Restos de Utica, en el norte de África
Dice Plutarco que el
general romano Mario[i]
había nacido “de padres enteramente oscuros, pobres y jornaleros”, pero
investigaciones posteriores han venido a suponer que la clase social a la que
perteneció era la de los acomodados aunque no ricos. El tribunado de la plebe
fue uno de los primeros cargos públicos que ocupó, habiendo sido su solicitador
Cecilio Metelo, con quien luego tendría desavenencias, pero también momentos de
colaboración.
Aprovechó Mario dicho
cargo para que se votase una ley “que parece quitaba a los poderosos su grande
influjo en los juicios”, pero contó con opositores y el Senado no la aprobó. Ya
apuntaba Mario su inclinación por el partido opuesto a los optimates, siendo uno de esos hombres
nuevos o venidos a la política desde posiciones no privilegiadas. Después
del tribunado aspiró a la edilidad mayor, lo que algunos consideraron “osado y
orgulloso” y no lo consiguió, pero no se arredró y aspiró a la pretura, siendo
entonces elegido no sin acusación en su contra de cohecho, aunque aquella no
prosperó.
Plutarco, que escribe
con mucha posterioridad a la vida de Mario, dice que “nada hizo en la Pretura
digno de particular alabanza”, pero reconoce que en la Hispania ulterior limpió
de salteadores la provincia, “áspera todavía en sus costumbres”, y cuando el
cónsul Cecilio Metelo fue enviado como general a África para la guerra contra
Yugurta, nombró como legado suyo a Mario, lo que este aprovechó para demostrar
todo tipo de virtudes en su favor, y de esta forma se esforzó en la guerra, no
rehusó ningún trabajo ni se separó de sus soldados en la sobriedad y el
sufrimiento, lo que le hizo popular entre ellos.
Llegó no obstante el
momento del episodio con Turpilio siendo este huésped de Metelo, que
habiéndosele encargado la guardia de Bagá, “ciudad populosa”, se mostró muy
condescendiente con sus habitantes, lo que propició la llegada de Yugurta. Esto
fue aprovechado por Mario para poner de manifiesto el error de Metelo nombrando
a Turpilio para tal misión, y aún pretendió viajar a Roma para presentarse a
las elecciones al consulado. Metelo se lo prohibió en un primer momento, pero
luego aceptó, de forma que Mario viajó por mar hasta Utica[ii]
en dos días y una noche. Aquí hizo un sacrifio y los agoreros le anunciaron que
el destino le iba a ser favorable, se presentó en Roma, fue recibido con mucha
aceptación y nombrado cónsul, que más tarde lo sería repetidamente.
Dice Plutarco que se
empleó en reclutar un ejército “admitiendo en él, con desprecio de las leyes y
costumbres, a mucha gene jornalera y esclava”, cuando era costumbre no dar a estos
entrada en la milicia; pero no fue esto lo que más le reprocharon algunos, sino
el comportamiento altanero de Mario, que “se recomendaba al pueblo con sus
heridas propias, no con memorias de muertos ni con imágenes ajenas”. Pasó así a
África con su ejército y levantó la envidia de Metelo, pues la guerra estaba
prácticamente concluida, quedando solo el apresamiento de Yugurta, por lo que
parecía que Mario venía solo a recoger “la corona y el triunfo”.
Es entonces cuando entró
en escena Sila, que llegaría a ser importante general romano, cuestor de Mario
en ese momento, que se hizo con el triunfo definitivo. Se valió para ello de
Boco, rey de los numidas superiores, que dudando si ayudar a Yugurta o
traicionarle, optó por esto último y llamó a Sila. Plutarco vio en estas
desavenencias la perdición de Roma, que él ya conocía porque vivió con mucha
posterioridad a las guerras civiles que terminarían con la República.
Pero viéndose que “de
la parte de Poniente” había peligros para Italia, después de muchas dudas y
discusiones se decidió encargar a Mario la defensa, que en ese momento se
encontraba ausente. Eran los teutones y cimbrios los que amenazaban desde el
norte de Europa, llevando a la República una guerra que duraría doce años con
algunos momentos de tregua (113-101 a. C.). Plutarco habla de 300.000 hombres
armados, pero es muy común las exageraciones que se hacían cuando de números se
trataba, viniendo con ellos mujeres y niños “en busca de una región que
alimentase tanta gente”, lo que da a entender que se trataba de una migración
más que de un ataque decidido de antemano.
Plutarco debió de
conocer alguna fuente que hablaba de “la grande estatura de sus cuerpos”, que
tenían los ojos azules y que en Germania “a los ladrones les llaman Cimbrios”.
A los ojos de un romano aquellas gentes eran terribles –sobre todo si se
ignoraba lo que las legiones hacían en los territorios conquistados- “pareciéndose
al fuego en la presteza y violencia para los hechos de armas; no habiendo quien
pudiera resistir a su ímpetu”. En efecto, los ejércitos romanos que les
hicieron frente en la Galia transalpina fueron derrotados, y esto llevó al
Senado a nombrar a Mario otra vez cónsul, aunque era ilegal por encontrarse
ausente y “sin que se guardase el hueco prefijado”, en alusión al tiempo que
debía transcurrir entre un mandato y otro.
La guerra contra los teutones fue el teatro donde Mario se forjó su carrera política desde esos años finales del siglo II a. C. En efecto, antes de la guerra social, el general romano reformó el ejército en su forma de reclutamiento, en su estructura militar, en la edad y condiciones de la jubilación de los legionarios y en cuanto a los bagajes que debía llevar la tropa. Luego vendría la guerra civil en la que se enfrentó a Sila (“la perdición de Roma” de la que habló Plutarco) mucho antes de que este se convirtiese en dictador entre 82 y 79 a. C.
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