jueves, 13 de octubre de 2011

Un episcopado delirante


Conocer la historia de la Iglesia es absolutamente necesario para comprender el devenir histórico de España. García Cárcel acepta "como dato objetivo que la jerarquía católica ha tenido hasta nuestros días un peso y un inlfujo relevantes y a veces decisivos en la historia de España". En el trienio liberal hubo unos pocos obispos que estuvieron comprometidos con el liberalismo: Torres Amat (Astorga) Romo (Canarias) Bonel y Orbe (Córdoba) Ramo de San Blas (Huesca) Martínez San Martín (Barcelona) y Ramos García (Almería), este último no aceptado por Roma. De todas formas no tuvieron inconveniente en colaborar con el régimen de la década ominosa.
Los prelados podían estar con el liberalismo o contra él según les conviniese. Para saber el pensamiento de unos obispos y otros hay que ir a ciertas fuentes donde se ve que la Iglesia española no era un ejemplo de sociedad perfecta. En la década de 1830 los obispos dirigieron informes a Roma donde presentaron una situación depolorable de la Iglesia española. Una carta colectiva de venticinco obispos (es la primera) en 1839 ofrece el mismo cuadro desolador.
Por un lado ejercían la cura de almas personas sin preparación alguna, sin estudios y con una moral totalmente relajada, mientras que para principios de la década de 1840, por muy limitada que consideremos a la revolución liberal española, tenemos el siguiente panorama: había sido abolida por completo la inmunidad eclesiástica personal y real, perdidos los diezmos y primicias, reducido el número de los eclesiásticos, suprimidas las órdenes religiosas y cerrados todos los conventos y monasterios, secularizados 30.000 frailes y monjas, ocupados los bienes de estas, impedida la administración de órdenes sagradas, decretado el expolio de todos los bienes del clero y monjas, las obras de arte y objetos preciosos, autorizada la propaganda protestante y la impresión de libros y castigados los obispos que se opusieron a estas novedades.
El obispo de Mondoñedo , López Borricón, se unió a los carlistas en la guerra de 1833 ante la avalancha que se venía encima de la Iglesia; el de Santiago, Rafael de Vélez, fue procesado y deportado a Mahón, y estos son solo algunos ejemplos, pero no hay muchos más, porque la gran masa del clero se acomodó, reservándose su oposición al liberalismo para cuando soplasen tiempos mejores. Los pequeños grupos de clérigos que veían en el liberalismo la modernización de España eran llamados "janseinistas", en una simplificación del término.
Muy pocos eclesiásticos se opusieron al reconocimiento de Isabel II como reina a pesar del conflicto carlista, siendo muchas veces los eclesiásticos promotores, incitadores y autores materiales de muchos atentados y desórdenes. El reducido grupo que se adhirió a Don Carlos en 1833 fue aumentando en número a medida que los gobiernos liberales hacían reformas en dicho sentido. Influyó aquí la actitud del papa, simpatizante con los carlistas y una prueba de que estos eran fuertes en Navarra es que, cuando se cerraron los conventos, en esta región continuaron abiertos.

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