jueves, 2 de mayo de 2019

"Ciudades" vettonas

Las Cogotas, Cardeñosa, Ávila
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Los oppida o grandes poblados fortificados, propios de los siglos finales de la Edad del Hierro en la Iberia céltica, presentan diferencias entre ellos (tamaño, forma, función y cronología) pero también semejanzas en su organización social y económica, elementos materiales, lengua y quizá creencias religiosas. Esto y dilucidar si la evolución del pequeño tamaño de estos oppida a otros más grandes, es lo que estudia el profesor Jesús Álvarez-Sanchís[i], que se pregunta si dicha evolución es consecuencia de una evolución interna o la administración romana ha tenido algo que ver en ello.

El marco cronológico es del siglo IV a I a. de C., cuando la Meseta española era un mosaico –dice el profesor citado- de pequeños pueblos, granjas y aldeas que se distribuían en las sierras y penillanuras occidentales, donde los romanos vieron a grupos indígenas que llamaron vettones. El área geográfica es el de las actuales provincias de Ávila y Salamanca y parte de las de Zamora, Toledo y Cáceres. Aquí, como en otros territorios, emergen los oppida, las primeras “ciudades” de tipo urbano con poblaciones de varios cientos de personas. Se trata de la primera organización compleja del territorio que va más allá de los poblados autárquicos, por lo que hay que deducir que entre unos y otros había relaciones.

De algunos pequeños asentamientos se conocen los primeros momentos, pero la evolución de estas comunidades hacia otras más grandes y complejas no está clara. Los siglos inmediatos al año 1000 a. de C. fueron de profundos cambios en el interior de la península Ibérica, dándose más y mayores asentamientos que en épocas anteriores y, por primera vez, fueron ocupados durante varios cientos de años. La emergencia de aldeas fortificadas en cerros y colinas de fácil defensa, controlando el territorio circundante, se da en esta época y resulta comparable con el fenómeno de los hillforts[ii] en las islas Británicas y las ciudadelas principescas al norte de los Alpes, las fürstensitze[iii] de Alemania, Suiza, Francia y Austria.

Si los habitantes de estos poblados podían residir más tiempo en ellos (varias generaciones) significa el conocimiento que tenían de las técnicas para conseguir mejores cosechas: policultivo, rotación de cereales y leguminosas, uso del arado o la utilización de abonos. Para el territorio vettón[iv], las características son las siguientes según Álvarez-Sanchís: superficies entre 0,2 y 5 hectáreas, siendo excepcionales las áreas más grandes, albergando varias decenas de habitantes y, en ocasiones, unos centenares; la organización interna era simple, con viviendas junto a la muralla, grupos de casas con paredes medianeras y pequeñas calles. En ocasiones, sólo cabañas circulares de adobe o tapial, a veces sobre cimentación de piedras de granito; algunos de estos sitios estaban defendidos con troncos y empalizadas de madera, otros con murallas de piedra, fosos y estacas hincadas en el suelo, pero la mayoría vivía en pequeñas granjas y alquerías sin ninguna defensa.

Entre finales del siglo VI y el IV a. de C. muchos de estos centros fueron abandonados y el sistema de poblamiento evolucionó hacia una mayor complejidad, emergiendo nuevas aldeas fortificadas, más grandes que las anteriores, que se extendieron por buena parte de la Meseta. Sus gentes se enterraron en necrópolis de incineración con ajuares que contienen algunas armas. Estos poblados son los que fueron disueltos con la conquista romana.

En el centro de la provincia de Ávila destaca una importante ocupación humana; en concreto en el valle Amblés puede hablarse de dos zonas: los rebordes montañosos que circundan el valle, con rocas graníticas y recursos ganaderos, dándose aquí la mayor parte de los castros fortificados (Las Cogotas, La Meseta de Miranda, Ulaca[v] y Sanchorreja); las zonas llanas próximas al río Adaja, donde se encuentran los yacimientos no amurallados y de escasa entidad. También hay ocupaciones al sur de Gredos y en torno al Tiétar: castros de Escarabajosa, Berrocal y Castillejo de Silla[vi]. Una parte de los asentamientos de la primera Edad del Hierro fueron abandonados durante los siglos V-IV a. de C. y algunas cerámicas y objetos de bronce dan pié a sospechar de ocupación humana en esa época en Las Cogotas y en los alrededores de El Raso (Candeleda).

