martes, 11 de octubre de 2011

Las pinturas negras


En la última etapa de su vida, si exceptuamos su estancia en Burdeos, Goya pinta estas escenas sobre las paredes de su casa, pero no lo hace de forma arbitraria. Da la sensación de que dispuso las medidas con premeditación según la monumentalidad que quisiese dar a cada una de ellas. Hay dos que miden 140 por 438 cm.: "El aquelarre" y "La romería de San Isidro". Otras dos miden 146 por 83 cm.: "Cronos devorando a su hijo" (ver en este blog el artículo "El poder de Zeus") y "Judith y Holofernes". La más pequeña es "Viejos comiendo sopa" (53 por 85 cm.) y las demás oscilan entre 147 y 66 cm.


En los "Dos ermitaños", que parecen emerger de la oscuridad, como en otros casos, uno de ellos es barbado, con un gran bastón, mientras el otro le sigue tan de cerca, con la boca abierta y aspecto fantasmal, que parece se le echa encima. Es una escena visionaria, como se puede decir del resto de las pinturas negras, dándonos la sensación de que Goya está representando su estado de ánimo, como ocurrirá con los pintores expresionistas más tarde. En "Leocadia" una mujer de la época se apoya sobre un montón de tierra que parece representar una tumba por la verja que aparece al fondo. Otra visión goyesca: el aire de despreocupación de la mujer ante la muerte, como algo natural, con tonos oscuros y premonitorios de una época marcada por la desgracia, la del autor, que ya llevaba muchos años sufriendo la sordera y la del país, que volvía al absolutismo más atroz (Goya fue un afrancesado).
En "Asmodea" el demonio acompaña a un genio persa; sobrevuelan de forma dramática, como en varios relatos antiguos y modernos, sin poder conseguir el protagonista los favores de su amada. Frustración una vez más tras una vida llena de desgracias personales. En "Viejos comiendo sopa" no se puede representar mejor -creo- la decrepitud, pero esta no se muestra aquí compasivamente, sino de forma irrisoria, pues la vieja parece no ser consciente de su fealdad y rie, mientras que el viejo está reducido a una calavera. Los ojos hundidos o inexistentes, los ropajes raídos, el fondo negro, los trazos gruesos... todo invita a pensar en un estado de ánimo sumido en la desgracia.
Incluso un tema festivo como "La romería de San Isidro" es tratado aquí de forma fantasmagórica, como así mismo la representación de "El aquelarre". En "Duelo a garrotazos" Goya pinta a dos jóvenes con las piernas hundidas en el barro, como si llevasen tiempo atizándose, tan próximos entre sí que parecen mostrar la desesperación por que uno no pueda vencer al otro. El fondo pardo, indefinido, premonitorio de la desgracia; se me ocurre es una visión de lo que el ser humano ha hecho a lo largo de la historia: atizarse unos a otros inmisericordemente.


Y estas visiones, que también tenemos con otra técnica en los "Caprichos", no restan a Goya la frescura para, al final de su vida, pintar como lo había hecho en su juventud: "La lechera de Burdeos" vuelve a los colores vivos, la paleta es más suelta que en las pinturas sobre cartones, pero el rostro de la mujer de nuevo muestra a un Goya juvenil cuando la muerte le acechaba.

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