Puente sobre el Guadiana en Medellín, cerca de Santa Amalia |
Son varios los autores
que han estudiado el caso de la población de Santa Amalia, al norte de la
provincia de Badajoz, uno de los intentos de repartir tierra a campesinos
pobres que se frustró. Santa Amalia tuvo su origen en una legislación de 1827 a
petición de un grupo de labradores de Don Benito, ante la falta de tierras
labrantías, por lo que se trataba de construir un poblado en unos baldíos
comunales, pero no dejó de despertar oposición[i].
Las políticas
ilustradas del siglo XVIII se prolongaron, atenuadas, a la centuria siguiente,
siendo este un caso más de colonización interior para asentar campesinos que
pusiesen en valor zonas despobladas. De todas formas, Santa Amalia resultó un
fracaso porque los campesinos, endeudados ante la falta de capitales, debieron
entregar sus tierras a grandes propietarios a lo largo del siglo XIX. Otros
casos, que han seguido diversa suerte, son los de Villarreal de San Carlos,
Valdegamas y las colonizaciones de Sierra Morena llevadas a cabo por Olavide.
En el caso de Santa
Amalia –dice Ruiz Rodríguez- se trataba de asentar colonos, crear una sociedad
de propietarios agrícolas, dar seguridad a los caminos y aumentar las
recaudaciones del Estado. Este es el primer caso de una población establecida
en Extremadura que no surgió de la iniciativa estatal, ni de la Iglesia, sino
resultado del empuje de unos vecinos; se trata, por lo tanto, de un modelo
único, aunque se parece a otro en el trazado de nueva planta racional de sus
calles, plaza y viviendas.
El contexto es el de un
siglo XVIII expansivo demográficamente, aunque la actual provincia de Badajoz
era un espacio con una baja densidad de población, unos 11 habitantes por km2,
y la mayoría era pobre. Don Benito, por ejemplo, experimentó un
constante crecimiento demográfico hasta mediados del siglo XIX, teniendo en
1837, 12.140 habitantes, el núcleo más populoso de Extremadura, siendo entre
1791 y 1829 cuando más creció, a pesar de estar por medio la guerra de 1808.
Había una gran riqueza
agropecuaria, pero una veintena de nobles absentistas, cuando se funda Santa
Amelia, poseían más de 40 dehesas extensas en el término municipal de Don
Benito. Uno de ellos era el conde de Salvatierra, que vivía en Madrid, dueño de
cerca de tres mil hectáreas; otros eran el duque de Uceda, el conde de Arenales
o el marqués de Casas Blancas (los dos primeros vivían en Madrid y el tercero
en Granada). También eran propietarias de dehesas algunas instituciones
religiosas, en primer lugar el monasterio de Guadalupe, dueño de extensas y
fértiles dehesas para el mantenimiento de ganados trashumantes. Le seguían
siete conventos en Calzada de Oropesa, Badajoz, Trujillo (dos en este caso),
Orellana la Vieja, Medellín y Cáceres. Las propiedades de la nobleza estaban
amayorazgadas y las de la Iglesia amortizadas. También tenían propiedades los
concejos (bienes de propios), existiendo tierras comunales y baldíos. Los
bienes de propios se solían arrendar, con lo que los Ayuntamientos disponían de
una fuente de ingresos, y los bienes comunales eran aprovechados por los
vecinos, pero las dehesas boyales y los baldíos no eran disfrutados por igual
por todos, pues “comunal” no quiere decir que su uso fuese democrático ni
equitativo. Los más poderosos, al tener más ganados, usufructuaban más aquellos
bienes. Los baldíos solían estar alejados de los poblados y sus tierras eran de
peor calidad.
A pesar de la legislación
favorable a la agricultura promulgada desde 1766, las cosas no debieron mejorar
cuando en 1800 más de un centenar de vecinos de Don Benito, propietarios de
yuntas, reclaman tierras para labrar acogiéndose a un decreto de 1793. De
ellos, solo 73 consiguieron hacerse con algunas pequeñas suertes de tierra, 317
fanegas en total, dispersas por diversas dehesas del término. Los “cabezaleros”,
los dos vecinos que encabezaron la petición, se expresaban diciendo que “los terrenos
comunales… suelen ser menos el consuelo y alivio del pobre labrador, que el
disfrute de los ricos…”, y continuaban diciendo que en el término había una “infinidad
de tristes jornaleros o familias pobres”. Añadían que la fundación de un pueblo
eliminaría “una guarida o madriguera de ladrones, contrabandistas y gentes
sospechosas”.
El Ayuntamiento de Don
Benito se opuso a la solicitud de aquellos campesinos, prueba de a qué
intereses servía, pero lo cierto es que se procedió al deslinde y amojonamiento
del término, se publicó la Real Orden, se produjo el acto de posesión de Santa
Amalia con la nueva oposición de Don Benito y ahora de Medellín, se entregaron
25 fanegas de tierra a cada colono, y Santa Amalia comenzó su andadura. Pero la
reforma agraria liberal, que se produjo en momentos distintos, favoreció a los
que disponían de riqueza y estaban dispuestos a emplearla en bienes raíces, y
dándose la circunstancia de que no pocos colonos no pudieron hacer frente a sus
explotaciones por falta de capital, terminaron entregando sus tierras a los
mejores postores, resultando este intento ilustrado en un fracaso.
[i] Uno de
los autores que han estudiado este asunto es Juan A. Ruiz Rodríguez, “Santa
Amalia: un intento fallido de mitigar el problema social de la tierra en la
Extremadura del siglo XIX”. En este y otros trabajos sobre Santa Amalia se basa
el presente resumen.
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