viernes, 21 de octubre de 2011

España: febrero de 1939


En febrero de 1939 Negrín llega a Alicante y sabe ya que no es posible continuar la guerra, por lo que se dispone a negociar una paz honrosa. Álvarez del Vayo le había informado de la actitud de los diversos estados en la Sociedad de Naciones, donde vio que ninguno estaba dispuesto a seguir apoyando a la República o a empezar a hacerlo. El principal responsable de esto último fue el gobierno conservador del Reino Unido. Por tanto la situación internacional era totalmente negativa para la República española, al tiempo que del Vayo, en esa misma sesión de la Sociedad de Naciones, anunció el muy próximo estallido de la guerra en Europa.

El presidente del Gobierno, Juan Negrín, se dirigió entonces por radio a los españoles en un famoso discurso donde pronunció la conocida frase: más vale "morir como héroes que fusilados como borregos". Pero era consciente de que resistir ya no era sensato. Aún así la República controlaba una buena porción del territorio nacional desde Madrid hasta el sudeste, perdida ya Cataluña, y 500.000 soldados en el campo de batalla con más moral que la población de la retaguardia. La división en el seno de la República también era conocida por Negrín, entre otras cosas porque había existido siempre. Un ejemplo es el caso de Guadalajara, donde se encontraba uno de los ejércitos republicanos más sólidos, al mando del cual estaba el anarquista Cipriano Mera, a la contra del gobernador comunista de la provincia.

Se había producido también la claudicación de Francia y el Reino Unido en Munich ante las ambiciones de Hitler, y esto ahondó aún más la convicción no solo de Negrín, sino de Besteiro, Casado y otros de que la guerra estaba perdida. La diferencia entre estos y Negrín es que este sería la víctima de un golpe de estado dentro de la propia República organizado por el coronel Casado y el socialista Julián Besteiro, al que luego se sumó el propio Cipriano Mera. Casado tenía buenos contactos en el ejército republicano, pero también apoyos entre los divididos socialistas y por supuesto entre los anarquistas. 

El partido que más seguro se mostró para continuar la guerra fue el comunista, entre otras cosas porque en sus manos estaba Madrid, a cuya población organizó dando muestras de una capacidad de resistencia y disciplina extraordinarias. De todas formas había, entre febrero y marzo de 1939, una dicotomía insalvable: la moral de los soldados en el frente era desesperación y deseo de final entre la población civil de la retaguardia; los jefes militares, partidarios de seguir, encontraron la replica en los dirigentes políticos, que querían terminar cuanto antes una guerra que veían perdida.

La propaganda franquista que llegaba a Madrid y a otras partes de la España republicana también hizo su efecto: Franco mandó "bombardear" Madrid en 1938 varias veces con pan blanco, en señal de que sobraba en la zona sublevada mientras la población republicana pasaba un hambre angustiosa. No cabe duda de que la actitud de Casado, Mera y Besteiro, entre otros, fue una traición, aunque seguramente en sus conciencias no cabía otra posibilidad. Negrín, que sabía se conspiraba contra su gobierno, se mantuvo dignamente sin que se pueda decir que fuese un temerario, pues deseó una paz negociada que los vencedores, henchidos de soberbia, no estaban dispuestos (no lo estuvieron) a aceptar. 


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