durante el reinado de Felipe II? ¿O esperó a un nuevo rey que, no obstante, se mostró tan temeroso de los moriscos? En todo caso asombra que un importante personaje, cercano al arzobispo de Toledo, cubra no pocas páginas con argumentos a favor de alivio para los conversos a comienzos del siglo XVII.
[i] Nacido en Jerez de la Frontera en 1523 (aunque su familia era oriunda de Liguria) y fallecido en Córdoba en 1601, fue dominico, predicador de Felipe II y escritor (Real Academia de la Historia).
[ii] Se trata de Bernardo de Sandoval y Rojas (Aranda de Duero, 1546 – Toledo, 1618).
[iii] En su momento se hicieron muchas copias, pero la Inquisición se hizo con ellas y las destruyó. Alguna se salvó y es la que comentamos una vez que fue copiada, a su vez, en 1750 por Francisco Xavier de Santiago, nacido en Toledo en 1728 y fallecido en Madrid en 1796. Fue paleógrafo y copista de numerosos documentos antiguos.
[iv] El documento original es de 1602 (nótese que debe haber un error, pues en la nota i se dice que Salucio murió en 1601).
[v] Hispanista estadounidense nacido en 1918 y fallecido en 2013. Su obra se basa en las controversias sobre los estatutos de limpieza de sangre en España durante los siglos XV al XVII y el judaismo clandestino en el Monasterio jerónimo de Guadalupe (Cáceres).
[vi] Antonio Pérez Gómez.
[vii] Nació en Carrascosa del Campo (oeste de la actual provincia de Cuenca) en 1410 y murió en Alcalá de Henares en 1482. En 1446 fue nombrado arzobispo de Toledo y tuvo una actividad política casi incesante.
* Fotografía de "Salamanca al Día".
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