Fortaleza de Szigetvár (pinterest.es/pin/350084571017170611/)
En 1638 tradujo Iacob
Cansino[i]
una obra del hebreo Rabí Moysen Almosnino que lleva por título “Extremos y
grandezas de Constantinopla”, encontrándose el primero en Orán, entonces en
poder de la monarquía española.
En la obra se relatan los
servicios que desde hacía tiempo habían prestado, como traductores e intérpretes,
los antepasados de Iacob, remontándose a su bisabuelo en época del rey Carlos
I, habiendo además viajado “a Fez y Marruecos” en servicio de dicho rey. Isac
Cansino fue su abuelo, y Hayen Cansino su padre, además de un tío suyo que
también había servido como intérprete para el que pide un empleo. Por último se
refiere a Aron Cansino, hermano suyo.
El autor de la obra,
Rabí Moysen, dice residir en Constantinopla “por mis pecados y adversa fortuna,
que todo se juntó para tirar contra mí sus ponzoñosas saetas”, cuando estaba en
Salónica como comisario (parece que llevaba en esta ciudad dedicado a los
negocios año y medio). Ciertamente, la obra se entretiene en aspectos poco
relevantes, aunque otros tengan el valor de una crónica de las últimas décadas
de la ciudad, que padece un calor intenso en el verano como frío en el
invierno, lo que achaca a los vientos que corren en todas direcciones, tanto
procedentes del mar Negro como del Mediterráneo y de tierra adentro. Dichos
vientos serían los causantes de las lluvias, que son copiosas en determinadas
épocas del año, y en consonancia con el clima cita las enfermedades más comunes
que él observa: “apostemas”, fiebres, modorras, tabardillos…
En cuando a los precios
de los productos habla del encarecimiento de algunos de ellos, pues la mayoría
parece que procedían del exterior viajando por mar: carne, pescado, vinos,
frutas, etc., lo que provocaba “prodigalidad y avaricia” en cada caso. Habla
también de las diversas clases sociales y de la enorme diferencia de riqueza y
bienestar en cada una de ellas, dedicando un espacio a los mercaderes, verdadero
nervio de la gran urbe, que se valían de dos monedas principales: los ducados y
las “hojas de cobre”.
Algunas costumbres son
de interés, como el dar limosnas las personas más ricas para demostrar su
capacidad y otras por piedad, y también describe la diversidad de “moradas”,
desde las más ostentosas y palaciales hasta las más humildes, sin que falte el contínuo
deambular de los pretendientes a la Corte en busca de un oficio más o menos
cómodo. Dice abundar los mancebos y el número de hijos por familia, lo que
contribuía a una sociedad abigarrada y a grandes segregaciones sociales.
En lo que llama “libro
segundo” habla de la muerte de Solimán y de los grandiosos edificios que se
construyeron en la ciudad durante su reinado: primero el lugar donde está
enterrado, llamado “La Marata”, y los alrededores donde se construyeron una
mezquita[ii] “con
columnas de mármol fino de El Cairo”; una plaza cuadrada con cuatro paredes muy
altas de la misma altura que la mezquita; en medio de la plaza “una balsa”
cuadrada de agua “que llaman Gadiruan” con cubierta de mármol y sustentada por
diez columnas. Otras plazas rodean a aquella y a la mezquita, y hay en La
Marata cuatro estudios “que llaman Moderresas” (madrasas) al frente de cada
cual está un “catedrático mayor”…
Como Solimán murió al sur
de Hungría (1566), cuando el ejército otomano que él mandaba sitiaba la
fotaleza de Szigetvár, su cuerpo embalsamado tuvo que ser trasladado a
Constantinopla. Luego sigue el autor hablando de la “entrada” de Selim (el
segundo de tal nombre) que reinaría solo ocho años, y de las guerras que se
hicieron por mar y tierra.
Fuera de La Marata
había un gran patio donde solían concentrarse los extranjeros, quizá para
intentar relacionarse con los de su misma nación, y es allí mismo donde se
distribuía comida para que los necesitados no pululasen peligrosamente por la
ciudad al tener su necesidad básica cubierta. En otro patio grande se
distribuían muchas casas y aposentos donde curaban a los enfermos pobres, “que
es lo que los españoles llaman Hospital y ellos Timarhana”, habiendo médicos,
enfermeros y botica. Continúa diciendo que lo que se lee en las madrasas son “leyes
de justicia legal”, sabido que el Corán regula toda la vida del musulmán, tanto
en lo privado como en lo público.
La “segunda fábrica”
que mandó hacer Solimán fue un camino real para “encaminar las aguas de un río”,
y así poder abastecer a la ciudad, “y siendo el sitio del origen del manantial
muy alto no se podían hacer las acequias […] y así fue necesario hacer unos
arcos muy altos en extremo por los cuales pasó el agua y llegó hasta la misma
ciudad.”. No obstante un enorme caudal de agua, ocasionado por las fuertes lluvias
de unos días, destruyeron la obra y volvieron a dejar a la ciudad sin
abastecimiento, continúa diciendo. De nuevo se apresuró Solimán a reconstruir
la obra, a pesar de que sus ministros le tuvieron ignorante de la catástrofe
durante algún tiempo.
Completa su obra Rabí Moysen con alusión a las joyas que se venden en los mercados y en los comercios especializados, del trajín por las calles, de la diversidad de grupos sociales y étnicos, de las mujeres y sus virtudes, así como de los vicios de algunas, de la oración diaria y semanal, de los judíos que vivían en Constantinopla y de otros extremos que llegan a una casuística inncesaria.
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