En el valle del Tajo solo se conocen algunos emplazamientos, casi siempre junto a los vados del río-Arroyo Manzanas (Las Herencias), El Carpio (Belvís de la Jara), Calera de Fuentidueña (Azután), Cerro de La Mesa (Alcolea de Tajo) y Talavera la Vieja, pero con mucho tiempo de ocupación, desde el Bronce final-primera Edad del Hierro hasta la conquista romana. Estos sitios se ubican en alto y en llano, en cerros inmediatos a la vega, y algunos pudieron haber contado con murallas en un momento determinado. La abundancia de tierras de cultivo debió determinar la ocupación y, si vamos al oeste de la provincia de Cáceres, vemos de nuevo una ocupación al lado de ríos: Castillejo de la Orden, La Muralla[vii], Sansueña (Cáceres) y el Zamarril (Portaje), donde los datos apuntan al aprovechamiento ganadero.

Los asentamientos en torno al río Tormes[viii] no ofrecen duda sobre la continuidad del poblamiento, al menos desde el siglo VII a. de C. en adelante. En las penillanuras occidentales de Salamanca[ix] los poblamientos vettones debieron ser posteriores, de la segunda Edad del Hierro, desarrollándose entonces los castros de Irueña, La Plaza de Gallegos de Argañán, Saldeana y Los Castillos de Gema, donde puede que la riqueza minera los explique, pero no es seguro. Se trata de núcleos poderosamente fortificados y concentrados, lo que no ocurre en los casos anteriores.

Si la evidencia arqueológica en la Meseta occidental presenta situaciones bastante desiguales, desde el punto de vista de los patrones de asentamiento hay una coincidencia, un crecimiento demográfico y una progresiva identificación entre las gentes y el territorio. En esos poblados se fabricaron aperos e instrumentos de hierro, al tiempo que se produjo una profunda reorientación del uso de la tierra y de sus excedentes, lo que habla de un esfuerzo comunitario que debió de estar dirigido por alguna autoridad. A partir del siglo IV a. de C. estos sitios configuraron un paisaje con límites, parcelas, murallas, fosos y necrópolis, lo que contribuyó a reforzar la distinción que los romanos apreciarían.

Los oppida, tal y como los conocieron los conquistadores romanos, se formaron entre 400 y 200 a. de C.[x], por lo tanto no todos los oppida se fundaron durante la ocupación romana, hasta el punto de que las fuentes hablan de grandes centros indígenas en el siglo II a. de C., pero es muy probable que por estas fechas algunos asentamientos de la provincia de Ávila sufrieran una remodelación, como es el caso de La Mesa de Miranda (Chamartín) que es un oppidum formado por tres recintos con una superficie total de unas 30 hectáreas. Los dos primeros (19 hectáreas), con foso y piedras hincadas delante de las entradas, pero la mayor parte de los vestigios corresponden solo al primer recinto. El tercero estaba reforzado con torres de planta cuadrangular y aparejo ciclópeo, lo que se ha relacionado con las guerras que ocasionan la conquista romana.

Lo dicho también es válido para Las Cogotas (Cardeñosa), sitio de casi 15 hectáreas formado por dos grandes recintos amurallados con tres entradas en cada uno. En este caso se han descubierto áreas especializadas, como un gran basurero y un alfar destinado a la elaboración de productos cerámicos, elaborados a torno con pastas anaranjadas y decoración pintada, muy parecidas a las de los vacceos y celtibéricos del siglo II a. de C. En un segundo momento (s. II a. de C.) se decide amurallar uno de los sectores de Las Cogotas.

El oppidum de Ulaca (Solosancho) es de una gran monumentalidad por alunas de sus estructuras, como la llamada “altar de sacrificios”, una estancia rectangular de 16 por 8 metros tallada en roca y asociada a una gran peña en la que una doble escalera conduce a una plataforma con dos concavidades comunicadas entre sí. Se trata de un monumento sacro.


[i] “Ciudades vettonas”.
[ii] Fortificaciones sobre un terreno elevado para favorecer la defensa.
[iii] Manuel Fernández-Götz se refiere a ellas como las primeras ciudades, datadas entre los siglos VII y V a de C. y añade a la República Checa actual entre los países donde se encuentran.
[iv] Aunque esta denominación es más propia de siglos posteriores.
[v] En Cardeñosa, Chamartín y Solosancho respectivamente. Junto con Sanchorreja, alrededor de la ciudad de Ávila.
[vi] En Santa María del Tiétar, Arenas de San Pedro y Candeleda respectivamente.
[vii] Los dos yacimientos en Alcántara.
[viii] Cerro de San Vicente (Salamanca), Ledesma, Las Pedrejas (Medinilla).
[ix] El Picón de la Mora, Las Merchanas, Yecla.
[x] Según el autor de la obra citada en la nota i, de la cual esto es un resumen.

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