sábado, 29 de octubre de 2011

Carta de Séneca a Galión


En su obra "De la vida bienaventurada", el estoico Séneca le escribe a su hermano Galión (Lucio Anneo Novato) instándole a alcanzar la felicidad, pues -dice- muchos "andan a ciegas en el conocimiento". En todo el tiempo "sin llevar otra guía más que el estruendo y vocería de los distraídos que nos llama a diversas acciones" se consume nuestra vida. "En ninguna cosa, pues, se ha de poner mayor cuidado que en no ir siguiendo, a modo de ovejas, las huellas de las que van delante".

De hacerse así, continúa, sucede "lo que en las grandes ruinas de los pueblos, en que ninguno cae sin llevar otros muchos tras sí... Si nos apartáremos de la turba, cobraremos salud, porque el pueblo es acérrimo defensor de sus errores contra la razón; sucediendo en esto lo que en las elecciones, en que los electores, cuando vuelve sobre sí el débil favor, se admiran de los jueces que ellos mismos nombraron".

Séneca no habla para alagar o contenar los odídos de nadie. Conoce el comportamiento de la gente que le rodea en la Roma de la primera mitad del siglo primero, con sus contradicciones, corrputelas, clientelismos, quizá imposibles de evitar dada la estructura de la sociedad en la antigua Roma. "Y llamo vulgo -dice- no solo a los que visten ropas vulgares, sino también a los que las traen preciosas; porque yo no miro los colores de que se cubren los cuerpos, ni para juzgar del hombre doy crédito a los ojos; otra luz tengo mejor y más segura con que discernir lo falso de lo verdadero". No han perdido actualidad estas palabras, rodeados como estamos de personajes con oropeles, con ínfulas de grandeza y elocuencia, y al escarbar un poco no queda sino huero el espacio que ocupan, porque "al paso que creciere el número de los que se admiran, ha de crecer el de los que envidian".

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